Un tren, una diligencia, un ataúd, una flor de cactus, un látigo de plata, un periódico, un wínchester, un porche, un rancho, un tren… Es imposible abarcar conceptualmente el cine de John Ford, del que resultaría arriesgado destacar una sola película por tratarse de un mismo cuerpo narrativo, tan complejo, sutil y poético que cada título es una pieza de un mismo cosmos. ¿Qué une a El hombre tranquilo, La diligencia, Misión de Audaces, Centauros del desierto, Fort Apache o El hombre que mató a Liberty Valance además de su monumental nómina de actores encabezada por John Wayne y su famoso John Ford Stock Company? La respuesta la tiene Eduardo Torres-Dulce (Madrid, 1950) en este apasionado volumen sobre uno de los filmes más representativos de Ford, probablemente involuntario epítome de toda su obra.
El asesinato de Liberty Valance no es la historia de una película, ni siquiera un riguroso análisis de cinéfilo. Es mucho más. Nos encontramos un viaje —homérico, sí, por qué no decirlo— a las entrañas de un director y de su psique narrado con el fervor de un seguidor que ha escrutado (no queremos pensar las veces que ha visto la película) hasta el más mínimo detalle de cada plano, de cada diálogo (sería motivo de otro libro recoger las frases lapidarias de personajes como el periodista Dutton Peabody), de cada lugar, de cada objeto… “Para John Ford —nos dice— un plano general es un universo narrativo de miradas, una lección de cine, montaje, acción, composición de los encuadres y ritmo moral del relato”.
Contemplar esta historia fantasmal, fragmentada, ¿sentimental? de Tom Doniphon (John Wayne), Ransom Stoddard (James Stewart) y Hallie (Vera Miles) a través de su penetrante mirada compensa el enigma de esta obra maestra (ni Wayne entendió la importancia de su personaje creyendo que los focos estaban sobre Stewart) en la que descubrimos una crepuscular Ítaca donde si la leyenda supera a la realidad siempre se imprime la leyenda.