El 23 de abril de 1521, la intensa lluvia que caía en el pueblo vallisoletano de Villalar y una mala disposición de las tropas, atrapadas por sorpresa en su repliegue hacia Toro, propició la aplastante derrota de los comuneros por las tropas realistas comandadas por el Almirante de Castilla Fadrique Enríquez. Al día siguiente, los líderes de la revolución, Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado; eran decapitados en la plaza de una localidad que desde entonces llevaría su nombre, cercenando con sus cabezas el empuje de un movimiento comunero que había puesto en jaque por más de un año al hombre más poderoso del mundo, el ya entonces emperador Carlos V.
Desde entonces, la interpretación de la rebelión de las Comunidades ha oscilado entre varios polos, siendo abanderados, según los casos, del pensamiento progresista, liberal y antimonárquico o, para otros, del reaccionarismo medievalizante y antimoderno. Lo que está claro es que, durante medio milenio, la gesta comunera no ha dejado indiferente a ninguna generación de españoles. Pero ¿qué fue realmente el movimiento comunero? ¿Quiénes lo integraban y cuáles fueron los ideales que pese al fracaso político original logra seguir vivo cinco siglos después?
Para reivindicar su legado y enfocar la verdad tras el mito, se suceden estos días exposiciones y publicaciones de libros como la que hoy mismo inaugura el Archivo General de Simancas, la muestra virtual La sentencia de los comuneros en su contexto, que a través de quince unidades documentales conservadas en sus fondos ahonda en la sentencia de ajusticiamiento cumplida en Villalar a través de legajos como la denominada “sentencia de los comuneros Padilla, Bravo y Maldonado” o la disposición original en la que Carlos V ordenó el enjuiciamiento de los comuneros inculpados de determinados delitos, el llamado Edicto de Worms de 1520.
Homenajes populares y congresos de expertos
También Valladolid participa en los actos, pues la sede de las Cortes de Castilla y León inauguró ayer la exposición Comuneros: 500 años, un recorrido por todas las etapas del movimiento que reúne 150 piezas de más de 45 instituciones entre las que destacan el famoso cuadro en el que Antonio Gisbert inmortalizó el momento en que los capitanes comuneros, Padilla, Bravo y Maldonado encaran la muerte en el patíbulo instalado en la plaza de Villalar, habitualmente en el Congreso de los Diputados, el pendón que acompañó los restos mortales de este último, pinturas y esculturas coetáneas que ayudan a entender la época, y documentos como el Perdón General en el que en 1522 Carlos V exculpó a 293 comuneros o las Leyes Perpetuas redactadas en Ávila en agosto de 1520, que múltiples historiadores consideran la primera Constitución democrática del mundo.
La muestra 'Comuneros: 500 años', recorre el movimiento a través 150 piezas únicas como las Leyes Perpetuas, la primera Constitución de la historia
Además, la Comisión Ciudadana para el V Centenario de la Revolución Comunera ha organizado una serie de actos de homenaje para este domingo, 25 de abril, en las principales capitales de la revuelta: Ávila, Burgos, Segovia, Medina del Campo, Toledo, Salamanca, Palencia, Tordesillas, o Valladolid, entre otros.
Y ya a finales de mayo, de nuevo la sede de las Cortes albergará el Congreso Internacional El tiempo de la libertad. Comuneros V Centenario, en el que participarán especialistas de las universidades y centros de investigación españoles y europeos más prestigiosos, como la Sorbona, el CSIC, la University of Sheffield o el Max Planck Institut de Frankfurt; y que se articulará en torno a cuatro grandes secciones temáticas: “Historia e Historiografía del movimiento comunero”, “Comunidades, propaganda y cultura escrita”, “Derecho e instituciones jurídicas” e “Ideas políticas y sociedad”.
La primera revolución moderna
Pero dejemos un momento el presente y volvamos a la historia. La chispa que encendió la Revolución de las Comunidades, conocida popularmente como revuelta de los comuneros, fue la pretensión de Carlos V, jurado rey de Castilla en 1518, de cobrar unos impuestos especiales para sufragar su coronación como emperador del Sacro Imperio. Ante la negativa de las Cortes castellanas, enemistadas con el monarca por su desapego al reino y por la concesión de cargos y prebendas a extranjeros, el rey convocó en Santiago y La Coruña unas Cortes alternativas y previamente sobornadas que cedieron a sus pretensiones, y se embarcó hacia Alemania.
La moderna historiografía ha prestado cada vez más atención a los factores ideológicos de una revolución que fue capaz de reunir a todas las clases sociales
El malestar popular que se venía rumiando y el vacío de poder dejado tras la muerte de Isabel la Católica en 1504, con la incapacidad de su hija Juana y las sucesivas regencias, fraguó en una rebelión en la que las principales ciudades de Castilla pretendieron revitalizar el papel de las Cortes, que durante buena parte de la Edad Media mantuvieron una dura y, a veces, victoriosa pugna con el poder real.
Más allá de los avatares militares, como el asedio de Segovia, el incendio de Medina del Campo o las batallas de Tordesillas, Torrelobatón o Villalar, hechos heroicos y mitificados a lo largo de los siglos, la moderna historiografía ha prestado cada vez más atención a los factores socioeconómicos e ideológicos que propiciaron la revuelta, a las ambiciones políticas de sus participantes y al halo de modernidad que acompaña a la considerada por muchos la primera rebelión de carácter moderno, que en origen fue capaz de reunir bajo la cruz roja de rebeldía a todas las clases sociales, desde los campesinos ansiosos por huir de un feudalismo cada vez más tiránico, hasta algunos nobles y burgueses de clase media que deseaban paliar su déficit de libertades políticas y democráticas.
Simplemente ¡Libertad!
Tras soliviantarse las principales ciudades castellanas, el 29 de julio de 1520 se constituye en Ávila la Santa Junta del Reino, el gobierno revolucionario castellano. Se elige como presidente al toledano Pedro Lasso de la Vega (hermano del escritor Garcilaso de la Vega) y como jefe del ejército comunero, formado con las milicias populares de las ciudades insurrectas, a Juan de Padilla. Otros capitanes destacados serán Juan Bravo (Segovia), Juan de Zapata (Madrid), Antonio de Acuña, Obispo de Zamora y Francisco de Maldonado (Salamanca).
Allí se promulgan en agosto las Leyes Perpetuas (hoy en la Biblioteca Nacional), consideradas por muchos como la primera Constitución democrática del mundo, que establecían la idea de la limitación del poder real, con la supeditación del rey a los representantes del pueblo; la abolición de privilegios, la dación de cuentas de los gestores, la independencia de la justicia, a través del llamado juicio de residencia; y dejaban claro el carácter protonacionalista de un movimiento que consideraba que Carlos estaba sacrificando el bien común de Castilla, los intereses propios y legítimos del reino, a sus intereses personales y dinásticos. “Los pecunios de Castilla hay que gastarlos en Castilla”, escribieron.
No por casualidad, el grito con el que Padilla ordena atacar a sus hombres en la malograda Batalla de Villalar es simplemente “¡Libertad!”
Inspirados en los modelos de las ciudades Estado italianas, proponían un modelo en el que cada ciudad de la Junta estuviera representada por tres procuradores: un representante del clero llano, otro de los caballeros y escuderos y otro del común, de los pecheros, siendo los tres elegidos democráticamente, apartando a la alta nobleza de los cargos para favorecer la independencia de las decisiones. Y es que una de las claves de su programa político, inspirado ya por las ideas humanistas en las que tuvo mucho peso el papel de ideólogos de la Universidad de Salamanca, fueron las ideas de libertad y democracia. No por casualidad, el grito con el que Padilla ordena atacar a sus hombres en la malograda Batalla de Villalar es simplemente “¡Libertad!”.
El fin de un ideal
Este ideario tan prematuro, de fuerte contenido social, sería a la postre el germen del fracaso comunero. La alta nobleza, en principio neutral y hasta proclive al movimiento, caería en la cuenta de que el triunfo comunero determinaría su marginación del gobierno y de las Cortes, así como su alejamiento del gobierno de las ciudades, por lo que se alía a las tropas del monarca. Esto provocó al tiempo un recrudecimiento del movimiento antiseñorial, encabezado en buena medida por el obispo Acuña, que radicalizó las posturas. Así, el régimen representativo de clase media, ciudadano y burgués que pretendían instaurar los rebeldes se vio abortado por los intereses de una nobleza más atenta a mantener sus privilegios que a defender los intereses generales del Reino
Todo ello, unido a la imposibilidad de convencer a la reina Juana, encarcelada en Tordesillas de ser su alternativa al gobierno precipitó las sucesivas derrotas de un movimiento que aumentaba sus fisuras y que tras Villalar estaba herido de muerte. Tras la derrota y el ajusticiamiento de los principales cabecillas, en menos de un mes, todas las ciudades de Castilla la Vieja (Segovia, Salamanca, León, Zamora, Toro, Ávila, Valladolid, Medina) se rinden ante las tropas de Carlos. Solamente Toledo, origen de la revuelta y defendida por el obispo Acuña (posteriormente ejecutado) y por María Pacheco, mujer de Padilla, (que se exilió hasta su muerte en Portugal); mantuvo viva su rebeldía, hasta su rendición definitiva en febrero de 1522.
Pese al fracaso de la revuelta, y la represión que se desató posteriormente, la llama comunera obtuvo ciertos frutos, pues pesa a mantener el absolutismo, a su regreso a Castilla, Carlos entendió el papel preeminente que debía jugar el reino en su complejo esquema imperial y consideró siempre Castilla como el centro de sus posesiones, apartando a los consejeros extranjeros.
Por su parte, el espíritu de la lucha comunera, olvidada y vilipendiada durante buena parte de los sucesivos reinados de los Habsburgo, comenzó a reverdecer en el siglo XVIII, con la difusión de las ideas ilustradas y de la mano de intelectuales como José Cadalso. Todo el siglo XIX, al albur del liberalismo y del patriotismo provocado por la Guerra de la Independencia y las luchas antiabsolutistas, fue un periodo de mitificación del movimiento comunero, idealizado por los liberales y los románticos en todas las artes, que tuvo como punto álgido el acto de homenaje celebrado por el guerrillero y después general Juan Martín Diez, “El Empecinado”, en la plaza de Villalar el 23 de abril de 1821.
Una nueva esperanza
Hacia finales de siglo, los regeneracionistas del 98 como Cánovas, Ganivet o Danvila retuercen de nuevo el mito y lo reinterpretan de forma negativa. Para ellos, los comuneros eran el último residuo de una España tradicional y medieval que se oponía a la modernidad que traía Carlos V. Ya en tiempos de la Segunda República sería Manuel Azaña el primer pensador contemporáneo en adivinar fuertes rasgos constitucionalistas en las propuestas de la Santa Junta de Ávila.
"La lucha comunera fue preludio de las luchas políticas modernas contra el absolutismo y puso la primera piedra de la lucha por los derechos democráticos”, afirma Álvarez Junco
Todas estas interpretaciones diversas son desgranadas por el historiador José Álvarez Junco en el prólogo a una nueva edición que publica Alianza de Las Comunidades de Castilla, el seminal libro de José Antonio Maravall, que ya en los años 60 advirtió en este movimiento un verdadero guiño a la modernidad que el gobierno de Carlos V y sus sucesores puso en suspenso. Una idea en la que profundizarían posteriormente figuras como el hispanista Joseph Pérez, Juan Ignacio Gutiérrez Nieto, Ramón Alba, Antonio Márquez o Stephen Haliczer.
Como resume Álvarez Junco en el prólogo: “La protesta comunera no sólo poseía una ideología inspiradora y perseguía un objetivo político coherente, sino que ambos eran modernos. La lucha comunera fue preludio de las luchas políticas modernas libradas contra el absolutismo regio”, sostiene. “Lo cual no quiere decir que fueran liberales, como había pretendido el ingenuo liberalismo doceañista, pues no llegaron a tener una visión individualista de los derechos políticos, pero sí pusieron la primera piedra de la lucha por los derechos democráticos”.
Paralelamente a esta recuperación intelectual del ideario comunero surgió otra popular, encarnada en el extenso poema épico del leonés Luis López Álvarez, que el grupo folclórico Nuevo Mester de Juglaría adaptó con melodías tradicionales y que acabó convirtiéndose en himno regionalista de Castilla y León. Como dicen algunos de sus últimos versos, que apelan al resurgir de Castilla: “Quién sabe si las cigüeñas / han de volver por San Blas / si las heladas de marzo / los brotes se han de llevar / si las llamas comuneras/ otra vez crepitarán”.