Inconformistas, apasionados y melancólicos, Miguel Delibes y Francisco Umbral componen una extraña pareja. Hombre de campo, liberal y católico aperturista, la literatura de Delibes se inscribe en la tradición del realismo español, si bien no excluye ciertas piruetas experimentales. Escritor de café y tertulia, dandi aficionado al spleen y escéptico incurable, Umbral sigue la estela de Gómez de la Serna y Valle-Inclán, apostando por la innovación y la ruptura.
Al temperamento de Delibes le convienen adjetivos como templado, pudoroso, conciliador. En cambio, Umbral era destemplado, exhibicionista, provocador. La editorial Destino publica ahora la correspondencia de esos dos gigantes, un conjunto de casi trescientas cartas. Con una diferencia de edad de quince años, un veterano Miguel Delibes contrata a un joven Umbral para escribir en El Norte de Castilla, una isla de libertad e independencia siempre hostigada por la censura franquista.
El autor de La sombra del ciprés es alargada aprecia de inmediato el talento del nuevo colaborador. Enseguida, la relación laboral se transforma en cercanía, aprecio mutuo y complicidad. Cuando en 1960 Umbral abandona Valladolid para iniciar su aventura madrileña, comienzan a intercambiar cartas. Algunas son triviales, pero siempre con chispa y encanto. Otras, profundas y esclarecedoras. Nos revelan aspectos esenciales y poco conocidos de dos autores que se sinceran hasta el extremo de intercambiar expresiones libres de cualquier inhibición: “escribes como meamos” (Delibes), “otro abrazo, macho” (Umbral).
Un veterano Delibes contrata a un joven Umbral para escribir en 'El Norte de Castilla'. Enseguida, la relación laboral se transforma en cercanía, aprecio mutuo y complicidad
En el excelente prólogo de Santos Sanz Villanueva, se destaca el magisterio intelectual y moral de Delibes. Umbral lo considera “un hermano mayor” y, en algunas épocas, su único amigo. Según pasa el tiempo, el intercambio epistolar pasa de la cortesía, el respeto y la deferencia a lo confesional, íntimo y hondamente afectivo. “Ni de novio tuve una correspondencia tan activa”, escribe Delibes en 1969. Con su humor habitual, Umbral contesta: “Eres el ligue más largo que he tenido en mi vida”.
En algunas ocasiones, el autor de Mortal y rosa utiliza expresiones que mezclan el humor y el cariño: “Bueno, amor, cuéntame algo”. Ángeles de Castro, esposa de Delibes, también se implica en la correspondencia, enviado una breve carta cuando el hijo de Umbral enferma de leucemia: “Os queremos. Lo vuestro nos afecta”.
Las distintas concepciones de la literatura no enturbian la relación entre los escritores. Delibes encomia el estilo de Umbral. Subraya su plasticidad, inspiración y agudeza, y afirma que algunos de sus relatos son “piezas maestras”. Umbral corresponde a los halagos, proclamando: “eres un clásico vivo”. En otro momento, comenta con desenfado: “eres el café-café de la novela”.
Delibes no escatima las críticas. Señala que algunas novelas de su amigo son “superficiales y sin esqueleto”. Le aconseja que sea más reflexivo y cultive la contención: “Tal vez escribes demasiado”. Delibes no es autocomplaciente consigo mismo ni con su obra. Admite que puede haberse anquilosado: “tal vez alimento una concepción estrecha y superada del género”. No descarta que su sobriedad posea menos calado que el lirismo descarnado de Umbral. Además, ¿quién sabe si la forma de escribir de Kerouac, Henry Miller o Robbe-Grillet ha liquidado la tradición realista, inaugurando un nuevo rumbo?
Umbral apuesta sin dudar por ese giro: “estamos en un tiempo de mensaje y a mí no me da la gana soltar mensaje. Mi mensaje es que no hay mensaje”. No sin cierta frustración, declara: “no soy novelista, no tengo sentido de la novela”. Se reconoce torpe para hilvanar una acción. No le interesan los hechos, sino el lenguaje, la ironía, la descripción, la digresión: “Creo que soy un buen escritor sin género”. Delibes admite que la novela está en decadencia y que él apenas frecuenta el género como lector: “Y si uno del oficio hace esto, ¿qué no harán los demás?”.
Los dos fueron grandes prosistas que exploraron las posibilidades del lenguaje para abordar conflictos como el amor, el compromiso y la muerte
Adictos al Valium, la escritura se perfila como el último refugio para dos hombres golpeados por la tragedia. Umbral responde a la muerte de su hijo, aislándose del exterior. La correspondencia se interrumpe durante unos meses. Poco después, muere Ángeles de Castro de forma prematura por culpa de un cáncer. Umbral ni siquiera envía una esquela de condolencia. No es falta de sensibilidad, sino una reacción defensiva. No mencionará el incidente hasta mucho después y siempre de forma indirecta.
Delibes sí le da el pésame a Umbral, pero también excluye demorarse en el asunto. Menos fuerte que su amigo, se hunde en una tristeza que se prolongará hasta el final de su vida. Umbral no es inmune al dolor, pero se apoya en su pose de eterno provocador para no caer en la desesperación. La muerte sorprende antes a Umbral, pese a ser más joven. Delibes logra escribir unas líneas a su viuda, luchando contra sus problemas de visión y su deterioro a causa de un cáncer de colón. Su breve carta refleja con elocuencia su desconsuelo.
A los cuarenta años, Umbral estimaba que no había conseguido “cuajar una obra seria”. Se preguntaba si solo era un articulista, una versión demediada de Larra o quizás un escritor malogrado. No le desagradaba mucho esa posibilidad, pues un autor fracasado se parece a una “sinfonía incompleta”. Para un dandi, no es un mal destino. En la derrota siempre hay más belleza que en el éxito, inevitablemente vulgar y ruidoso.
Hoy se lee poco a Delibes y Umbral. La posteridad ha sido injusta con ellos, acusando al primero de reaccionario y al segundo de superficial
Cuando Delibes le recrimina la sobrecarga de erotismo que satura su obra, responde que para él no es un recurso frívolo, sino la brecha por la que entra en “la problemática de la existencia, como otros le pueden entrar por el trabajo, la política, la religión, la muerte”. Rechaza la posibilidad de adoptar otro camino: “No puede uno cambiar sus claves vitales. Sería suicida hacerlo, y más a efectos de escribir”.
Hoy en día se lee poco a Delibes y Umbral. La posteridad ha sido injusta con ellos, acusando al primero de reaccionario y al segundo de superficial, pero lo cierto es que se trata de dos grandes prosistas que exploraron las posibilidades del lenguaje para abordar conflictos como el amor, la pérdida, el compromiso, la muerte, la esperanza, el desengaño. No fueron espectadores neutrales de su tiempo. Se opusieron a la dictadura desde sus tribunas, luchando por la democratización de España. Coincidieron en el amor a las pequeñas cosas y cuando les alcanzó la vejez, se cobijaron en el recuerdo, sin deplorar que el mundo cambiara. En 1978, Delibes escribió: “Hoy soy un viejo de mil años. De seguro no venceré al tiempo”.
Pienso que se equivocó. El tiempo no ha logrado derrotarlo. Aún conserva muchos lectores, quizás los más exigentes y lúcidos. Umbral tampoco se ha ahogado en la marea del tiempo. Sigue siendo un oasis para los que aman la libertad, el ingenio y la belleza. Actualmente, hay buenos escritores, pero ninguno con esa dimensión mítica que solo aparece cuando un autor se deja la piel en cada página. Para Delibes y Umbral, la literatura no fue una simple vocación, sino una forma de habitar el áspero mundo