Auxiliar de decoración, camarero, cajero, pizzero, acomodador en un cine porno, comercial y cocinero, y en la actualidad administrativo en una multinacional, Raúl Hoces (Granollers, 1971) debuta en la ficción con Patio común, una novela tan divertida como amarga.
Sin un ápice (esperemos) de autoficción, los protagonistas de la novela (Olga, Marta, Daniel y Tinka) ofrecen en primera persona su visión de los acontecimientos y del barrio en el que viven mostrando una peligrosa ingenuidad que los emparenta con el detective anónimo de El laberinto de las aceitunas de Mendoza o con el Federico de Tres maneras de inducir un coma de Alba Carballal. Arrastran también carencias y fracasos, y una tendencia cierta al autoengaño.
Así, Daniel, por ejemplo, debe volver al negocio familiar del que huyó hace quince años sin que su larga estancia en Inglaterra le sirviera para nada más que para vestir de manera estrafalaria; Olga, la peluquera, quiere ser actriz; Marta, casada vocacional, se apoya en citas literarias para ocultar sus fracasos más íntimos, y Gabriel los sablea a todos económica y sentimentalmente a cuenta de la supuesta herencia de Tolkien.
Divertida, con guiños incluso al Rajoy de “cuanto peor, mejor para todos”, Hoces demuestra talento narrativo y un humor devastador.