El pez rojo que nada en el pecho
Gioconda Belli
Premio Gil de Biedma. Visor. Madrid, 2021. 108 páginas. 12 €
Autora de ocho novelas y de otros tantos libros de versos, además de ensayos, memorias y antologías, Gioconda Belli (Managua, 1948) ha sido galardonada en Alemania, Estados Unidos, Francia, México, Cuba o España. Su biografía y su obra literaria combinan el compromiso cívico y el desengaño. Luchó contra la dictadura de Anastasio Somoza, tuvo que huir de su país, se puso al servicio de la revolución sandinista nicaragüense y, como Ernesto Cardenal o Sergio Ramírez, ha terminado denunciando con valentía las corrupciones y maniobras autoritarias del gobierno de Daniel Ortega.
Con el libro El pez rojo que nada en el pecho, dividido en tres secciones, Gioconda Belli obtuvo el Premio Jaime Gil de Biedma. “El amor, esa extraña palabra”, primera parte de la obra, se abre con alusiones a la tentación y sus cercos, luchas, quimeras, anzuelos. Enseguida aparece el pez que da título al poemario. Más animales (el gato, la luciérnaga, el ruiseñor) definen estados de ánimo. La poeta se considera “navegante de muchas soledades”, pero recuerda a una persona que siempre la salva del miedo.
Con la compañía de trovadoras, Vivaldi, Eliot y Doris Lessing, Belli se expresa entre interrogaciones y encrucijadas. La inquietud, el símbolo de unos navíos que se avistan en la niebla, las heridas y el silbido del tiempo forman su equipaje. La sensualidad y la incertidumbre destacan en no pocas de sus imágenes. Una de las composiciones, “Baile”, termina con diez palabras contundentes: “Nada se parece menos a la muerte que la música”.
La sensualidad y la incertidumbre destacan en no pocas de las imágenes de este poemario con constantes alusiones a la tentación y sus cercos, luchas, quimeras, anzuelos
El segundo apartado de la obra, “La criatura sin pene”, encierra una defensa clara del feminismo. Dos líneas de la escritora resumen su cautela frente a las relaciones humanas: “El disco de la pupila femenina graba el gesto / del lobo que duerme en las entrañas del hombre”. Contra la pendencia, el crimen y la domesticidad, Gioconda Belli da consejos a la mujer fuerte: “Ampara, pero ampárate primero”.
También previene a la muchacha bella que camina en el interior de una jaula invisible. Cuando evoca a la hija esquiva, cuando se refiere al hijo prematuro, cuando rememora al artista que la retrató desnuda, aumenta su intensidad expresiva. Sobresale el poema que dedica a su cuñada (“A Katy”). Sus treinta y cinco versos celebran el heroísmo cotidiano de quien supera el sufrimiento, la extranjería, el sinfín de obstáculos que no doblegan un talante positivo.
La última sección del libro se titula con una pregunta (“¿Qué puede hacer la poesía?”) e incluye dos homenajes emotivos a Ernesto Cardenal. En el primero de ellos, Gioconda Belli, influida por la obra Cántico cósmico del escritor y sacerdote, menciona con asombro unas cifras. De repente, surgen la sombra y el reproche: “Solo un Dios sin ningún merecimiento / habría ideado un esquema tan desprovisto de compasión”. El segundo texto, escrito tras la muerte de Cardenal, evoca las horas finales de un hombre admirado. Sin poder mitigar el dolor por la pérdida del amigo, la poeta resalta los goces diminutos, el invierno en el trópico, la planicie blanca de un lago de sal.
Cita otras ausencias; no olvida la voz de los sentenciados ni el trabajo de las palas en los cementerios; describe el insomnio. Su incredulidad después de una revolución fallida no desemboca en el cinismo, sino en el conocimiento. Se entrega a nuevos desafíos: “No me es dado aceptar razones para la inercia triste / de quienes viven una vida sin propósito”. Los cincuenta poemas de El pez rojo que nada en el pecho rehúyen la demagogia política, los rencores de la nostalgia, las disculpas fáciles. Tampoco aceptan ninguna trampa del conformismo. La madurez literaria de Belli significa renovación.
ESPERPENTO DE LOS RELOJES
El pasado
esperpento de los relojes
retorna a rodearme como una soga al cuello.
Vuelve con guantes de sigiloso criminal
ríe en la esquina oscura
de mis ojos incrédulos.
¿Qué haré para escaparme
de la traición?
¿Del descubrimiento de la futilidad?
La vida me ha mostrado tantas máscaras.
Me ha engañado con sus nubes esquivas.
El entorno de acogedores bosques.
Pero de súbito los muertos resucitan llorando
y no puedo acallar sus quejas, sus reclamos.
¿Tanta vida perdimos para esto? –preguntan.
Miran a los culpables. Los conocidos rostros.
¿Cómo dar marcha atrás a los relojes,
intentar que comprendan
lo inexplicable?
Uno a uno retornan al pasado.
Se vuelven a morir.
Me dejan sola.