“Mientras la vida siga, uno sigue escribiendo. Lo que más me dolerá es que el último episodio, que seguramente será muy interesante y fundamental en la vida de uno, el de la muerte, es el único que no podré escribir”, afirmaba Gabriel García Márquez (Aracataca, 1927-Ciudad de México, 2014) a finales de los años 80, revelando la frustración que le producía al Gabo escritor no poder contestar a “la única pregunta con respuesta, lo único a lo que, sabemos, llegaremos todos”.
En parte para exorcizar ese deseo y en parte como catarsis personal, ha sido su hijo, el cineasta Rodrigo García (Bogotá, 1959), el que ha afrontado el relato de esos últimos días en Gabo y Mercedes: Una despedida (Literatura Random House). “Aunque un escritor nunca puede escribir por otro, sé que esa imposibilidad de narrar sus últimos momentos era una idea que dolía mucho a mi padre, por lo que me apoyé en ella para consolarme y perdonarme por escribir sobre su muerte”, explica.
“Mi intención original era tomar unas cuantas notas de todo, con mucha culpabilidad y sin caer en la indiscreción, pues no quería traicionar la vida privada de mi familia. Pero mi hermano Gonzalo y algunos de los amigos de mis padres me apoyaron, necesitaba que me dijeran que no era un disparate o una obscenidad hacerlo, y aquí estoy, frente al pelotón de fusilamiento”, bromea en una charla mantenida con periodistas de varios países.
Realismo mágico hasta el final
Reconoce García que “nunca había tenido ninguna intención de escribir un libro de memorias o de lo que fue crecer en esa casa —algo como lo que Gabo hizo con sus padres en El amor en los tiempos del cólera—, pero en las últimas semanas de mi padre todo fue tan contundente, tan inapelable, que cualquiera que tuviese, aunque sea un huesito de escritor vería encenderse esa llama”. Y es que, para él, esa es la materia prima fundamental para escribir, “hacerlo sobre la muerte de seres queridos. En este libro me limito a ese momento, hablar del final y recordar otros momentos de la vida para hacer contrapunto, pero no para contar mi vida o la de mi familia en detalle”.
"Aunque un escritor nunca puede escribir por otro, sé que esa imposibilidad de narrar su muerte dolía mucho a mi padre", explica García
Por ejemplo, la del coronel de su famosa novela, que propició un momento de gran intimidad entre el matrimonio, por lo que suponía el personaje para el escritor. "El salió de su estudio y le dijo 'Maté al coronel'. Ella sabía lo que eso significaba para él y permanecieron juntos en silencio y abrazados con la triste noticia", narra el autor. O la de Úrsula Iguarán, la matriarca de Cien años de soledad, que generó una impactante coincidencia. El personaje murió, al igual que Gabo, un Jueves Santo, y en ese momento, unas aves desorientadas se estrellaron contra las paredes de la casa de Macondo y cayeron muertas.
Entre esos momentos personales, que narran los últimos días de sus padres, el autor salpica recuerdos de las muertes más célebres que Gabo sí escribió. “No tuve que pensar mucho para acordarme de esos pasajes”, asegura García, pues “la obsesión con la pérdida y con la muerte es algo muy común de los escritores, casi una parte obligada de su ADN. La obsesión con la pérdida y con que las cosas terminan, y cómo la finalidad de la vida enmarca la experiencia de la vida. Así que me acordaba perfectamente de todas esas muertes de sus personajes principales”.
Cuando el nobel falleció en 2014, en la casa de Ciudad de México donde se encontraba toda la familia apareció un pájaro muerto en el sofá, justo en el sitio donde el escritor colombiano solía sentarse. “Nada en el libro está exagerado, todo estrictamente como sucedió y es difícil especular con las casualidades, pero esta anécdota parece parte del realismo mágico en el que él vivió y que le acompañó toda su vida”, apunta su hijo.
Convivir con el olvido
Sin embargo, lo más duro de “este viaje difícil y peligroso” fue para García recordar y relatar esos últimos años en los que una mente tan lúcida como la de su padre iba apagándose debido a una enfermedad de demencia senil que nunca hizo pública. “Al principio, cuando era consciente de ello, fue algo tremendo. No es solamente que fuera perdiendo las facultades, sino que se encontraba permanentemente ansioso, porque se daba cuenta y luchaba contra ello”.
"Estoy perdiendo la memoria, pero por suerte se me olvida que la estoy perdiendo", cuenta García que les dijo su padre
"Estoy perdiendo la memoria, pero por suerte se me olvida que la estoy perdiendo", cuenta que les dijo en una ocasión el Nobel, que es retratado en el libro en un tono presente donde su hijo ha tratado de "encontrar ese balance entre lo personal, pero tampoco ser demasiado emocional, demasiado indulgente" consigo mismo y con sus sentimientos.
Tras esta etapa muy dura, García afirma que llegó “una etapa final más triste, pero más tranquila. Gabo tuvo un último año y medio bastante plácido, estaba distraído y apenas reconocía cuatro caras, especialmente a mi madre, pero estaba bien y eso nos reconfortaba. Hay gente que sufre de demencia senil que pierde el control de sus emociones, pero por suerte nos tocó una versión muy tranquila de ese mal”, destaca.
Adiós a "La Gaba"
El último capítulo del libro lo dedica el autor a su madre, fallecida el pasado agosto, en plena pandemia, lejos del revuelo mediático que supuso la muerte del Nobel. En su despedida, García recuerda a "La Gaba", como la llamaban cariñosamente en casa, como una mujer que alcanzó la mejor versión de sí misma y que nunca tuvo problemas para digerir el mundo de éxito de su marido. “Ellos vivieron una vida muy social y pública, y la gente estaba muy acostumbrada a su intimidad y su complicidad. Mercedes era muy directa, hacía bromas y era capaz de no tomarse en serio el éxito y la fama de Gabo, aunque lo respetaba”, explica.
"Mercedes era muy directa, hacía bromas y era capaz de no tomarse en serio el éxito y la fama de Gabo", explica el autor sobre su madre
“Era una señora con muchas contradicciones, dura y blanda, exigente y sensible, que hicieron de ella quien es, incluso a la sombra de Gabo. Tuvo una personalidad fuerte que nunca se opacó”, destaca con orgullo. Ello, a pesar de que, como reconoce, “cualquier persona que conviva con un artista sabe que es una complicación más de la relación. El artista trabaja solo, en una especie de vacío. Gabo era un creador relativamente no difícil, pero está claro que esto es una complicación más en la delicada ecuación del matrimonio que ellos supieron capear”.
En este sentido, García no sabe qué pensarían sus padres del volumen, una idea que le parece “la ficción más especulativa posible, porque si vivieran no lo hubiera escrito. Me gusta pensar que les gustaría, está escrito con amor y afecto por ellos y por la influencia que tuvieron en mi vida y la de mi hermano, pero mi madre también me diría que soy un chismoso por contar todo esto y mi padre estaría preocupado porque estuviera bien escrito”.
Todo un universo hecho cine
La publicación de esta ventana a la vida íntima de la familia de García Márquez coincide con el salto que, tras tantos años, van a dar a la pantalla dos de sus obras más emblemáticas. Actualmente Rodrigo García es productor ejecutivo de Noticia de un secuestro (que produce Amazon Prime) y de la versión que prepara Netflix de Cien años de soledad (que sigue en una fase de preproducción).
El rodaje de la primera, dirigido por el chileno Andrés Wood, “va muy avanzada”, explica García, que reconoce que “esta es una de las obras más queridas de mi padre, y siempre pensé que un director de fuera de Colombia le daría una nueva perspectiva y una visión ajena a la compleja situación colombiana de aquellos años. Tengo muy buenas esperanzas”.
En cuanto a la versión de la obra magna del Nobel, su hijo reconoce que se ha embarcado en el proyecto, al que Gabo se negó a dar luz verde durante años, “porque ha cambiado todo el panorama. Mi padre no quería hacerla en su día porque narrar esta historia necesitaría muchas horas de metraje, y no le gustaba la idea de que fuera hecha en Hollywood por actores estadounidenses, algo necesario en aquellos años por la envergadura del proyecto”.
Sin embargo, la posibilidad que ofrecen las actuales plataformas de grabar muchos capítulos y de trabajar con actores locales, fue lo que le ha decidido. “Netflix está yendo despacio, se están concentrando en tener los mejores guiones posibles, que es lo más complejo y se filmará en Colombia y en español, lo que creo que mantendrá la esencia y la autenticidad del libro”. Además, bromea García, “Gabo siempre dijo que una vez que se fuera podíamos hacer lo que quisiéramos con su legado. Y es mejor rodarla ahora, que todavía podemos opinar e intervenir sus hijos, que cuando sea de dominio público en muchos años”.