No esperen hallar en este libro la invención de unos hechos protagonizados por unos personajes imaginados, ni un discurso narrativo cuyo interés resida en las convenciones del género. Encontrarán, sí, el relato que una mujer joven hace de sus días mientras cuenta la historia de otras muchas mujeres. Y mientras cuenta y se documenta sobre unas y otras, merodeando la escritura autobiográfica, impulsada por la necesidad de acreditar en el pasado de grandes escritoras españolas “momentos de placer”, fuera del aura de fracaso personal bajo el que siempre nos las han presentado.
Mientras esto le impulsa, otros temas invaden su escritura: la amistad, la maternidad, la conquista del placer, la necesidad del otro en la creación. Sí, se trata de un proyecto interesante, personal y arriesgado, cimentado sobre la necesaria relación entre libros, escritores y lectores. Es personal su contenido y el modo de articularlo, pero no serán pocos los que encuentren acomodo en él instados por el desconcertante modo de presentar las palabras y los signos gráficos que conforman el título, Hermana. (Placer), y por la manera tan teatral de abordar personajes y asuntos.
Asuntos que la propia narradora comparte con nosotros, los lectores, actores fundamentales de la escenografía que irá desplegando. Es su voz trasunto de la autora real, María Folguera (Madrid, 1984), también escritora, dramaturga, directora escénica, enredada en un discurso que parece dirigir una doble trama, en realidad los dos ejes en los que se enreda.
Esta novela cautiva por el modo de visitar “el cuarto de atrás” de las escritoras y de entender que esa “forma de placer” compartido es la aventura más valiosa
Por un lado, la historia de una amistad de diez años (2010- 2020) que se quiebra de forma abrupta en el marco del comienzo de la pandemia, cuando nadie entreveía la magnitud del virus. Por otro, las obligaciones y retos que le absorbieron durante ese tiempo: una expareja, una hija de cuatro años, un novio a distancia, esa amiga, que interpreta un papel en el montaje teatral que le encargó el CDN sobre Elena Fortún, y un proyecto de escritura que avanza despacio en su búsqueda de respuestas a asuntos difíciles de canalizar si no es través del texto y la palabra. Se trata, nada menos, que de una Enciclopedia de los Buenos Ratos de las Escritoras.
Desde ella va y viene al ritmo impuesto por la letra en la que trabaja, de la C de Rosa Chacel, a la Z de María Zambrano, en busca de síntomas que sirvan de contrapunto a su obsesión y evidencien su tesis. Nos habla, así, de Ana María Matute y su “desamparo legal”, del “deseo que nunca se atrevió a nombrar” Elena Fortún, del exilio de María Lejárraga, y de esa “amiga” siempre dispuesta a correr tras una posible historia de amor.
Cautiva el modo de “tirar de retahílas” y visitar “el cuarto de atrás” de lo escrito por unas y otras, de invocar la necesidad de un interlocutor con el que ser capaz (en palabras de Rafael Reig, a quien cita) de “crear una intimidad” y entender que, en esa “forma de placer” compartido, está “la aventura más valiosa que merezca ser vivida”.