Eugenio Montale y el espectáculo de la vida
Las prosas de 'La mariposa de Dinard' descubren al Montale humorístico, al conversador cáustico y brillante, íntimo y enigmático, que pocos conocieron
31 mayo, 2021 14:35Poeta hermético por excelencia, con permiso de Giuseppe Ungaretti y Salvatore Quasimodo, y dueño de un lenguaje breve y austero, Eugenio Montale (Génova, 1896-Milán, 1981) cultivo versos plagados de sutiles simbolismos referidos a lugares, paisajes y escenas, y sugerentes claves personales de corte intimista. Premiado con el Nobel en 1975 por reflejar la visión de la crisis del hombre contemporáneo, el italiano definía la poesía como “una forma de conocimiento de un mundo oscuro que sentimos en torno de nosotros pero que en realidad tiene sus raíces en nosotros mismos”.
Gemelas de sus poemas fueron las prosas que Montale cultivo ya en su madurez como escritor, a partir de los años 40, cuando el gobierno fascista, contra el que había firmado el famoso manifiesto inspirado por Benedetto Croce, le cesó como director del Gabinete Vieusseux, una de las bibliotecas y archivos más interesantes de su tiempo. El conjunto de textos que recoge La mariposa de Dinard, originalmente publicados en la tercera página del Corriere della Sera —y recogidos como libro en 1956— fueron la válvula de escape de un autor para explorar con viveza y sin las restricciones estéticas de lo poético, la pluralidad de paisajes naturales y humanos que se desplegaban ante su sensibilidad.
Así, urgido por la necesidad de contar algo a sus nuevos lectores, y cómodo en este nuevo papel —siempre contaba que firmaba en el registro de los hoteles como periodista en vez de escritor o poeta— Montale mezcla recuerdos sobre su infancia en Liguria, donde los pescadores faenaban en costas accidentas y salvajes y bebían el fuerte y dulce vino Sciacchetrà, pero también crónicas de carácter claramente florentino, sustraídos a la vida precaria de lo cotidiano; retratos de mujeres mundanas y hombres de costumbres excéntricas, divagaciones sobre el variado espectáculo de la vida; y páginas que parecen extraídas de un diario de viaje.
Todo ello aliñado con lo grotesco y con el típico humor italiano —que, si bien no oculta defectos, arroja también una mirada benevolente sobre el carácter humano—, además de con una sucesión de momentos felices, al conversador cáustico y brillante, al improvisador capaz de volver memorable una velada, un Montale íntimo y enigmático que sólo sus amigos conocían. Sin embargo, debajo de cada una de las historias de este libro late la veta del poeta, pues, como afirmaba: “hay poesía incluso en la prosa, en toda gran prosa que no sea meramente utilitaria o didáctica”.