El jardín de Reinhardt es la primera novela de Mark Haber (Washington D. C., 1972), y con ella logró ser nominado al prestigioso Premio PEN/Hemingway. Pero el autor no es ningún novato: escritor de relatos, profesor, crítico literario y gerente de una famosa librería de Houston, Haber alcanza en estas páginas la maestría de las más arriesgadas ficciones imaginativas contemporáneas.
Con la expedición de este disparatado y enardecido personaje, llamado Jacov Reinhardt, dando vueltas en el laberinto de una selva al este de Argentina, en la frontera con Uruguay, el novelista franquea todos los límites de un ingenio digresivo y absurdamente divertido. En el primer decenio del siglo XX, Jacov Reinhardt, de origen croata y heredero de un imperio tabacalero, ha dedicado su vida al estudio de la melancolía.
Las teorías de Reinhardt, que habita en un mundo discursivo entre la razón y la sinrazón, se concentran en los misteriosos Libros del origen que siempre lleva consigo. Ahora bien, su enmarañado trabajo sobre la melancolía no estará culminado hasta conocer en persona al legendario filósofo secreto de la melancolía, Emiliano Gómez Carrasquilla, retirado en algún lugar de Sudamérica. “Desapareció en el interior de las junglas sudamericanas”, dirá Reinhardt, “abrazó el olvido voluntario”.
Para esa expedición disparatada, Reinhardt cuenta con su amigo, admirador a ultranza, amanuense y secretario, otro melancólico extravagante de quién no sabremos el nombre. Como testigo implicado hasta los huesos, es el secretario quien narra la historia y nos transmite las incendiarias divagaciones del protagonista. Ambos abandonan Croacia, atraviesan Hungría, Alemania y Rusia, con divertida y accidentada visita a Tolstói. En dos castillos de Stuttgart, uno en construcción, con escaleras que no llevan a ninguna parte, Reinhardt ha dejado como gobernanta a Sonja, su amante, exprostituta y bella mujer de una sola pierna que escribe poesía en secreto.
Esta es una novela irónica, imaginativa, libresca, quijotesca, intertextual al máximo. Todo remite a otras obras literarias
Pese a dedicar su vida al estado melancólico y a todas sus variantes, el narrador describe a Reinhardt como, “siempre eufórico (…) porque pensar en la melancolía, estudiar la melancolía, hasta escribir sobre la melancolía lo llevaba, de puro júbilo, al delirio”. La historia se inicia con el amanuense/narrador con fiebre en medio de la selva, rodeada la expedición de peligros, y con Jacov mostrando claros indicios de locura. La intrincada vida del estudioso de la melancolía se irá desarrollando en flashbacks, que llegarán en cataratas mezcladas con la jerigonza de Reinhardt. La anécdota en esta obra pesará menos que los monólogos descabellados. O mejor, todo resulta descabellado e irreal.
Esta es una novela irónica, imaginativa, libresca, quijotesca, intertextual al máximo. Todo remite a otras obras literarias. Al raspar los antiguos pergaminos, escritos y reescritos una y otra vez, aparecían las escrituras anteriores. En el palimpsesto que crea Haber, vemos asomar sedimentos inesperados de múltiples literaturas. Desde los escritores latinoamericanos a los protagonistas novelescos que persiguen empecinadamente un objetivo, como el capitán Ahab, de Melville. De las invenciones de Italo Calvino, al Corazón de las tinieblas de Conrad; de los monólogos obsesivos e interminables del austriaco Thomas Bernhard, a los escritores inventados por Borges. Y sobrevolando todo, La anatomía de la melancolía, de Robert Burton.
Las referencias constantes de El jardín de Reinhardt, también proceden del cine o de la pintura. Jacov nos recuerda al desquiciado Fitzcarraldo, de Werner Herzog, y en la construcción del castillo de Sttugart vemos los edificios imposibles del pintor holandés Escher. Las escenas levantadas sobre un imaginario fantasmagórico construyen una arquitectura sui generis, que conduce al público por un viaje extraordinario, alucinatorio y exultante. La novela no tiene capítulos y está escrita en un párrafo interminable que reproduce la forma circular y obsesiva del habla de su protagonista. Los monólogos ora apasionados ora indignados de Reinhardt están inspirados, sin ninguna duda, en los circunloquios sinuosos de los personajes de Bernhard.
Una novela es, a veces, un vuelo hacia lo imaginario, un deseo de irrealidad, un juego que prefiere las máscaras a los rostros desnudos. Literatura sobre la literatura, acrobacias del ingenio, el desafío de los malabarismos del lenguaje. Con esta obra, Mark Haber entra con honores en la reducida escuela de Italo Calvino y de Borges.