Suele decirse que la filosofía nació en oposición crítica al mito. De hecho, el canon filosófico occidental fue forjándose en gran medida mediante el refrendo de dicha oposición. Sin embargo, cada vez que la filosofía se vuelve demasiado academicista, se enclaustra en una jerga llena de tecnicismos y se fosiliza, surgen de sus filas quienes tratan de recuperar su espíritu originario —el de una aventura de descubrimiento de mundo— recurriendo a formas más narrativas de expresarla, que comparten con el discurso mitopoiético su carácter polifacético, abierto a la interpretación, dispuesto a mostrar zonas oscuras de lo real antes que a demostrar verdades a la manera de una ciencia estricta.
Hoy día, la filosofía institucional malvive, colonizada por un estéril formato analítico que escribe papers sobre cuestiones que poco importan al común de los mortales pero mejoran el currículum. Mientras, los herederos más avispados de su venerable tradición continental, conscientes del ocaso, ensayan fórmulas novedosas para conectar con los problemas del presente y transmitir el mensaje de que el genuino valor de la filosofía radica en ser motor iluminador de la vida, con vocación de transformar al yo y al mundo.
No deja de ser sintomático que las figuras más conocidas del panorama filosófico contemporáneo procedan, casi sin excepción, de este tronco filosófico y no de la tradición analítica: Agamben, Sloterdijk, Zizek, Butler, Byung-Chul Han… Pensadores capaces de discutir temas de actualidad de un modo que llega al gran público, evidenciando hasta qué punto la filosofía sigue viva y hay necesidad social de ella.
Esto explica también la creciente aceptación del género de la biografía novelada de grandes nombres de la filosofía, género divulgativo en el que Rüdiger Safranski ya ha probado ser maestro consumado y al que hace un par de años se sumó con éxito notable el periodista y filósofo Wolfram Eilenberger (Friburgo, 1972), cuya obra Tiempo de magos. La gran década de la filosofía fue best seller en países como Alemania, Italia o España. Eilenberger componía ahí un sugerente relato coral de las vicisitudes teóricas y existenciales vividas por cuatro pensadores cruciales para el rumbo de la filosofía contemporánea en el decenio posterior a la Gran Guerra: Ernst Cassirer, Ludwig Wittgenstein, Martin Heidegger y Walter Benjamin.
Ahora, con este nuevo libro a modo de segunda entrega, repite los ingredientes básicos de la receta, recreando otra década convulsa en la historia europea reciente, la que va de 1933 a 1943, a través de la vida y la trayectoria intelectual de otras cuatro personalidades filosóficas no menos fascinantes, mujeres todas ellas, que desarrollaron sus ideas en la antesala de la Segunda Guerra Mundial, posicionándose ante la experiencia de los totalitarismos: Simone de Beauvoir, Hannah Arendt, Simone Weil y Ayn Rand.
Eilenberger recorre las vidas y obras de cuatro personalidades filosóficas fascinantes, mujeres todas ellas, que se posicionaron ante los totalitarismos
Poco admitidas en los manuales de la especialidad hasta hace unos lustros, resulta innegable la influencia de estas autoras en nuestras concepciones sobre la relación entre el individuo y la sociedad, la condición femenina, la acción moral o la política. Independientes de criterio, sabedoras de su valía intelectual, respondieron al caos ideológico reinante en esos años oscuros con la elaboración de un pensamiento fuertemente comprometido con la libertad individual, deseoso de conectar la teoría con su momento histórico. Como aquellos magos, también estas hechiceras contribuyeron a renovar la manera de hacer filosofía. Prestarles la debida atención es uno de los méritos fundamentales del libro de Eilenberger. Otro es su habilidad para hacerlo de la forma más amena, dejando que las peripecias vitales ilustren las ideas fundamentales y entrecruzando los hilos de estas biografías de modo que progresen en paralelo y la resolución de las distintas tramas se mantenga en suspenso, muy al estilo de las series televisivas de moda.
Cierto es que Eilenberger fuerza a veces las similitudes y correlaciones para que el relato funcione y discurra unitariamente. A muchos sorprenderá ver en pie de igualdad a una pensadora política de la talla de Arendt junto a una ideóloga como Rand, autora de novelas de enorme éxito en Estados Unidos como El manantial o La rebelión de Atlas, adorada por la derecha norteamericana al defender un capitalismo ultraliberal, pero de bagaje teórico muy discreto. Las semejanzas del punto de partida, huyendo Rand del estalinismo y Arendt, como Weil o Beauvoir, del nazismo, no bastan para sancionar tantas coincidencias.
Junto al terror y vacío de sentido experimentados por todas ellas a causa de un estatalismo autoritario que en nombre del pueblo masacraba a los individuos, estaba el problema personal de qué hacer con la propia vida cuando uno ha sido expulsado de la comunidad. Mientras Rand abrazaba un individualismo feroz, de caricaturesco aire nietzscheano, donde el otro era visto únicamente como aquello que limita la propia libertad, Arendt meditaba con mayor lucidez sobre los orígenes del totalitarismo y sobre el modo más eficaz de hacerle frente, apostando por una libertad nacida del reconocimiento del otro y del respeto a los derechos humanos. “Es en el espacio público”, afirmó, “no en soledad, donde se produce nuestra genuina constitución como seres humanos”.
el autor construye con extraordinaria pericia narrativa una suerte de thriller filosófico, capaz de despertar vivo interés por el extraño ardor de las ideas
Weil, por su parte, distanciada del activismo de izquierdas tras participar en la Guerra Civil española, se decantaría por la vivencia mística de una rara solidaridad situada más allá de los hombres, en el encuentro íntimo con Dios. Su entrega ascética la consumió en los días de la invasión alemana de Francia hasta fallecer de inanición y tuberculosis en un sanatorio de Inglaterra, con apenas 34 años.
Simone de Beauvoir evolucionaría también, pero en sentido opuesto, desde un filosofar existencialista obsesionado en certificar su insobornable singularidad hasta un pensamiento más comprometido socialmente, en el que la reivindicación feminista pasó a ser su principal seña de identidad.
El fuego de la libertad al que alude el título del libro ardía en estas cuatro mujeres. Pero iluminó e incendió sus vidas de formas bien contrastadas. La joven rusa que soñaba ser guionista de Hollywood cumplió su sueño, pero se consagró sobre todo como propagandista de un libertarismo egoistón, ajeno a todo sentimiento altruista. La tímida chica alemana que descubrió traumáticamente su condición de judía nos enseñó que, en tiempos sombríos, el verdadero problema no es lo que hacen los enemigos, sino lo que pueden terminar haciendo los amigos.
La muchacha francesa de origen judío, conversa al cristianismo, dejó sus sueños revolucionarios en manos de una deidad no menos inasible. Y la joven de buena familia parisina que admiró a Sartre y participó de sus mixtificaciones militantes, ahogando a menudo su talento literario en una batalla de egos con el filósofo, supo al fin reivindicarse como su igual, contribuyendo de manera sustantiva con su obra El segundo sexo al movimiento de liberación de la mujer.
Así, buscando las afinidades electivas entre estas pensadoras, retratando sus vidas como un combate contra toda forma de opresión, combinando humor y dramatismo, efectista a veces, didáctico siempre, Wolfram Eilenberger construye con extraordinaria pericia narrativa una suerte de thriller filosófico, capaz de despertar un vivo interés por el extraño ardor de las ideas incluso en el lector poco versado en la materia.