No es sorprendente que el décimo aniversario de las movilizaciones populares del 15M haya sido objeto de atención editorial; lo que nadie podía prever es que la efeméride coincidiese con la retirada de la primera línea política de un Pablo Iglesias que, pese a la dudosa vinculación de Podemos con aquella protesta colectiva, ha venido a simbolizarla durante los años de la llamada “nueva política”. Es verdad que, tratándose de cambiar la vida y de acabar con los imperativos del capitalismo, la explotación editorial del acontecimiento puede suscitar cierta melancolía.
Pero el 15M nunca rehuyó la exhibición pública; su crecimiento no puede explicarse la atención inicial del periodismo. En muchos casos, son los protagonistas de aquellos acontecimientos quienes se animan a escribir hoy movidos por una sincera vocación testimonial; los científicos sociales, por su parte, se ocupan de un legítimo objeto de conocimiento con independencia de cuál haya sido su impacto real sobre las estructuras económicas o sociales de nuestro país. Para todos aquellos que no pudieron vivir la transición democrática, en fin, el 15M ha sido el acontecimiento que estaban esperando: es difícil evitar la sensación de que su relevancia sentida es mayor que su relevancia observable. Y no es que esto le reste interés; quizá incluso se lo añada.
Los trabajos aquí reseñados adoptan puntos de vista diferentes y complementarios. El filósofo Ernesto Castro (Madrid, 1990) ha escrito en Memorias y libelos del 15M (Arpa) una crónica personal (acompañada de algunos textos teóricos) que, contemplando desde el presente al joven indignado que buscaba entonces su lugar en la vida y la asamblea, adopta una posición irreverente que se quiere desmitificadora. También el activista ubetense Francisco Jurado es un observador participante, si bien su experiencia inicial tiene lugar en Sevilla y no en Madrid, pasando de la fundación de Democracia Real Ya al trabajo orgánico en el parlamento andaluz de la mano Adelante Andalucía y el asiento de primera fila en Vistalegre. El recogido en Un caos bonito. Relato de una década de la #SpanishRevolution (Lengua de Trapo) es un relato amargo de la muerte del movimiento a manos del partido.
Experta en la relación entre utopía y activismo, Julia Ramírez Blanco construye en 15M. El tiempo de las plazas (Alianza) un relato admirativo del movimiento con ayuda de unas imágenes que le permiten estudiar el repertorio de la protesta, entendida como un arte escénico que irrumpe en la vida cotidiana con objeto de prefigurar un porvenir deseable. Finalmente, el volumen coordinado por la socióloga Cristina Monge (Zaragoza, 1976) y sus colegas, Tras la indignación. El 15M: miradas desde el presente (Gedisa), adopta la forma de un breve libro académico que, sin ocultar sus simpatías por la movilización, se esfuerza por contrastar datos empíricos para arrojar luz acerca de su naturaleza y sus efectos.
Pese a los completos análisis, en estas cuatro miradas al 15M se echa en falta la explicación del fracaso a la hora de traducir ese descontento en medidas concretas
De la lectura de estos testimonios y análisis se desprenden algunas conclusiones. El 15M no fue un movimiento social, sino una movilización que jamás se transformó propiamente en partido: Castro es quien con más vehemencia niega el vínculo entre Sol y Podemos. Para Jurado, el fracaso del partido se debe al intento por superponer una estructura jerárquica y protocolizada sobre la estructura horizontal de los círculos: si el 15M era “un montón de gente haciendo política sin que su nombre real importase”, vitorear a un líder representaba su fracaso.
Este contraste entre propósitos y resultados es discutido por Borja Barragué, para quien el 15M habría tenido un fuerte impacto en la agenda política del centroizquierda; la mayoría de los autores se contenta con aludir a las semillas del cambio social o sitúan el legado de las protestas en la demostración de que es posible organizarse de manera espontánea a través de las redes.
Solo Castro se atreve a discutir algunas de las premisas de la movilización: aunque comparte la crítica hacia la democracia española, denuncia el “onanismo autorreferencial” del 15M y su perpetua indefinición política. Y es que no se pueden tener las dos cosas a la vez: la asamblea perpetua y la decisión eficaz. Que se pasara por alto este hecho, bien conocido desde al menos los años 60, tiene que ver con el narcisismo de un movimiento que dice hablar en nombre de todos sin percatarse de que —como señala Jorge Lago— no expresa “una forma coherente de descontento social o de movilización política”.
Se echa en falta en esta literatura la constatación de que lograr un consenso social en torno al buen funcionamiento de los servicios públicos o el rechazo de la corrupción durante una crisis no tiene demasiado valor; lo que hay que explicar es el fracaso a la hora de traducir ese descontento en medidas concretas. Por desgracia, la pertinencia o plausibilidad del programa político del 15M, si es que puede discernirse alguno, se queda aquí sin examinar. Se trata, con todo, de libros provechosos: cada uno nos acerca a su manera a un episodio político pintoresco y resonante, contribuyendo directa o indirectamente a su mejor comprensión. Hay que aprovechar la oportunidad: cuesta pensar que dentro de otros diez años sigamos tan interesados.