Cuna y cimientos, tras su fusión con el mundo helenístico, de la cultura occidental, la literatura latina y su periplo de casi un milenio es fiel reflejo de todo lo que fue la Antigua Roma, que hizo de su idioma uno de sus más importantes vías de expansión. Estudiada en Europa durante siglos, su actual decaimiento ha sido denunciado por sabios como Carlos García Gual o escritoras como Andrea Marcolongo, que reivindican la pobreza y el error que supone perder nuestro contacto con las fuentes primigenias de nuestra cultura y nuestra historia.
En esta tónica se inscribe este delicioso y erudito ensayo del historiador y latinista francés Pierre Grimal (1912-1996), profesor emérito de la Sorbona, que con mano experta nos adentra en el vasto campo de una literatura que abarcó casi un milenio, avanzando desde la poesía épica oral, de influencia etrusca, hasta los textos de figuras tardorromanas como Macrobio, que sincretizaron mitologías y filosofías de todas las culturas precedentes.
No obstante, el inicio de la literatura latina propiamente dicha lo cifra Grimal hacia el siglo III a.C., cuando por la pujante influencia del mundo helenístico, los romanos comienzan a adaptar las tragedias griegas de manos de dramaturgos de origen helénico como Livio Andrónico, que tuvo el mérito de adaptar la Odisea y otras obras al arcaico verso saturnio, flexibilizando un idioma más pensado para proclamas y discursos que para la literatura. Tras sus sucesores como Nevio, Ennio o el famoso Plauto, llegaría la edad de oro de la literatura latina, coincidente con el cenit político y social de una cultura en su pleno apogeo.
Con mano experta, Grimal nos adentra en una vasta literatura que abarcó casi un milenio
Como reza el famoso dicho de Horacio, “Graecia capta ferum victorem cepit” (La Grecia conquistada conquistó al feroz vencedor), la toma de la Hélade a mediados del siglo II a.C. desató una fuerte “helenomanía” en Roma, generando también la oposición de grandes oradores como Catón, cuya batalla estaba perdida. La llegada de personajes como el historiador griego Polibio inclinaría la balanza hacia la poesía epicureísta de Catulo o Lucrecio, y hacia la colorida retórica de Cicerón, cuyas cartas —como la famosa Primera Catilinaria, encabezada con el inmortal “Quousque tandem abutere, Catilina, ¿patientia nostra?” (¿Hasta cuándo Catilina, abusarás de nuestra paciencia?)— que ha sido cruz y deleite de generaciones de estudiantes de latín hasta fechas recientes.
Ya época imperial, con el renacimiento cultural patrocinado por Augusto y Mecenas, Grimal se detiene en autores Horacio, Virgilio y Tito Livio, cuyas obras Ars Poética, la Eneida, las Églogas, las Geórgicas o Historia, influirían en el humanismo y el prerrenacimiento de los Garcilaso, Petrarca, Dante o Fray Luis de León. Así continúa el historiador, salpicando la descripción y evolución de los géneros con jugosos detalles biográficos de los grandes escritores de una Roma cuya identidad va modificándose al correr de los siglos.
Séneca, Petronio, Lucano, Tácito, Marcial, Juvenal, Suetonio o Apuleyo, maestros de muy distintos estilos, mantendrían vivo a lo largo de los siguientes siglos el cordón umbilical de una literatura que, tras el colapso político definitivo de Roma se fue diluyendo como tantos otros saberes. Aunque a partir del siglo V el latín continuó siendo el idioma de la cultura, el mundo judeocristiano y la inseguridad social del Medievo harían que la literatura latina tuviera que esperar épocas más propicias para volver a deslumbrarnos con el legado de una de las más esplendorosas civilizaciones de la historia de la humanidad.