Si nos paráramos a comentar las numerosas lecturas (especialmente de género, de todos los géneros imaginables) que subyacen en el hecho de que una novela (tan magnífica por otro lado) como La parábola del sembrador (1993) de la escritora afroamericana Octavia E. Butler (Pasadena, 1947-Lake Forest Park, 2006) vea ahora por primera vez la luz en España (para colmo en una editorial literaria), nos quedaríamos pronto sin espacio para hablar de nada más.
Detrás de este rescate más que pertinente (no solo por la innegable calidad del texto sino por la coincidencia de que su entonces futurista historia transcurra en nuestra actual década) se esconde pues la reivindicación mayor (con visos incluso de pretender incorporarla al canon) de una autora a la que se le pueden colocar todas las etiquetas extraliterarias imaginables, incluida la de “gran dama de la ciencia ficción”.
Ya en 2018, la propia Capitán Swing publicó aquí su célebre Parentesco (1976) y el año pasado la voluntariosa Consonni hizo lo propio con Hija de sangre y otros relatos (1996). Mientras escribo esto me llega incluso la noticia de que la editorial Nova acaba de publicar La estirpe de Lilith, que recoge en un solo tomo la famosa trilogía “Xenogénesis” (1987-1989) —ya publicada aquí hace un buen porrón de años en traducción de Luis Vigil por la muy querida editorial Ultramar—. Hacía tiempo, por tanto, que no veía un desembarco editorial tan contundente y desde tantos frentes. El “mercado” quiere claramente que leamos hoy día a Octavia E. Butler y en ello estamos.
En La parábola del sembrador, que bien podría ser considerada —junto al Dudo Errante (1980) de Russell Hoban— una de las últimas grandes distopías de finales del siglo XX, asistimos al nacimiento tanto físico como espiritual de una nueva comunidad construida alrededor de una serie de personajes en huida que van encontrándose a lo largo del camino. Huyen de un mundo violento por culpa de las escaseces, un mundo futuro que no tiene nada de futurista si nos atenemos a los patrones de la ciencia ficción clásica. En La parábola del sembrador no encontraremos ningún elemento extraño a nuestra actual realidad, en una exitosa decisión estética que probablemente sea la culpable de la enorme vigencia que sigue teniendo esta novela que podría haber sido escrita ayer.
Esta novela, que podría haber sido escrita ayer, es una de las últimas grandes distopías de finales del siglo XX
En el prólogo que acompaña a esta edición, la activista Gloria Steinem, flamante premio Princesa de Asturias de Comunicación, se encarga de resaltar con acierto los elementos que hacen que esta novela sea singular no solo en lo estrictamente literario (originales son sin duda las múltiples referencias a la religión que recorren todo el texto, desde la obvia del título pasando por el hecho de que la joven protagonista posea el extraño don paralizante de la hiperempatía —por el que inevitablemente es capaz de sentir el dolor de la gente que le rodea— y dedique buena parte de la travesía a redactar un largo poema de corte trascendentalista llamado “Semilla Terrestre” —que hará las veces de ideario de una nueva fe—), sino también desde la perspectiva de las (re)lecturas feministas o incluso (anti)racistas que puedan hacerse ahora.
No ya tanto de la historia en sí —en el fondo de lo más clásica y convencional, en tanto que acompaña a un grupo de personajes a la deriva que trata de encontrar un refugio donde empezar de cero—, como de las distintas decisiones que toman los citados personajes a lo largo de la travesía, pues debe advertirse que estamos ante un texto sumamente reflexivo, escrito a modo de diario.
Así, de entre las numerosas vivencias relatadas en primera persona por la joven protagonista sorprende por ejemplo sobremanera la naturalidad con la que se plantean las necesidades sexuales de un grupo de desconocidos obligados a moverse en comandita. La unión hace la fuerza, sí, pero no debe olvidarse, nos recuerda Butler, que es el ansia de supervivencia lo que fuerza la unión.