“A menudo encontramos nuestro destino en los caminos que tomamos para evitarlo”, decía Jean de La Fontaine. Padre de la fábula moderna, el francés reescribió muchas de las historias de Esopo y Horacio, pero también de tradiciones orientales, adaptándolas a su época, con un estilo más refinado en forma de poesía. Suyas son las versiones de La cigarra y la hormiga, El cascabel del gato o La zorra y la urraca que todos conocemos hoy, relatos morales, máximas para la supervivencia, e instrumentos pedagógicos de primer orden en unos años donde la cultura popular todavía era plenamente oral.

Escritor fundamental de la literatura francesa, de él dijo Flaubert que era el único de su época capaz de entender y dominar las texturas de la lengua gala. Cuando se cumplen 400 años del nacimiento del escritor, uno de los más traducidos y leídos en el mundo, la editorial Libros del Zorro Rojo publica una edición conmemorativa de sus fábulas, ilustradas por otro virtuoso artista, Marc Chagall, que incluye 43 gouaches del pintor, en su mayoría inéditos, presentados por primera vez en París en 1930.

Proveniente de una familia acomodada relacionada con el funcionariado de Luis XIII, La Fontaine nació un 8 de julio de 1621 en una mansión de Château-Thierry, donde pasó sus primeros años de juventud. Tras una breve estancia de año y medio por un seminario parisino, el fabulista reanudó sus estudios de Derecho en la capital francesa. Allí frecuentó el mundo cortesano y poético de la época con otros jóvenes poetas como Pellisson, François Charpentier, Tallemant des Réaux o Antoine de Rambouillet de La Sablière.

Jean de la Fontaine retratado hacia 1670

En 1652, adquirió el cargo de maestro particular trienal de aguas y bosques y heredó las tareas de gestión forestal de su padre, lo que le permitió, por un lado, dedicar gran parte de su tiempo a la escritura y, por el otro, entrar en contacto por primera vez con aquella animada naturaleza que poblaría poco después sus fábulas. A raíz de la publicación de su primera obra, una adaptación de El eunuco del romano Terencio, La Fontaine se codeó siempre con el poder, que llegó a ridiculizar y satirizar sutilmente en sus fábulas, y mantuvo entre sus mecenas a personajes ilustres e influyentes como el todopoderoso ministro de finanzas, Nicolas Fouquet, o a varias nobles de la corte de Luis XIV, como la duquesa de Bouillon y la duquesa de Orleans.

Un referente secular

Miembro del llamado Cuarteto de la Rue du Vieux Colombier junto a autores de la talla de Molière, Racine, y Boileau, en 1684 ingresó en la Academia Francesa, y participó de forma activa en el mundo intelectual de la época. Culturalmente inquieto, se inspiró en Ariosto, Boccaccio, François Rabelais y Margarita de Navarra para sus cuentos y novelas y cultivó además la poesía, la ópera, el teatro y algunas comedias.

Autor de un total de 243 fábulas, que publicó en varios tomos —entre 1668 y 1679—, con tono didáctico y moraleja, La Fontaine renovó este género considerado en su momento como inferior, gracias a un lenguaje poético y a su poderoso ingenio. Caracterizas por su brevedad, aparente simplicidad y protagonizadas por animales antropomórficos, la primera publicación de estas fábulas, que incluían los libros del I al VI, fue en 1668. Inspiradas en los modelos del mundo grecolatino como Esopo y Horacio, una de sus historias más conocidas, La cigarra y la hormiga, fue el punto de partida de estos relatos breves que continuó con éxito en 1679 y que bebían además de las tradiciones narrativas y orales orientales y occidentales.

Consideradas desde su publicación obra cumbre de la literatura francesa, debido a sus carácter didáctico y universal, estas fábulas fueron publicadas en varias ediciones ilustradas a lo largo de los sigloscon grabados de Jean-Baptiste Oudry a mediados del XVIII, de J. J. Grandville en 1883, de Gustave Doré en 1867 y de Benjamin Rabier, ya a comienzos del siglo XX. Aquellas ilustraciones, sin embargo, no contentaron al marchante y galerista francés Ambroise Vollard que, en 1926, encargó a Marc Chagall, por su estética “densa y sutil, realista y fantástica”, una nueva interpretación pictórica.

Ilustraciones de Chagall para las fábulas 'El zorro y los pavos' y 'La rana que quiso ser tan grande como el buey'

La lucha contra la estupidez

“Quienes han ilustrado hasta ahora las Fábulas sólo han reflejado algunos de sus méritos —escribió en un artículo—. Unos han visto en La Fontaine a un narrador de anécdotas; otros, al observador cruel de la comedia humana; estos últimos, a un espíritu contestatario con dotes de caricaturista, diletante, con un fondo de moralidad burguesa; aquellos a un autor de lo pintoresco, la naturaleza y los episodios de la vida rural, un satírico, un descriptivo, un animalista. Todos lo circunscribían a uno u otro punto de vista, como si no comprendiesen que abarcaba todo eso y más”.

Presentadas por primera vez en París en 1930, las ilustraciones de Chagall, sin embargo, provocaron en la prensa diferentes reacciones, muchas con tintes antisemitas, cuando algunos críticos llegaron a plantearse: “¿Cómo un judío eslavo osaba acercarse al alma latina?” o “¿encargar la ilustración de La Fontaine, un poeta tan esencialmente francés, a un ruso, y nada menos que a Chagall?”. Curioso, recordaba el propio Villard, en un autor tan internacional como La Fontaine, que bebió de fuentes persas, hindúes, árabes e incluso chinas, “de las que tomó no sólo temas, sino a veces hasta el marco y la atmósfera de sus recreaciones”.

Autor de frases tan universales y atemporales como “todos los cerebros del mundo son impotentes contra cualquier estupidez que esté de moda”, “nada es más peligroso que un ignorante amigo; más valdría un sabio enemigo” o “la excesiva atención que al peligro se presta nos hace incurrir en él con frecuencia”, La Fontaine, con la salud deteriorada desde 1692 y enfermo de tuberculosis, renegó en 1693 de parte de su obra, amonestado por la censura por algunos de sus relatos, y prometió dedicarse a textos más "piadosos".

El 13 de abril de 1695 moriría un escritor que no solo renovó y popularizó el género de las fábulas sino que influyó a su vez en el gran despertar del cuento popular europeo, que, tras el testigo tomado por sus paisanos Charles Perrault o Madame Leprince de Beaumont, viviría su auge definitivo durante el Romanticismo, de la mano de autores como el danés Hans Christian Andersen o los hermanos Grimm, que incluyeron en el folclore europeo todo el corpus de leyendas germanas y nórdicas.

@mailouti