Irene Cortés Arranz (Almería, 1980) nos invita en Arritmia, su primer libro, a toda una poética del mar. Sensual y apacible, potencial y mistérico. El mar como lenguaje y como cuerpo, como un amparo muy sutil de música silente, como una clave interna que se contempla nítida y en marcha, con su veracidad confesional despojada de artificio.
“Cala de los muertos” es un poema inaugural en el que nos confiesa que “Cuando no tienes nada que decir / cierras en derredor una muralla”. Aunque más adelante, cuando hemos renunciado, por ahora, a unas cuantas cimas ideales, para nuestra fortuna descubrimos que “A ras de tierra también hay oxígeno”. Tenemos a una mujer reafirmada en su herida, porque la padece aún, lejanamente, y “las costillas, paredes agrietadas, / se tambaleaban”. Aunque haya casas que no merezcan el precio que se ha pagado por ellas, antes o después, al despertar, hay que tapiar todas las ventanas.
De eso va este libro, con su eco y guiño a Los desengaños, de Antonio Lucas, desde una sencillez del discurso poético que se interna en su propio temblor sin renunciar al nombre del sentimiento. Aunque la charca inunde la casa y jamás consigamos renunciar a ser nosotros mismos, porque nos ahogaríamos. Y entre las emociones hay hallazgos: “Bombillas de filamentos / chamuscados por el uso. / Así nosotros / en esta despedida”. Mientras los hilos de cobre se tocan por última vez, queremos recordar qué nos llevó al kilómetro cero de todas las ciudades del mundo.
Junto a “La anciana de Montmartre” pasa el viejo París y también el fantasma de Cortázar, antes de descubrir que en la pared del más hermoso de los museos también acecha el abismo.
EXTRAMUROS
Lanzan estos árboles los brazos hacia el cielo
imitando al humano al que casi no han visto.
Todo aquí y allá se nutre de agua
y la lluvia perenne se compone de ausencias
o, lo que es lo mismo,
sombras que bajan y suben
por el tobogán del tiempo.
Es hora de ser y contar.
Quiero ir a Dufftown
y ver cómo los pájaros dibujan
el rostro abandonado de todas las memorias (…)