Ha causado bastante revuelo la última obra de Roberto Villa García (Ítrabo, Granada, 1978), 1917. El Estado catalán y el soviet español, básicamente por dos motivos: la indisimulada pero razonada defensa que hace del rey Alfonso XIII y la detallada comprobación de los indicadores de calidad de nuestro sistema representativo en relación con los países de nuestro entorno. Villa se suma a una corriente cada vez más nutrida de notables historiadores que niegan la excepcionalidad española.
Sostiene el profesor de la Universidad Rey Juan Carlos que el régimen de la Restauración iba camino de consolidar una democracia “homologable” y que la “revolución de 1917 no llegó a una España estancada hasta el atraso, sino a un país inmerso en un proceso de cambio acelerado”. De tal suerte que si el sistema de la Restauración no constituyó un trance sombrío y aldeano previo a la dictadura y proclamación de la República, a la larga ha de admitirse que la Segunda República no fue el principio de todas las primaveras.
Antes bien, para Villa, el devenir y curso que siguió fue el corolario a la crisis abierta en 1917 y, por tanto, no fue un inicio sino un final, lo cual solivianta estados solidificados de opinión. Máxime teniendo en cuenta que Villa ya había abierto brecha con 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular, publicado con Álvarez Tardío. Villa es reincidente aunque cambie de periodo. Y cambia de periodo aunque no cambie de registro.
Lo que llama poderosamente la atención de 1917 son su claridad y orden. Villa escribe muy bien, de manera didáctica y con un estilo muy directo. Pero sobre todo disecciona, clasifica y sistematiza el año objeto de estudio en círculos concéntricos. De lo general a lo particular: del fresco y paisaje a los acontecimientos concretos y puntuales; y de los hechos a las consecuencias. Los cuatro primeros capítulos pormenorizan el contexto: España y la Gran Guerra, el movimiento obrero, el parlamentarismo y la cuestión catalana; después, narra los sucesos que arman y sostienen la tesis propuesta. La conjunción del socialismo revolucionario con el nacionalismo catalán terminó por malograr la Restauración. Villa deja abierta la puerta de su siguiente investigación.
Según defiende el autor, la conjunción del socialismo revolucionario con el nacionalismo catalán terminó por malograr la Restauración
El autor tira de un recurso anglosajón y magnético: la búsqueda de un año pivote que tiene proyección explicativa; 1917 no es un año cualquiera, es el de las revoluciones en Rusia, la “liberal” —con todos sus matices— y la bolchevique. El 1917 ruso se explica sobre febrero y octubre; el 1917 español se explica con agosto y octubre. En agosto, las juntas militares decidieron asumir el programa de la asamblea de parlamentarios y forzar la formación de un gobierno nacional, con presencia de todos los partidos, que procediera a la convocatoria de unas Cortes Constituyentes elegidas mediante elecciones “neutras” organizadas por el general Marvá. Las juntas obligaban a Romanones y Dato a abandonar la política y daban al rey la opción de aceptar el plan o abdicar. El coronel Márquez era el cabecilla del “golpe”, Villa añade que en connivencia con Cambó.
Aparece una tercera razón por la cual el libro ha provocado malestar en la historiografía orgánica: el catalanismo no existe, es un nacionalismo muelle que calcula sus recursos y se adapta a las circunstancias. Villa somete a Cambó a un proceso de desmontaje, incluso saltándose el canon establecido por su gran biógrafo, Jesús Pabón, que abordó la figura del político catalán en pleno franquismo. Villa sitúa a Cambó en el epicentro de la conspiración contra Alfonso XIII aquel año aciago. Da igual que se mostrara partidario de conciliar “hecho peninsular” con “hecho diferencial”, fue un independentista avant la lettre.
Según esto último, hay una cuarta razón que explica el revuelo generado por 1917. Villa no hace concesiones al presentismo, pero su minuciosa investigación aparece justo en un momento en el que resulta inevitable establecer comparaciones y paralelismos. Villa comenzó hace más de tres años su trabajo y no es ajeno a su tiempo. Para los revolucionarios de izquierda y nacionalistas catalanes, el enemigo a batir era entonces también el rey porque la Monarquía dota de sentido a la continuidad de la nación.
La investigación del profesor Villa García aparece en un momento en que resulta inevitable establecer comparaciones y paralelismos con el presente
En octubre de 1917, Alfonso XIII sacrificó a Dato para sostener la Corona. Fue el segundo golpe del año de la pretendida “sovietización” de España. Como narra el autor, tampoco faltó el proyecto de institucionalizar una red de soviets a la manera rusa. Villa, que ha buceado en archivos de embajadas y consultado legajos en varios países, toma la expresión “soviet de oficiales” de una descripción de los acontecimientos del agregado militar francés, el general Denvignes, para quien “funcionaba” de manera similar al de Petrogrado.
Avanzado el libro, Villa dedica un capítulo al “soviet de los sargentos”: “La Junta de Madrid (…) contaba con un comité de acción secreta (…) [vinculado a la CNT] cuya misión era actuar como junta suplente en caso de que el Gobierno arrestara a la titular. Si esto ocurría, estaban preparados para dar un golpe que incluyera el secuestro del rey”. Toda la peripecia de los meses posteriores a octubre de 1917 —y durante 1918— adquieren aspecto de sainete. Villa compara el estado de la revolución en distintos países europeos. Por su parte, España se disponía a celebrar las primeras elecciones sin turno desde 1879. La Restauración seguía moviéndose hacia la modernización.
Por último, 1917 aporta dos elementos distintivos más que redondean la obra. El primero no es original: Villa emplea el espejo ruso. Nada se explica en Europa al margen de la Primera Guerra Mundial. No es que la Gran Guerra haya de citarse como causa o acelerador de las revoluciones rusas, es que nada de lo que sucede durante el periodo revolucionario es ajeno a la Guerra. Villa traslada ese marco interpretativo al caso español. El otro elemento sí es original: el autor se muestra ácido con buena parte de los dirigentes del momento. Admirador de J. J. Linz, demuestra cómo el arrojo y conducta de los líderes resulta decisivo para sostener las instituciones. Villa puntualiza lo que hizo cada cual en cada momento. Y concluye que “la supuesta ‘renovación’ de 1918 fue un lema vacío”: “España fue el único de los países neutrales europeos que no culminó la construcción de una democracia liberal”. Fue por 1917.