Sirva la siguiente recomendación como aviso a los lectores: no es esta una novela en sentido estricto. Contiene ficción con trazas de realidad abordada desde la óptica de una sátira surrealista, truculencias, humor sórdido… Es un espacio que no respeta convencionalismos, no hay un recorrido lineal ni un sentido predeterminado. Es probable que un lector ávido tarde en encontrar la salida entre tanta incertidumbre provocada por once voces narrando, de manera fragmentada y discontinua, una pequeña parte de lo que parecen sus respectivas posiciones en la novela No hay gacelas en Finlandia.
No es la primera obra de este joven autor madrileño (1992), poeta y narrador. Otros títulos (Molly House, 2017, Tres en raya, 2019) han despertado interés pero esta parece su apuesta más ambiciosa y arriesgada y, hasta el momento, ya ha sido reconocida con el Premio 25 Primaveras de novela. Avisemos de la imposibilidad de sintetizar de qué trata sin considerar la miscelánea de referencias literarias (Calvino, Burroughs…) y temáticas que se darán cita en estas páginas. Se puede anticipar que la técnica empleada para romper la linealidad consiste en poner al lector frente al reto de ordenar las piezas que se le ofrecen.
Ajena a convencionalismos, 'No hay gacelas en Finlandia' no es una novela en sentido estricto, sino una historia ambiciosa y arriesgada
Doce partes componen el conjunto, cada una la forman diferentes piezas señaladas con el nombre del personaje que le pone voz. Arranca cada sección con una enigmática cita correspondiente a un informe de 2017 titulado LGF (Las gacelas en Finlandia). Lo que nosotros vamos leyendo es la extraña peripecia que conduce de Claudia (tras tropezar por azar con un cuaderno mecanografiado, sin título ni autor) a Olvido (lo dejó en un contenedor intentando deshacerse de su vida con Aurelio tras la ruptura, aunque este no deja de interferir en su vida a través de correos electrónicos que incluyen la historia de la familia Lehrer). Un fragmento de ese legajo se lo guardó Claudia en un bolsillo y lo perdió en el metro, donde lo encontró Mario, que desde que dejó su trabajo deambula por él como por un “no lugar” donde se siente bien.
Leer esta singular novela es participar con atención de lo que cuentan unos y otras, forjar el tejido de coincidencias que dan sentido (el que cada lectura proponga) a tanto aparente sinsentido, intuir que son muchos los temas salpicados por la trama (identidades, prejuicios, diferentes formas de violencia…), atar cabos. Y en el cruce de tantas combinaciones escuchar consideraciones sobre la imposibilidad de ser libre. Y acaba el lector por corroborar el interés de esta propuesta convertida en negación a través de esa metáfora: tampoco es posible que haya gacelas en Finlandia.