Casta. El origen de lo que nos divide
Isabel Wilkerson
Traducción de Antonio Francisco Rodríguez Esteban. Paidós
Barcelona, 2021.520 páginas. 24 €. Ebook: 10,99 €
Un crítico no debería traer a colación superlativos. Su función es explicar, expandir el contexto, y hacer sutiles distinciones. Pero, de vez en cuando, el autor o la autora de una reseña eleva el volumen como a través de un megáfono en la cima de una montaña. Tuve este pensamiento al leer Casta. El origen de lo que nos divide, un volumen extraordinario, casi con seguridad la obra de no ficción más importante en lo que va de siglo en Estados Unidos.
El ensayo de Wilkerson (Washington, 1961) trata de la brutalidad con que las percepciones equivocadas sobre la raza han desfigurado nuestro país, un tema que los grandes historiadores y los novelistas han examinado desde múltiples ángulos con precaución, rabia, y, a veces, agudeza.
También es una obra de síntesis. La autora toma prestado de todo lo que la ha precedido, y el libro descansa en muchas espaldas. Si Casta toma tierra con tanta firmeza es porque la historiadora, la socióloga y la periodista no están reñidas con la ensayista y la crítica que lleva dentro. El libro es una obra compleja que hace una cosa sencilla. Su autora, galardonada con un merecido Premio Pulitzer por sus reportajes nacionales cuando trabajaba en The New York Times, y cuyo anterior libro, The Warmth of Other Suns: The Epic Story of America's Great Migration [El calor de otros soles. La épica historia de la Gran Migración de Estados Unidos], mereció el Premio del Círculo Nacional de Críticos Literarios, evita palabras como “blanco”, “raza” o “racismo”, en favor de términos como “casta dominante”, “casta privilegiada”, “casta superior” y “casta inferior”.
Habrá quien haga objeciones puntillosas a su equiparación de raza y casta. (La clase social es un asunto aparte, al que Wilkerson solo se refiere en contadas ocasiones). La autora no afirma que ambos términos sean sinónimos. Sostiene que “pueden coexistir en la misma cultura, y sirven para reforzarse mutuamente. En Estados Unidos, la raza es el agente visible de la fuerza invisible de la casta. La casta es los huesos; la raza, la piel”. No hace falta que el lector acabe de entenderla del todo en este punto para que el libro le parezca fascinante. Wilkerson acerca ambos conceptos al mismo tiempo que trata las heridas internas que no han coagulado en Estados Unidos.
Un sistema de castas, asegura, es “una construcción artificial, una clasificación fijada y arraigada del valor humano que establece la supuesta supremacía de un grupo frente a la supuesta inferioridad de otro basándose en la ascendencia y en rasgos inmutables que, en abstracto, serían neutros, pero a los que se adscribe un significado de vida o muerte”.
“A medida que avanzamos en nuestra vida cotidiana, la casta es el acomodador silencioso en un teatro a oscuras que, con la luz de su linterna, nos guía por los pasillos hacia nuestros asientos asignados para una actuación”, escribe Wilkerson, que observa que la casta “tiene que ver con el respeto, la autoridad, y las supuestas competencias: a quién se le reconocen y a quién no”.
La autora elabora inquietantes comparaciones entre el tratamiento que da la India a sus intocables y el que da Estados Unidos a los afroamericanos
El uso que hace Wilkerson de las palabras sirve eficazmente para sacar nuestra mente de los viejos carriles, y permite a la autora hacer inquietantes comparaciones entre el tratamiento que da India a sus intocables, el que dio la Alemania nazi a los judíos, y el que da Estados Unidos a los afroamericanos. Los tres países “utilizaron la estigmatización de los considerados inferiores a fin de justificar la deshumanización necesaria para mantener en lo más bajo a los clasificados como inferiores y racionalizar los protocolos de imposición”.
Wilkerson no rehúye la brutalidad que ha acompañado a esta clase de deshumanización. Como si los sacara de una profunda reserva, siempre tiene a mano un ejemplo óptimo. Se necesita determinación y estómago para fijar la mirada en los detalles, y no en las generalidades, de las vidas sometidas a la esclavitud, las leyes segregacionistas y la reciente experiencia estadounidense.
Casta tiene un comienzo incierto. Sus primeras páginas evocan, a la manera de una novela distópica, los resultados de las elecciones de 2016 junto con el ántrax atrapado en el permafrost que se libera a la atmósfera con el calentamiento global. Con ello, Wilkerson hace referencia a las viejas ponzoñas que vuelven para perseguirnos. Pero, al incluir el cambio climático (un tema sobre el que no vuelve realmente en ningún momento) tan al comienzo del libro, uno se pregunta si Casta no será más que un cajón de sastre de impresiones de pesadilla. Pero no lo es.
El análisis que hace la autora de las elecciones de 2016 y de la política estadounidense en general devuelve al lector a la realidad inmediata. Para cualquiera que imaginara que la elección de Obama fue una señal de que Estados Unidos había empezado a entrar en una era posracial, Wilkerson recuerda que la mayoría de los blancos no votaron por él. La escritora se hace la pregunta que tantos intelectuales y expertos de la izquierda se plantean con perplejidad: ¿por qué las clases trabajadoras blancas de Estados Unidos votan en contra de sus intereses económicos?
Lleva la idea del resentimiento blanco más lejos de lo que muchos analistas han estado dispuestos a hacer. Lo que estos expertos no han tenido en cuenta, sostiene Wilkerson, es que “quienes votaron en ese sentido, estaban votando, de hecho, por sus intereses. Mantener el sistema de castas como siempre redundaba en su beneficio. Y algunos estaban dispuestos a renunciar al seguro médico, a arriesgarse a la contaminación, e incluso a morir para proteger su interés a largo plazo en la jerarquía tal como la habían conocido”.
'Casta' intensifica nuestro sentimiento trágico de la historia. Su lectura es como ver el lento paso de un cortejo largo y demente
En su novela Americanah, Chimamanda Ngozi Adichie proponía que “a lo mejor ha llegado el momento de eliminar la palabra ‘racista’. De encontrar algo nuevo. Como Síndrome de Desorden Racial. Y podríamos tener diferentes categorías para quienes sufren ese síndrome: leve, medio, agudo”.
Wilkerson ha escrito un libro minuciosamente argumentado que evita en gran medida la palabra “racismo”, pero que somete el fenómeno a un escrutinio más riguroso que casi todos los libros. Casta intensifica nuestro sentimiento trágico de la historia. Su lectura es como ver el lento paso de un cortejo largo y demente. Con su sugerencia de que necesitamos algo parecido a la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Sudáfrica, el libro señala el camino hacia el alivio de la alienación. Es un libro que cambia el clima interior del lector.
Mientras leía Casta pensaba a menudo en un par de frases de la novela de Colson Whitehead El ferrocarril subterráneo. “La Declaración [de Independencia] es como un mapa”, afirmaba. “Uno confía en que dice la verdad, pero solo lo sabe si se pone en camino y lo comprueba por sí mismo”.