"Pasarán unos años y olvidaremos todo: se borrarán los embudos de las explosiones, se pavimentarán las calles levantadas, se alzarán casas que fueron destruidas. Cuanto vivimos parecerá un sueño". Ochenta y cinco años después del comienzo de la guerra civil española, borradas casi completamente las huellas físicas del conflicto, el testimonio cargado de denuncia y melancolía de Juan Eduardo Zúñiga (Largo invierno") sobre los ataques aéreos sobre la capital parece haberse cumplido. Quizá por eso, para combatir la desmemoria, Enrique Bordes y Luis de Sobrón, profesores de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad Politécnica, acaban de publicar Madrid bombardeado. Cartografía de la destrucción (1936-1939) (Cátedra).

Considerado como el primer bombardeo moderno sobre una gran capital europea, en el Madrid de noviembre de 1936 confluyeron diversas circunstancias que marcaron su destino, pues hicieron que la ciudad se convirtiera en campo de pruebas de tecnología armamentística de última generación y de entrenamiento con fuego real para pilotos y soldados de la futura Segunda Guerra Mundial. También padeció nuevas tácticas aeronáuticas militares como los bombardeos incendiarios, los nocturnos, los rasantes, en cadena y sin motor, y además vio cómo el bombardeo sobre la población civil se convertía en uno de los pilares esenciales de la estrategia del bando rebelde para empujar a la rendición a los defensores mediante el terror y la desmoralización de los habitantes.

Ciento veinte impactos

No hubo zona de la ciudad libre de impactos de artillería, aunque los autores del volumen destacan que su distribución no fue uniforme en todos los barrios y que hubo una densidad mucho menor en el barrio de Salamanca y una mayor concentración de impactos en las zonas entre la plaza de Moncloa y la calle de Marqués de Urquijo, así como entre las calles de Alcalá y la Gran Vía. El de Telefónica, subrayan, fue un caso especial: observatorio militar, centro neurálgico de comunicaciones y refugio para la población, era un objetivo a batir y, por su altura y localización, un punto de referencia inmejorable para corregir el tiro en el acecho a otros objetivos, lo que explica los 120 impactos de cañón que sufrió el edificio y que dibujó a mano, sobre los planos de las fachadas, su arquitecto, Ignacio de Cárdenas.

Otros edificios no tuvieron tanta suerte y fueron total o parcialmente destruidos y sustituidos por otros, como la Cárcel Modelo, en Moncloa, demolida y sede del actual Ministerio del Aire; o el Teatro Cervantes, el colegio de San Ignacio, el teatro y cine Ideal Rosales o el Palacio de los duques de Frías, convertidos en edificios de viviendas. En cambio, en barrios como Argüelles, el paseo de Extremadura, puente de Toledo o Usera, escenarios de batalla casa por casa, cientos de viviendas fueron arrasadas, transformando completamente el rostro de la ciudad tras la guerra.

Los rastros de la tragedia

Al acabar la guerra, sin embargo, los bombardeos que dejaron la ciudad devastada (apenas quedó un barrio o una zona que no se viera afectada) pasaron a un segundo plano. Como señalan Bordes y De Sobrón, a diferencia de lo ocurrido con Dresde, Stalingrado o Berlín, "raramente se menciona el caso de Madrid cuando se habla de capitales bombardeadas, y muy pocos de sus habitantes conocen este capítulo esencial de su historia reciente, y mucho menos son conscientes de las consecuencias que tuvo sobre la ciudad y quienes vivían en ella". De ahí el interés de esta obra, que rescata el volumen y localización de los siniestros, identifica más de 2.000 edificios madrileños afectados y el armamento empleado, y traza la cartografía de la tragedia.

Conviene dejarlo claro: aunque los autores han recurrido a las imágenes de la época, a documentos públicos y militares, prensa histórica y, sobre todo, al Archivo Histórico del Cuerpo de Bomberos de Madrid, revisando dibujos y planos, fotografías y crónicas, "ninguna de ellas contiene más que una parte de la verdad sobre la destrucción sufrida", lo que explica, por ejemplo, las discrepancias entre los 2.200 inmuebles dañados documentados por los profesores Bordes y De Sobrón, y los siniestros referidos en las estadísticas del Comité de Reforma, Reconstrucción y Saneamiento de Madrid, que maneja cifras mucho mayores en la memoria publicada en 1938.

Por un lado, el Servicio de Socorro a Bombardeos informaba de 6.036 siniestros atendidos solo en 1937; por otro, la Oficina de Estudios Técnicos contabilizaba 3543 edificios deteriorados en diverso grado, tras solo poder revisar completamente los distritos de Centro, Hospicio y Palacio, lo que confirma que gran parte de los daños sufridos no se han podido documentar.

Insensata y heroica

Con todo, no faltan los testimonios de primera mano sobre las masacres cotidianas que asolaron la ciudad, como los que ofrecen, por ejemplo, Arturo Barea en La llama o en Forja de un rebelde; María Teresa León en Memoria de la melancolía o Pablo Neruda en Confieso que he vivido. O Chaves Nogales, cronista de la tercera España, que en A sangre y fuego narra cómo: "En el casco de la ciudad las bombas de los aviones hacen carne siempre. Cuando en una camilla llevan a una pobre muy despanzurrada o a un niño que ya no es más que un revoltijo de trapos y sangre, la muchedumbre de curiosos se siente estremecida por el horror. Cuando el que pasa exánime en las parihuelas es un varón adulto, el hecho, por esperado, parece naturalísimo y nadie se siente obligado a conmoverse. La capacidad de emoción, limitada, exige también economías. En la guerra no se administra el sentimiento con la misma largueza que en la paz".

Y, sin embargo, el periodista también escribe: "Todo este dolor y esta incomodidad y la espantosa carnicería de las explosiones, y aun la certeza de que cada vez será mayor el estrago y más horrible el sufrimiento, no han conseguido abatir el ánimo y la jovial resignación de la gran ciudad más insensata y heroica del mundo: Madrid".

@nmazancot