Hija de su época, con potentes voces emergentes, heredera de una tradición común al continente y jalonada por grandes figuras tutelares entre las que destaca Gabriel García Márquez, la literatura colombiana prepara su desembarco en la Feria del Libro. Ocho escritores de varias generaciones opinan sobre el estado de sus letras, apuntan algunos nombres clave y reflexionan sobre la relación que tienen con el resto de Latinoamérica y España.
Piedad Bonnet
Entre la tradición y la innovación
La literatura colombiana de hoy puede mirarse a la luz de la relación entre los ya consagrados (Laura Restrepo, Héctor Abad, Juan Gabriel Vásquez, Ricardo Silva y otros cuantos), conocidos internacionalmente, y las voces más jóvenes o decididamente emergentes. Mucha gente está escribiendo y publicando en Colombia y, como en todo el continente, hay una literatura escrita por mujeres entre los 30 y los 45 con muy buena calidad literaria (Pilar Quintana es la más veterana de ellas, pero hay otras como Melba Escobar, Sara Jaramillo, Lorena Salazar, Marcela Villegas, Diana Ospina…). También hay voces muy particulares, como la de Giuseppe Caputo, un escritor de gran talento que toca aspectos del mundo queer a partir de historias íntimas, familiares. En fin, el panorama es amplio, y si bien la literatura en torno al tema de la violencia mafiosa y sicarial pareciera no tener ya un auge tan grande, el país violento sigue siendo un tema importante en estas obras, aunque representado desde ángulos distintos (a veces incluso desde lo autobiográfico).
Además, creo que la disparidad sigue existiendo entre el universo lector de los españoles y el de los latinoamericanos. Los lectores colombianos son asiduos de Vila-Matas, Rosa Montero, Almudena Grandes, Javier Cercas o Pérez-Reverte, pero también de gente más reciente, como Manuel Vilas, Sara Mesa, Marta Sanz y Elena Medel. Sí parece que en España interesan algunas mujeres latinoamericanas como Mariana Enriquez, Guadalupe Nettel o Samantha Schweblin, pero todo parece indicar que nosotros seguimos leyendo más a los españoles que ellos a nosotros, a pesar de que somos escritores de 19 países.
Evelio Rosero
Situaciones dispares
La situación de la literatura colombiana no es muy distinta a la de los demás países latinoamericanos, en el sentido de que todas las literaturas participan de los mismos impulsos que originan las obras, la soledad, el amor, la condición humana en definitiva, y, en otro sentido, en Latinoamérica, la tremenda realidad de la vida, la eterna corrupción de los gobiernos, las dictaduras, la impunidad, los delitos de lesa humanidad, la pobreza rampante en países que, paradójicamente, son de naturaleza rica y generosa.
Desafortunadamente, los escritores de cada país no tenemos un suficiente conocimiento de la literatura que se está haciendo en los países vecinos. En mi caso particular, conozco autores mexicanos contemporáneos, pero casi nada de los argentinos o chilenos de hoy, por ejemplo. De España nos llegan catálogos y obras de todos sus autores, que están presentes en las librerías de cada país latinoamericano, pero no ocurre al revés, no es fácil que la obra de un autor latinoamericano se encuentre en Madrid y Barcelona.
Por lo demás, no se puede ignorar la presencia de una fuerza subterránea, creciente, en la nueva novela colombiana, que nada tiene que ver con la influencia del boom, y que es bastante original, a pesar de que siguen existiendo las frivolidades de cada año, las pasarelas de autores tan anodinos y lucrativos que debieron ser, mejor, grandes agentes literarios.
Pilar Quintana
Diversificando los caminos
Vaya por delante que soy más lectora de autores clásicos de mi país que de las obras más recientes, aunque sí veo algo muy evidente y positivo en la actualidad, que nace de una paradoja. Aunque nuestro gran autor, García Márquez, fue un escritor rompedor cuya mayor obra, Cien años de soledad, es una espléndida fantasía, tradicionalmente Colombia ha sido un país bastante conservador en términos literarios. El grueso de nuestra literatura ha sido de corte realista, preocupada mayoritariamente por retratar la sociedad y, en especial, el conflicto violento que nos ha ocupado durante décadas.
Así fue hasta los años 90, donde esto empezó a resquebrajarse, lo que ocurrió ya de manera marcada a partir de la década de 2010, cuando empezaron a surgir editoriales independientes que permitieron que la literatura colombiana se diversificara muchísimo más. Hoy en día tenemos una literatura que abarca géneros como la ciencia ficción, que ocurre en las provincias y no solo en Bogotá y que está escrita por mujeres, por autores negros, voces diferentes. Un gran avance que cada día va a más.
Héctor Abad Faciolince
Gabo en nuestro Cervantes
Mirando al pasado, García Márquez es para nosotros el clásico que no tuvimos en la Colonia, y preguntarnos por él es como preguntarles a los españoles por Cervantes. Es una referencia obvia que estará siempre en nuestras mentes; un genio aparte. No obstante, la literatura colombiana sigue sus caminos, y estos los marcan escritores ausentes en la Feria como Juan Gabriel Vásquez, Santiago Gamboa, Piedad Bonnett, William Ospina, Pilar Quintana, Tomás González o Laura Restrepo. Es una lástima que el Gobierno no los haya invitado por motivos más ideológicos que literarios. Yo tampoco fui invitado, gracias al cielo, a formar parte de la delegación oficial. Pero pienso ir a España, si la salud me lo permite, a apoyar algunos libreros españoles que estimo mucho, yendo a firmar libros el último fin de semana de Feria. Lo haré invitado por el Festival Hay de Segovia y por mi editorial.
La relación con España está llena de admiración y afecto. Leo los libros y mantengo una correspondencia constante con escritores maravillosos a los que quiero mucho. Menciono algunos (Javier Cercas, Irene Vallejo, Fernando Aramburu, Andrés Trapiello, Juan Cruz, Rosa Montero, David Trueba, Marta Sanz, Manuel Rivas, Manuel Vilas...), pero hay muchos otros. Con todos ellos he compartido vinos, conversaciones, libros, y grandes discusiones llenas de entusiasmo sobre cómo escribir novelas y no perder el entusiasmo por este magnífico oficio de escribir.
Margarita García Robayo
Narrar la desigualdad y la injusticia
Me resulta difícil hablar de la literatura colombiana como si fuera un conjunto aunado por elementos que exceden la nacionalidad, porque si algo caracteriza a los escritores contemporáneos de mi país es que somos muy diversos en cuanto a temas, pero también en cuanto a tratamientos y elecciones formales. Lo que sí creo es que se produjo un recambio generacional lógico y ahora entran en escena autores nacidos en los años setenta y ochenta; o sea, autores que crecieron y se formaron en la década del noventa, que fue tan particular en nuestro país porque estuvo atravesada por la cultura narco y la apertura económica (entre otras cosas), lo que de algún modo nos ubicó en ese lugar de testigos de una opulencia que nunca nos tocaba.
Creo que algo de eso se ve en algunas obras de autores contemporáneos. Y la violencia, que históricamente ha sido tema obligado en el relato de Colombia, no desaparece, sino que cobra formas distintas, quizá menos literales, más subrepticias. Pienso que quizá los abordajes son menos grandilocuentes que en las obras de autores anteriores, pero igual de ambiciosas en cuanto querer no solo retratar nuestra geografía y nuestro tiempo, sino querer intervenir discursivamente en lo que nos pasa como sociedad.
Al mismo tiempo hay algo sintomático en el país que afecta a las producciones artísticas, y es el surgimiento (en realidad no es que recién surja, sino que en el último tiempo se ha hecho más visible) de una masa inconforme, que protesta y pide por cosas esenciales, pero que a los ojos de algunos parecen estrafalarias porque nunca han estado a su alcance. Creo que la literatura colombiana siempre ha sido muy consciente de su territorio y de su tiempo. Los autores contemporáneos no son ajenos a lo que sucede en el país, y el tipo de historias que se cuentan (incluso cuando pretenden tardarse de otra cosa) suelen estar atravesadas por una profunda sensación de desigualdad e injusticia.
Jorge Franco
La pereza hacia la lectura
Siento que desde hace mucho tiempo se mira a Colombia, desde afuera, como un territorio muy fértil para la creación literaria. En cuanto a los cambios que ha tenido, yo diría que más que en temáticas o estilos, lo que me llama la atención es la cantidad de nuevos nombres, muchos de ellos talentosísimos, y que están siendo bien recibidos por los grupos editoriales y muy aceptados por los lectores. También vale la pena resaltar las nuevas voces femeninas en nuestra literatura. Percibo que ahora hay muchas más que antes, sobre todo en la escritura de novelas. Esto es algo que también está sucediendo en toda Latinoamérica.
Es difícil predecir hacia dónde se encamina nuestra literatura, o cualquier literatura. Casi siempre toma el mismo camino de la humanidad para hacer lo que siempre ha hecho: narrar desde las esquinas oscuras de la condición humana, sacudir estructuras, poner el dedo en la llaga, ser espejo o simplemente contar, que no es poca cosa.
Mi relación con otras literaturas de Hispanoamérica siempre ha sido buena. Me gusta leer en el idioma que escribo y he notado, desde hace ya bastante tiempo, que cada vez es más lo que nos une en cuanto a estilo y temáticas. Hace mucho Latinoamérica dejó de ser un territorio rural en nuestra literatura, y con este fenómeno hemos perdido y también hemos ganado. Aunque es mejor verlo en términos de evolución, que es algo que tiene que suceder en todas las literaturas del mundo. Sin embargo, sigue habiendo un gran obstáculo al momento de cruzar nuestras fronteras. Es inaudito que teniendo cientos de millones de hispanoparlantes, sea tan difícil ser leídos en otros países hispanoamericanos. Ahora lo es un poco menos que antes, gracias a los libros digitales, pero en el formato de papel es muy complejo obtener el visado de las casas editoriales para ser publicados en otros países. Sin embargo, creo que buena parte del problema es que seguimos siendo países con índices de lectura muy bajos, y frente a eso no hay nada que hacer. La pereza hacia la lectura está en nuestro ADN.
María Gómez Lara
Poderosas voces de poetas
Nuestra literatura es muy diversa, y no creo que sea posible hablar de una relación unívoca con García Márquez o con la violencia. Es decir, claro, somos producto de una tradición literaria y de un contexto, pero cada autor lo incorpora de manera distinta. Hay una presencia fuerte de literatura hecha para elaborar ese conflicto que por tanto tiempo nos ha pesado, y también hay maneras alternas de tratarlo, resignificarlo, darle la vuelta; o centrarse en otros temas. Para mí García Márquez es importantísimo, es un autor que adoro, pero creo que ya ha pasado suficiente tiempo para no estar escribiendo en respuesta a él, sino conviviendo con él, como un amigo que nos acompaña. También creo que en estos tiempos lo que nos nutre y nos influye viene de todas partes: ya no estamos limitados al contexto nacional. Y ahora hay un panorama muy interesante de poesía escrita por mujeres, tanto las poetas más consagradas como mis compañeras de generación están creando unas voces muy poderosas.
Claro, al compartir un idioma hay una relación muy rica en diálogos e influencias. El mundo editorial juega un papel fundamental, y ahora hay varios autores colombianos que están siendo publicados en editoriales españolas, y eso ya tiende un puente. Creo que podríamos comunicarnos y leernos aún más, pues así tengamos una lengua en común con frecuencia los países hispanohablantes nos aislamos entre nosotros, pero cada vez hay más contacto. Y admiro la labor que hacen las editoriales independientes tanto en Colombia como en España, sobre todo para invitarnos a leer autores diferentes y ampliarnos la mirada.
José Ardila
Descentralizar la literatura
De la literatura colombiana actual tengo una intuición que es un deseo: una tendencia cada vez más marcada hacia la descentralización, a la diversidad de las historias publicadas, a los orígenes de los autores. Pienso en Cristian Romero, por ejemplo, en Medellín; en Margarita García Robayo y Orlando Echeverri, que son de Cartagena; en Lorena Salazar, que acaba de sacar una novela preciosa que sucede en Chocó; en Daniel Ferreira, que se ha interesado por las génesis de la violencia colombiana pero, para contarlas, se ha alejado de las grandes ciudades; en la misma Pilar Quintana, que vive en Bogotá, pero es caleña, y viene sonando desde hace un rato, y con justicia, por La Perra, una historia sencilla y dolorosa de una mujer del Pacífico colombiano.
Después de García Márquez, supongo, el campo de nuestro país parecía vedado como escenario, como tema, para todo escritor colombiano. Y hubo una saturación de historias que sucedían en la ciudad, con las preocupaciones de la ciudad y con los ritmos, los afanes de vértigo de la ciudad. Lo que me parece que está sucediendo ahora es que los escritores se están permitiendo mirar el campo de Colombia sin miedo, a partir de preocupaciones propias, de las lecturas que han acumulado y los intereses que los atraviesan: la ciencia ficción, la novela biográfica, el fantástico de brujas y espantos, la novela histórica...
Casi igual de importante en esto, o más, es el rol de las editoriales, sobre todo las independientes, porque han entendido que esas historias también tienen lectores. Y muchos. Se han arriesgado y el riesgo ha sido recompensado. Quizás por las facilidades de conexión actuales, porque hay editoriales pequeñas en Latinoamérica que, sin embargo, tienen el peso suficiente para ir a ferias por toda la región, esas historias que antes estaban en la periferia de cada país pueden llegar sin muchos problemas a lectores de todo el mundo. Me gusta pensar que el interés en Europa por la literatura latinoamericana es el resultado de ese riesgo conjunto asumido por autores y editores.