Era esperable que un episodio excepcional como la pandemia presente estimulara la escritura, algo que las redes sociales han facilitado al extremo. No la he seguido con detalle ni perseverancia, pero lo que mayoritariamente he visto han sido textos de urgencia comunicativa sin relieve creativo. Con alguna excepción como el hondo y ágil poemario de Femando Beltrán La curación del mundo, que condensa una dura experiencia en una percutiente anáfora, “A la naturaleza le da igual que mueras o no mueras”, y asegura que “Nada será ya como antes”.
Una inquietud semejante a la de este verso lapidario ha movido a Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) a escribir Volver a dónde. Es un libro testimonial que cuenta la epidemia todavía amenazante. Dos centenares de secuencias breves recogen lo ocurrido desde que se decretó el estado de alarma y hasta finales de año. Unas tienen forma de dietario que se abre y cierra en junio de 2020 e hilvana abundantes apuntes discontinuos. Las otras presentan anotaciones que brotan de la agotadora experiencia sanitaria y tienen un marco temporal más dilatado: llegan al diciembre del pasado año y se remontan por la historia del propio autor hasta su niñez y, aún más allá, a la anteguerra.
Volver a dónde pertenece a ese mismo ámbito de escritura desde lo privado que ha atendido Muñoz Molina en obras recientes. Es, genéricamente, una muestra del gusto de nuestras letras últimas por la autoficción. Pero le insufla un sesgo personal. No se trata de un libro simple, ni en la forma ni en la intención. De entrada, puede parecer la crónica apremiante de sucesos inmediatos, una escritura rápida como la que el autor aprecia en algunas obras de Galdós que tienen algo de recreo de sus empeños mayores. Pero es una impresión engañosa porque siendo crónica, ésta se convierte en disparadero de un texto reflexivo, de un ensayo bien ahormado en pensamiento y de una sentida prosa confesional.
'Volver a dónde' es un viaje en el tiempo hacia un pasado de valores y esfuerzos no prescritos, una vuelta a las raíces personales y colectivas
Tampoco es cuestión, claro, de dar a entender que estos últimos valores minimizan la crónica, porque la voluntad y mérito de esta son notables. Lo cual viene de una gran capacidad de observación que Muñoz Molina ha demostrado ya muchas veces y revalida ahora. Los muertos, los plurales estragos del virus, la terrible situación de las residencias de ancianos, el abnegado trabajo de los sanitarios, la impresión de soledad y desconcierto, el silencio de las calles, el vislumbre de una ciudad “socialdemócrata” caminada y respirable, la sensación de tiempo detenido, la mística de los solidarios aplausos ciudadanos a las ocho de la tarde, las replicantes caceroladas que denuesta, la insensatez de algunos jóvenes… se apuntan con detallismo de reportaje vivaz. También se enjuician comportamientos, y se insiste en denunciar la bronca entre los políticos, aunque sin neutralidad ni equilibrio: el autor califica de “histérica” a la presidenta madrileña pero en un momento clave de su relato pasa por alto los “Hemos vencido al virus” y “Hemos salido más fuertes”, descaradas profecías del presidente del Gobierno.
La minutísima constatación de la actualidad alcanza, sin embargo, su plena y fecundante importancia como magdalena proustiana que suscita un vigoroso ejercicio de memoria histórica, social y etnográfica de la alta posguerra. En su mayor parte, Volver a dónde es un viaje en el tiempo hacia un pasado de valores y esfuerzos no prescritos, una vuelta a las raíces personales y colectivas que se proyectan hacia el presente y hasta encierran lecciones de dignidad. En lo relativo a lo personal y privado, bastaría con que se hubieran puesto nombres imaginarios a los personajes para que la autoficción fuera una auténtica novela familiar. En ella despliega Muñoz Molina una admirable capacidad para señalar el matiz psicológico y temperamental, una finura propia de los grandes creadores de frescos humanos al apuntar conductas y motivos subterráneos. Y soberbio es también el abanico de emociones y sentimientos que asedian al grupo —padres, tíos y otros familiares directos— y desnudan al narrador.
A través de una memoria tan acuciante como sometida al rigor del análisis y del pensamiento, Muñoz Molina narra la España del subdesarrollo y sus marcas hirientes de pobreza
Sensible, además, Muñoz Molina a la cadena que enlaza la familia a lo largo de la historia, fija en sí mismo la mirada y ofrece una introspección profunda y seria, sin exhibicionismos traicioneros, en la que afloran rasgos sustantivos: carácter apocado, la “falta de sangre”, tendencia depresiva… La exploración íntima y la expresión literaria se saldan en una confesionalidad ejemplar.
La novela familiar se inserta en un fresco de época que remite a una precisa situación social y laboral potenciada por la exactitud descriptiva de los trabajos rurales y por la precisión entre poética y notarial —admirable la adjetivación rica pero sin barroquismo de los frutos de la tierra— de la naturaleza. Pero no se trata de un virtuoso ejercicio de neocostumbrismo estilizado. Es el soporte de una estampa que bien puede incluirse en la biblioteca de la literatura de denuncia. Señala, como he dicho, las raíces de la situación en la anteguerra, y se explaya en los lustros primeros de la dictadura.
Lo que aquí se cuenta, mediando una memoria tan acuciante como sometida al rigor del análisis y del pensamiento, es la España del subdesarrollo con sus marcas hirientes de pobreza, modestia en la vivienda, exigencias laborales sufridas y enormes… Ese retrato de un país de otra época, y sometido a los apremios del franquismo, es a la vez el ámbito de unas personas laboriosas, abnegadas, sufridas en silencio; de una rectitud modélica también de otro tiempo.
Contra la certeza de que “El mundo de después es una mala copia del mundo de antes”, escribe Muñoz Molina con coraje y pasión este libro que desborda la inmediatez para erigirse en una meditativa propuesta regeneracionista galvanizada por una emocionalidad a flor de piel.