Françoise+Sagan

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Letras

Françoise Sagan y la irresponsabilidad del amor

Inacabada por la escritora, aunque esta novela no sea lo bastante ágil y transparente para resucitar a Sagan, hay chispazos de luminosidad

21 septiembre, 2021 09:09

Las cuatro esquinas del corazón

Françoise Sagan

Traducción de Jose Antonio Soriano. Lumen. Barcelona, 2021. 160 páginas. 17 €. Ebook: 7,99 €

Los herederos de las escritoras famosas suelen encontrar manuscritos desconocidos, ocultos en los fondos de los armarios. La publicación en Francia de una novela inédita e inacabada de Françoise Sagan (Cajarc,1935-Honfleur, 2004), quince años después de su muerte, fue recibida, a partes iguales, con entusiasmo y dudas. Denis Westhoff, el hijo de Françoise, reconoce en el prólogo de la obra que solo conserva “un vago recuerdo” del modo en que el original llegó a sus manos. Además, el texto no tenía título, le faltaban pasajes enteros, muchas letras no se distinguían con claridad y estaba lleno de tachaduras y correcciones. Finalmente, los editores insistieron en que el hijo de Sagan “era la única persona que podía reescribir el libro”. El ataque más duro llegó de la periodista Elisabeth Philippe, en Le Nouvel Observateur. Se preguntaba si la novela “era una especie de Frankenstein, cosido a la prosa de Sagan”.

Leyendo la traducción española diríamos que vemos el espíritu de Sagan en el vodevil altoburgués; en la pasión entre una mujer madura y su joven yerno, lo mejor de la novela; en algunas descripciones rápidas y certeras como flechas; en la atmósfera de ligereza que envuelve a los personajes, casi todos atractivos físicamente. Pero en Las cuatro esquinas del corazón falta la escritura fresca y clara de Sagan. Los diálogos son más pesados, menos irónicos que en Buenos días tristeza o en Un sang d’aquarelle, y, sobre todo, los protagonistas carecen de la libertad sensual de otros de la autora. Ludovic, Fanny, Henri, Marie-Laure y Sandra tienen dudas a la hora de actuar, como si la autocensura sobrevolase la novela, algo poco característico de Sagan.

La leyenda de la escritora francesa, con sus automóviles velocísimos, el éxito, los casinos, las noches de alcohol, las drogas, su amistad con Sartre y Miterrand, la bisexualidad, sus problemas con el fisco, empezó en 1954. Una joven burguesa de 18 años llamada Françoise Quoirez publicó una novela que logró un éxito y un trastorno inmediatos, Buenos días, tristeza. La autora obtuvo el Premio de la Crítica, con miembros tan prestigiosos como Georges Bataille y Maurice Blanchot. Desde entonces adoptó el seudónimo de Sagan, prestado de un personaje de Proust, Hélie de Tayllerand, príncipe de Sagan.

Inacabada por la escritora, aunque esta novela no sea lo bastante ágil y transparente para resucitar a Sagan, hay chispazos de luminosidad

El mismo año se publicó Los mandarines, de Simone de Beauvoir, que ganó el Goncourt. Eran dos caras de la misma Francia. En la novela de Sagan, la burguesía frívola y cínica en el amor, ávida de emociones, olvidadiza de la última guerra, se mueve por instintos, sin pensar en las consecuencias. Los mandarines, en cambio, retrata a los intelectuales parisinos en los años de la posguerra y sus reflexiones sobre una nueva moral comprometida. Una moral que, a la larga, resultó más que confusa. “El pecado es la única nota de color que subsiste en el mundo moderno”. Esta frase de Oscar Wilde, citada por Cécile, la protagonista muy bella y joven, resume el escándalo desatado en 1954. Pero nunca el pecado había sido tan elegante y en unos escenarios tan sofisticados.

En Las cuatro esquinas del corazón, los “pecados” resultan bastante manidos, la atmósfera de la gran casa de campo suena a déjà vu, a las descripciones les falta la rapidez plástica de Sagan y algunos personajes transpiran un cansancio anticuado. La historia es simple. Ludovic Cresson, hijo de un rico industrial, Henri, tirano y seductor, queda incapacitado tras un accidente automovilístico (se piensa en el grave percance que casi cuesta la vida a la novelista). Marie-Laure, la esposa de Ludovic, “sofisticada e inculta”, desprecia a su marido. Su bella madre, Fanny, de visita en la mansión de los Cresson se enamora de su joven yerno y la pasión es mutua e inevitable.

Como vodevil sentimental da la impresión de permanecer inconcluso, pero mantiene la tensión hasta el final. Aunque no sea lo bastante ágil y transparente para resucitar a Sagan, es una novela donde hay chispazos de luminosidad, como si una Sagan joven exaltase la alegre irresponsabilidad de la pasión, incluso aunque bajo el atrevimiento, se adivine el cansancio, la decadencia y el abismo.