Origen y fuente primigenia de toda manifestación literaria, la oralidad ha sido desplazada desde la invención de la imprenta a niveles populares muy lejanos al mundo académico e intelectual. Esta realidad es la que pretende desmentir la historiadora francesa Françoise Waquet (Perpiñán, 1950), aventajada discípula de Marc Fumaroli, en este original y exhaustivo ensayo en el que explora la tradición oral e investiga su papel en la circulación de conocimiento y la conformación del discurso intelectual y cultural desde el ya moderno siglo XVI hasta hoy.
Y es que, como defiende la investigadora, si bien el invento del libro fue un avance radical a la hora de expandir el conocimiento (ejemplificado en la expresión que da título al volumen, que hace referencia al habla docta y erudita), no lo es menos que en los últimos 500 años la oralidad ha sido otro valor capital, fuera en forma de conferencias, congresos, discusiones y charlas en los cafés, e incluso llamadas de teléfono.
Este original y exhaustivo ensayo explora el papel que juega lo oral en la formación del discurso intelectual
En contra de esa reducción de lo oral al mundo del folclore o al saber antiguo y medieval –en el que la retórica era un pilar fundamental de la educación–, Waquet nos lleva de la mano por las aulas de las más importantes universidades de Occidente, los primeros congresos médicos del siglo XIX e incluso los hoy casi desaparecidos debates intelectuales televisivos y radiofónicos, configurando una auténtica historia cultural de la oralidad en el ámbito académico.
Pudiera pensarse justamente que con el auge actual de la cultura de la imagen y el vídeo la oralidad ganará preponderancia en el futuro, una profecía que la intelectual se guarda de hacer “advertida por las predicciones sobre revoluciones de la comunicación que jamás se produjeron”. Eso sí, esta reivindicación de la palabra hablada en el mundo intelectual debe llamarnos a reflexión en este tiempo de pantallas, pues muestra la importancia de la conversación para forjar ideas, viejo saber que tan bellamente retrató Rafael en su pintura sobre la Escuela de Atenas.