El 17 de enero de 1920, Estados Unidos se quedó seco. La 18ª Enmienda, ratificada un año antes, prohibía la “fabricación, venta o transporte de licores embriagantes” dentro del país. Así empezó la época de la Prohibición, casi 14 años de una orgía de delincuencia sin parangón. La 18ª Enmienda era un caso excepcional, ya que limitaba los derechos individuales en vez de las actividades del Gobierno, lo cual le garantizó una acogida hostil. Como tal, tiene el honor de ser la única enmienda a la Constitución que ha sido derogada. Esto nos lleva a preguntarnos, ¿y cómo es que fue así? ¿Por qué los estadounidenses restringieron su derecho a beber?
El último trago, de Daniel Okrent (Detroit, 1948), autor de otros cuatro libros y primer defensor del lector del New York Times, considera que la Prohibición fue una escaramuza en una guerra más amplia librada por los protestantes blancos provincianos, que se sentían asediados por las fuerzas del cambio que por aquel entonces recorrían su país, una teoría propuesta por primera vez por el historiador Richard Hofstadter hace más de cinco décadas. Aunque desde entonces se ha escrito mucho sobre la Ley Seca, Okrent brinda un relato extraordinariamente original que muestra cómo los defensores del veto combinaron los temores nativistas de muchos estadounidenses con la legítima preocupación por los males del alcohol.
Así, hasta dar forma a un movimiento lo bastante poderoso como para enmendar la Constitución.
No fue fácil. Los estadounidenses han sido siempre una panda de bebedores empedernidos amantes de la libertad. George Washington tenía un alambique en su granja. James Madison se bebía medio litro de whisky al día, una práctica habitual en una época en la que el licor era más seguro que el agua y más barato que el té.
Pero el consumo de alcohol aumentó drásticamente en el siglo XIX, cuando los nuevos inmigrantes inundaron las ciudades. En poco tiempo, la cerveza se convirtió en la reina. En 1850, cuenta Okent, “los estadounidenses consumían más de 136 millones de litros y en 1890, el consumo anual se había disparado hasta 3.200 millones de litros”. El autor narra con maestría esta historia a través de los ojos de Adolphus Busch, el emigrante alemán que revolucionó los hábitos de consumo de alcohol gracias a “una cerveza rubia y ligera que lleva el nombre de la ciudad bohemia de Budweis”, que logró introducir en las tabernas de todo el país.
En este ensayo cuidado y revelador Okrent brinda un relato muy original que muestra las claves del poderoso movimiento que apoyó la Ley Seca
Ha habido muchos estudios dedicados al rápido crecimiento en la época del Movimiento por la Templanza, pero ninguno puede igualar la precisión del relato de Okrent. El empuje del movimiento, señala el autor, dependía tanto del conocimiento certero del proceso político como de una actitud implacable hacia los funcionarios, los cuales, o se unían a la causa, o eran víctimas de incesantes ataques. Dado que pensaban que era mucho más probable que las mujeres apoyaran las restricciones al alcohol que los hombres, los líderes del Movimiento defendieron con ahínco el voto femenino. Y cuando Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial avivaron el fuego de la histeria antialemana acusando a la familia Busch y a otros cerveceros de albergar simpatías por el káiser, una acusación que convirtió el consumo de cerveza en un acto de deslealtad.
La descripción de la época de la Prohibición que hace Okrent es una delicia narrativa. A los Republicanos, que controlaban la Casa Blanca y el Congreso en la década de 1920, el éxito de la medida les era bastante indiferente. Incluso aquellos a los que les importaba no estaban dispuestos a gastar el dineral necesario para hacerla cumplir. Nunca hubo policías suficientes, y muy pocos de ellos demostraron ser “intachables”.
Hacia finales de los años 20, todos los partidarios de la Prohibición, salvo los más extremistas, eran conscientes de su rotundo fracaso. Millones de ciudadanos, por lo demás honrados, se saltaban la ley a diario. Otros miles se intoxicaban con los licores caseros baratos. Los ingresos del Estado cayeron en picado, mientras que la corrupción de los funcionarios se disparó. Además, despiadadas bandas locales, dirigidas por matones de poca monta como Al Capone y Lucky Luciano montaron sindicatos que modernizaron la actividad delictiva en todo el país.
No obstante, en algunos aspectos el experimento fue un éxito. La Prohibición redujo el consumo de alcohol y las enfermedades relacionadas con él. Igualmente importante fue el hecho de que su derogación en 1933 no inspiró una larga curda nacional, como muchos se habían temido. De hecho, el consumo de alcohol ha descendido con el tiempo, y hoy en día los estadounidenses beben menos que en los primeros años del siglo XX.
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