Wagner es un gigante imposible de digerir. Por su ciclópea dimensión artística y por las espinas relativas a la moralidad de algunas de sus tesis, en particular su encono contra los judíos y las mujeres. Si a ello le añadimos la fascinación que ejerció en Hitler, nombre al que quedó asociado inextricablemente, tenemos a una figura generadora de perpetúas polémicas. Pocos creadores plantean de una manera tan encendida el viejo debate de si es posible separar la obra de su autor. Porque muchos que desprecian el pensamiento wagneriano no tienen inconveniente en reconocer que su producción musical excelsa.

Entre estos, podemos citar personajes de la talla de Thomas Mann, ligado a Wagner por una especie de vínculo forjado, a partes iguales, de odio y admiración. Alex Ross, el crítico musical del New Yorker, rechaza la necesidad de establecer una frontera: “Tenemos que lidiar con él sin separarlo de sus ideas ni de su contexto histórico. La manera de enfrentarnos a Wagner nos sirve de entrenamiento para asomarnos a los artistas de hoy que plantean similares dilemas”.

Con esa actitud totalizante y conciliadora —ajena a la compartimentación estanca— Ross desarrolló su investigación sobre el artífice de Tristán e Isolda, un trabajo que ha dado como fruto Wagnerismo. Arte y política a la sombra de la música (Seix Barral), un tocho de casi mil páginas profusamente documentado y esclarecedor de las múltiples caras del titán, alguien que, como la mayoría de los mortales, tampoco era de una sola pieza. “No es fácil desencriptarle”, admite. “Sus escritos están redactados en un alemán sinuoso y muchas veces cuesta saber qué quiere decir realmente”. Por eso Wagner, en realidad, fue fuente de inspiración para tirios y troyanos, hunos y hotros, que diría Unamuno.

Polémica producción de 'Rienzi', de Philip Stölzl, con sus reminiscencias hitlerianas. Foto: Bettina Stöß

Un gran ejemplo de este contraste es cotejar las epifanías wagnerianas de Hitler, el caudillo nacionalsocialista, y Theodor Herzl, fundador del sionismo. El primero sintió la llamada hacia el olimpo viendo Rienzi cuando era un adolescente de 17 años. Percibió un mensaje revelador y estableció un fuerte lazo de identidad con el protagonista, un tribuno romano que se rebelaba para guiar el destino de su pueblo. Según cuenta él mismo, aquel episodio cambió su vida. Le dio un sentido y un modelo para construir el imperio pangermánico que empezó a incubar en su retorcida psique.

"La música de Wagner desencadena y refuerza todo tipo de vocaciones, las de un nazi o o las de un sionista"

Wagner, en cambio, apostató de esta ópera, la tercera de su trayectoria como compositor lírico, tras Las hadas y La prohibición de amar. Hoy apenas se monta. Una de las últimas veces que se ha hecho, además, levantó una tremenda polvareda. Philip Stözl la subió al escenario de la Ópera de Berlín… ¡engalanada con la estética nazi! Imaginen el impacto, más violento todavía porque se estrenó el 20 de abril, día del nacimiento del führer.

“El caso de Herzl es también muy interesante. Él iba a todas las funciones de Tannhäusser en París mientras escribía El Estado judío. Y si no iba, le faltaba la inspiración y la energía para continuar”, explica Ross, autor también de los superventas de divulgación musical El ruido eterno y Escucha esto, obras que entrelazan con habilidad los aspectos musicológicos con los avatares políticos e históricos en los que germinan las obras, sin olvidar la base biográfica de los compositores. Un cóctel que ha funcionado muy bien en las librerías. “No me extraña que alimentara proyectos contradictorios. La música de Wagner tiene esa capacidad para desencadenar y reforzar vocaciones”, concluye.

Pulsión misógina

Otro asunto polémico, como dijimos, es su visión del universo femenino, vista con lupa en la actualidad. La tendencia de Wagner a aniquilar a las mujeres en sus libretos despierta sospechas. “Sin duda hay una pulsión misógina. Él las veía mayormente con una perspectiva muy conservadora: es decir, como esposas sumisas dependiente del marido, algo contra lo que se rebeló su primera mujer. Es significativo que acabe matando a Isolda y Brunilda. Pero también es cierto que algunos de estos personajes femeninos, por su fuerza, han sido referentes para importantes feministas”. Vuelven las contradicciones, las ambigüedades, las dificultades para encasillar y etiquetar al gigante.

Uno de los capítulos más jugosos y entretenidos de Wagnerismo es el que le dedica a la influencia de Wagner en el cine. “Está en todas partes. Me pasé un verano entero viendo películas, algo muy divertido, e identificando su huella. Puede encontrarse en comedias de los hermanos Marx, en westerns, en películas de acción, de ciencia ficción… ¡Hasta en Bugs Bunny!”, enumera el crítico estadounidense. También habla del hacedor de bandas sonoras por excelencia de Hollywood, John Williams, que dice, llanamente, que Wagner no le gusta, a pesar de que sus partituras, por ejemplo, están llenas de leitmotiven (temas específicos que establecen una asociación entre personajes y atmósferas con la partitura, especialidad wageneriana).

“Wagner resume la modernidad. No queda otro remedio: lo primero que hay que ser es wagneriano”, afirmaba Nietzsche

“Yo le he entrevistado hace poco. Es un hombre dulce y sencillo, al que no se le ha subido la fama a la cabeza. Sigue diciendo que no le gusta Wagner. La verdad es que es un compositor con voz propia. Seguramente, su reminiscencias wagnerianas tengan más que ver con el hecho de que directores como Spielberg o Lucas se las pidieran que por una opción personal”.

Ross abre su prolija radiografía de Wagner con una declaración de Nietzsche: “Wagner resume la modernidad. No queda otro remedio: lo primero que hay que ser es wagneriano”. El libro es más bien un intento de documentar esa contundente afirmación: ver cómo Wagner está hoy incrustado en la música, por supuesto, pero también en la literatura (en el simbolismo francés, por ejemplo), la filosofía, la psicología, la arquitectura… Cómo se permea su gigantesco y camaleónico legado en la cultura actual. Y la conclusión es potente: “Sin Wagner, el mundo que conocemos hoy sería muy diferente. Él fue una de esas personas que cambian el rumbo. Un invernadero en el que han crecido muchas cosas”.

@alberojeda77