Wagnerismo

Alex Ross

Traducción de Luis Gago. Seix Barral. Barcelona, 2021

976 páginas. 25,90€. Ebook: 10,99 €

Han pasado doce años desde que Alex Ross (Portalnd, 1971), el crítico musical de The New Yorker, radiografiara el siglo XX musical en su ensayo El ruido eterno, un bombazo del que se oía hablar en todas partes. Ahora aparece la traducción española de su último trabajo: Wagnerismo. Arte y política a la sombra de la música. Son casi mil páginas de erudición amena y visión aguda. Lo propio de Ross.

El libro no va de Wagner, sino de su estela política y cultural, que, por adhesión o rechazo, fue enorme en el cambio de siglo XIX a XX y pervive en cierta medida en el XXI. Nótese que no digo "estela musical", porque el autor no la incluye. Abordar el wagnerismo (o antiwagnerismo) musical hubiera multiplicado por dos o por tres el número de páginas. Además, en opinión, de Ross, la influencia de Wagner sobre los compositores que vinieron después, con ser muy grande, no es excepcional, no mayor que la de Monteverdi, Bach, Stravinski o Schönberg. La singularidad del caso Wagner está en que su figura desborda la música y se proyecta sobre el pensamiento, las artes visuales, la poesía, la novela, el teatro, la danza, el cine, la arquitectura y, desde luego, la política. De ningún otro compositor podríamos decir lo mismo. De eso va este libro.

En torno al planeta Wagner han orbitado personajes importantes de la cultura de su tiempo y de después, algunos de ellos a contrapelo: Nietzsche, Marx, Baudelaire, Mallarmé, George Eliot, Willa Cather, Thomas Mann, Virginia Woolf, T. S. Eliot, Joyce, Proust, Pound, Shaw, Mishima, Cézzane, Fantin-Latour, Kandinski, Twombly, Kiefer, Meyerhold, Griffith, Lang, Einsenstein, Chaplin, George Lucas, Werner Herzog, Coppola y muchísimos más, incluido el papa Bergoglio. Hay unos cuantos españoles, como Blasco Ibáñez, Buñuel, Gómez de la Serna, Fortuny, Gaudí, Dalí, Tàpies y otros representantes del wagnerismo catalán.

De erudición amena y visión aguda, esta obra va de su estela política y cultural, no de Wagner

¿Por qué ha tenido tanta influencia Wagner en campos tan distintos? Ross no da una razón única, lógicamente, pero sí señala algunas vías de explicación. En primer lugar, la propia personalidad creativa de Wagner, que era polifacética. Le interesaba todo. Ross ironiza diciendo que, más que compositor, Wagner fue un dramaturgo que escribía él mismo la música de sus obras de teatro.

La otra vía de explicación tiene que ver con el Tannhäusser que Wagner presentó en París en 1861. Fue un fracaso de público, pero se inyectó en la intelectualidad parisina con enorme fuerza y consiguió que buena parte del devenir artístico parisino (y, por lo tanto, mundial), tomara color Wagner. Charles Baudelaire se convirtió sin reservas al wagnerismo, donde encontraba el eco de sus propias inclinaciones contrapuestas: la elevación hacia una espiritualidad abstracta y luminosa y el descenso a una sensualidad primitiva, inconsciente y diabólica. Su artículo Richard Wagner y Tannhäuser en París, el activismo de otros intelectuales, como Eduard Dujardin y la Revue wagnérienne, en la que publicaron Verlaine y Mallarmé, tuvo como consecuencia que movimientos culturales como el simbolismo y el modernismo se situaran en la sombra (o, por lo menos, en la penumbra) de Wagner.

El wagnerismo tiene otras muchas facetas y Alex Ross les dedica atención a todas, sin esquivar las más controvertidas. El antisemitismo explícito de Wagner y el uso que se hizo de sus óperas por parte de Hitler y sus nazis es la principal. Ross no trata de exculparle, pero se apunta al deslinde fino que hizo Thomas Mann al afirmar que fue el propio Wagner quien propició el maltrato que se hizo de su obra. Deja claro que los nazis abusaron de Wagner, pero admite que hay en él elementos inquietantes que facilitaron ese abuso.

Ross documenta casos de wagnerismo judío, empezando por el de Theodor Herzel, patriarca del sionismo. También se refiere al wagnerismo negro, con el caso de W. E. B. Du Bois, al Wagner partidario de la promoción de la mujer e incluso al ecowagnerismo, con la restauración del equilibrio del río Rin en El anillo como símbolo de la sanación del planeta. El libro, igual que el anterior de Ross, se lee fluidamente en la magnífica y bien documentada prosa de Luis Gago.

@GuibertAlvaro