Infantas_1570

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Letras

¿Cómo se educaba a un rey de España en el Siglo de Oro?

El Imperio español dominó el mundo asentado en la esmerada educación que recibieron sus gobernantes. En 'Espejo de príncipes y avisos a princesas' Alfredo Alvar desmenuza los entresijos de esta fascinante instrucción palaciega

10 noviembre, 2021 09:08

A finales del siglo XV los grandes cambios que fermentaban en la sociedad y la cultura hicieron imperiosa una nueva manera de educar para el futuro que desterrara los medievales trivium y quadrivium en favor de disciplinas más modernas. A este nuevo rumbo se sumaría ya en sus inicios la monarquía española, pues Isabel la Católica demostró no sólo ser una voraz escritora y lectora, sino una hábil educadora que puso el acento en la preparación de sus descendientes y creó un gabinete de ayos y consejeros para Palacio.

En sus métodos y en ahondar en el contexto de la revolución cultural que propició el humanismo renacentista arranca el volumen Espejo de príncipes y avisos a princesas, un enjundioso y pionero ensayo, que inaugura la Colección Historia Fundamental de la Fundación Banco Santander, en el que el historiador Alfredo Alvar (Granada, 1960) desmenuza el complejo e influyente modelo educativo que la Casa de Austria mantendría y perfeccionaría durante los siguientes dos siglos, los más gloriosos de la historia de nuestro país.

“Es impresionante la responsabilidad que asumieron los reyes de esta dinastía en la formación de sus hijos”, opina Alvar, que considera “deleznable lo graciosamente que se les ha tenido por pasmaos, en el mejor de los casos”. Como resumen general, explica que en esta enseñanza humanística predominaban “la cultura clásica con sus Exempla y el latín (se conservan los cuadernos de ‘ejercicios de verano’ de Felipe III), pero también la Geografía (ahí están los Atlas para los reyes del Alcázar de Madrid), la Historia (Felipe IV explica por qué traduce del italiano una parte de la Historia de Italia de Guiciardini), la técnica matemática (aún se puede ver la caja de mediciones matemáticas de Carlos II) y también cuestiones como la teoría política”.

El legado de los reyes

“A los príncipes de la Casa de Austria se les educaba para gobernar bien, no para ser felices”, resume Alvar

Más allá de todos estos registros documentales, la precisa idea que podemos tener hoy de la educación de los príncipes españoles de esta época descansa en el corpus que articula el ensayo de Alvar, los llamados Espejos de príncipes, cuyo contenido se desarrolla en detalle también en varios podcast que pueden consultarse en la web de la Fundación. Estos manuales, abundantes en la tradición grecorromana y medieval, y también en otras culturas, recogen las instrucciones precisas que muchos reyes daban a sus herederos o la visión de los más destacados intelectuales sobre la educación.

“Los más famosos ejemplos españoles de este estilo, nacido directamente de la imitatio de aquellos grandes modelos construidos a lo largo del tiempo, son el dejado por Carlos V a Felipe II (las llamadas Instrucciones de Palamós), el del propio Felipe II a sus hijas (en forma epistolar) y el de Felipe IV al malogrado Baltasar Carlos, modelo que se repite para Carlos II”, explica.

En todos estos escritos, auténticos legados reales sobre cómo gobernar, los reyes incidían en aspectos del carácter y del buen juicio más que en los intelectuales, que se daban por supuestos. Y es que, como remacha Alvar, “a los príncipes de los Austria se les educaba para gobernar bien, no para que fueran felices”. Esa parte más técnica de la enseñanza, recaía en auténticos humanistas de los cuales el historiador traza reveladores y lúcidos perfiles.

"El modelo educativo de los Austria supo fusionar el humanismo italianizante con el moralismo flamenco y con el espíritu del Concilio de Trento”

Luis Vives, Adriano de Utrecht, Juan Martínez Silíceo, Juan de Zúñiga, Pedro de Guevara, Martín Carvallo, Galcerán Albanell… y muchos otros fueron “gentes con unas profundísimas raíces hincadas en la cultura clásica, pero además, con vidas complejísimas y azarosas, vidas vividas en los días de las reformas religiosas y de la expansión ultramarina. Fueron maestros de la persona llamada a gobernar los dos hemisferios en medio de aquellos tiempos convulsos, y muy abnegados servidores de la dinastía”, apunta Alvar, que reconoce como gran característica de este modelo de enseñanza español que “supo fusionar y hacer propio el humanismo italianizante (de corte muy nacionalista) con el flamenco (de talante más moralizante) y con el espíritu del Concilio de Trento”.

El fin de toda una época

Un detalle importante del erudito estudio de Alvar es que no debemos pensar que solo el futuro rey accedía a tan esmerado mundo educativo. Las princesas de los Austria, habida cuenta del complejo entramado matrimonial de la dinastía, también recibían una esmerada instrucción. “Ninguna de las infantas fue educada para ser una mujer florero”, defiende. “Ellas fueron los fundamentos diplomáticos de las relaciones exteriores de la familia. Muchas paces se fraguaron en los lechos conyugales y las cartas de las hijas a sus padres contienen noticias, más o menos disimuladas, que pueden considerarse informes de espionaje”.

"Las infantas no fueron educadas para ser 'floreros'. Muchas paces se fraguaron en los lechos conyugales y las cartas a sus padres contienen informes de espionaje"

Esta compleja arquitectura se vendría abajo, como buena parte del mundo que representaba, hacia finales del siglo XVII. “Por aquel entonces, el empirismo ha triunfado sobre la dialéctica, Newton sobre si Aristóteles tenía o no razón”. A ello se unió la debilidad de la monarquía. "El cambio científico fue implantándose en aquellas tres o cuatro décadas trágicas (aproximadamente 1640-1680) de nuestra Historia. Con mantener viva la dinastía y la unidad atlántica y poco más, había bastante. No se estaba para disquisiciones de otro tipo", reflexiona el historiador.

Por ello, aunque Carlos II recibió “una educación exquisita” no podía atender a todos los frentes que llevarían a la descomposición del imperio. “La postrera renovación científica y cultural, en manos de los jesuitas, inauguraría ya la senda que en el siglo XVIII seguiría la Ilustración española”, concluye.