Dostoievski

Virgil Tanase

Traducción de Laura Claravall. Ediciones del Subsuelo. Barcelona, 2021. 373 páginas. 20,90 €

¿Por qué un escritor que describió su obra como un “diálogo con Dios” continúa despertando el interés de una época descreída y escéptica? Fiódor Mijáilovich Dostoievski afirmó que si tuviera que escoger entre Cristo y la verdad, elegiría sin dudar a Cristo. A pesar de esa fe, que muchos consideran vetusta y anacrónica, el escritor ruso es uno de los autores del siglo XIX que mejor han soportado el paso del tiempo.

Ahora que se cumplen 200 años de su nacimiento, Ediciones del Subsuelo publica Dostoievski, una biografía del rumano Virgil Tanase. Puede leerse como una novela. No solo por sus cualidades narrativas, sino por el carácter novelesco de la existencia del escritor ruso. Dostoievski es uno de los padres de la literatura moderna. Sin él, resulta difícil imaginar a autores como Kafka, Joyce, Faulkner o Hemingway. No dejó su huella únicamente en los literatos. También influyó en filósofos como Nietzsche y Sartre. Virginia Woolf afirmó que sus novelas son “una vorágine que te hace hervir la sangre, tormentas de arena que giran, una tromba que sopla, hierve y te traga. Están compuestas totalmente por el material del que está hecha el alma”.

Pocos autores se han atrevido a bajar tan hondo en su exploración de la naturaleza humana, encarándose con las expresiones más sombrías del mal, como la violencia sexual, el terrorismo, la pederastia, el suicidio y el parricidio. Sin la fe, Dostoievski podría ser un nuevo marqués de Sade. No por la crudeza de sus escenas, siempre moderadas por el pudor, sino por el retrato descarnado de la perversidad. Aunque exaltó la santidad mediante personajes como el príncipe Myshkin (El idiota), el stárets Zósimo (Los hermanos Karamázov) o Sonia (Crimen y castigo), quizás comprendió mejor el pecado, como demuestra su caracterización de Stavroguin, el protagonista de Los demonios, que experimenta un placer enfermizo con la humillación propia y ajena.

La biografía de Tanase, rigurosa y amena, insinúa que Dostoievski se hallaba más cerca de Stavroguin que de Myshkin. Nunca llegó tan lejos como Stavroguin, que viola y asesina a una niña de once años, pero en su mente bullían fantasías siniestras. Así lo advirtió Coetzee, que compuso un retrato magistral de la psicología de Dostoievski en El maestro de San Petersburgo. Sin embargo, su mayor afán fue ser un buen cristiano, un hombre justo. Algunos han apuntado que sufría trastorno bipolar, lo cual explicaría sus bruscos cambios de humor y sus tendencias autodestructivas.

La biografía de Tanase, rigurosa y amena, insinúa que Dostoievski se hallaba más cerca de Stavroguin que de Myshkin, que en su mente bullían fantasías siniestras

Hijo de un médico colérico y violento y una mujer de carácter dulce y pacífico, Dostoievski nació en Moscú el 11 de noviembre de 1821. Su madre le aficionó a la lectura, combinando los grandes autores rusos, como Pushkin o Zhukovski, con la Biblia. El pequeño Fiódor se conmovía hasta las lágrimas con el Libro de Job. Emotivo y propenso a la soledad, siempre apreció a las personas sencillas, donde atisbaba “una luz divina”. La muerte prematura de su madre le apenó profundamente.

Su padre lo matriculó en la Academia de Ingenieros Militares de San Petersburgo, pero su vocación no era la milicia, sino “descifrar el misterio que representa el ser humano”. En su correspondencia, admite abiertamente que su temperamento es “desagradable y repulsivo”. Se siente desbordado por sus propias emociones, que oscilan entre la euforia y la depresión. Cuando su padre es asesinado, admite que muchas veces había deseado su muerte, lo cual alimentaba una obstinada culpabilidad.

Después de graduarse como subteniente, Dostoievski traduce Eugenia Grandet. Aparecen las primeras crisis epilépticas y abandona el ejército. Con Pobres gentes, su primera novela, conoce el éxito, pero su afición por el juego le hace contraer grandes deudas. Sus siguientes novelas, como El doble o Noches blancas, suscitan malas críticas y apenas se venden, pero lo peor está por llegar. Miembro del Círculo Petrashevski, un grupo de intelectuales reformistas, se le acusa de conspirar contra el zar Nicolás I y se le condena a muerte. Tras un simulacro de fusilamiento, se le envía a Siberia cinco años y se le condena a servir otros cinco como soldado raso en una fortaleza de Kazajistán. Allí conoce a María Dmítrievna Isáyeva, con la que se casa en 1857. Gracias a una amnistía del zar, recupera su condición de civil y la autorización de volver a publicar.

Los años en Siberia distancian al escritor de las ideas liberales y se muestra tan crítico con el socialismo como con el catolicismo

Los años en Siberia distancian al escritor de las ideas liberales. Abraza la fe ortodoxa con fuerza y se muestra tan crítico con el socialismo como con el catolicismo. Se identifica con las tesis paneslavistas de Nikolái Danilevski, según las cuales Rusia no debe europeizarse, salvo que esté dispuesta a perder su identidad. En 1861 publica Humillados y ofendidos, evidenciando que su evolución ideológica no le ha vuelto insensible a las desigualdades sociales.

Al año siguiente, aparece Recuerdos de la casa de los muertos, que recrea sus años de sufrimiento en Siberia. Viaja por Europa, visitando París, Londres, Berlín, Viena, Florencia, Turín. Pierde mucho dinero en la ruleta. En 1864, publica Memorias del subsuelo, un monólogo que preludia la pavorosa introspección de Kafka. En poco tiempo, mueren su mujer y su hermano Mijaíl y asume el cuidado de su viuda y sus cuatro hijos. En 1865, empieza a publicar por entregas Crimen y castigo, con una trama que recusa a los filósofos que cuestionan el cristianismo. Escribe en solo veinte días El jugador para saldar deudas. Su ludopatía no cesa de complicarle la vida.

Vuelve a casarse y en 1867, establecido en Ginebra, empieza a escribir El idiota. Pierde a la hija que había engendrado con su nueva esposa. Ya había perdido a un niño con su primera mujer. Sumido en la depresión, viaja a Italia. Malvive por culpa de las deudas. En 1872, concluye Los demonios, una novela contra el fanatismo ideológico que obtiene un gran éxito. Vuelve a San Petersburgo e inicia Los hermanos Karamázov. En 1877, logra un nuevo éxito con Diario de un escritor.

El 9 de febrero de 1881 muere en su casa de San Petersburgo, sin poder escribir la segunda parte de Los hermanos Karamázov. Miles de personas asisten al sepelio en el cementerio de Tijvin, ubicado en el Monasterio de Alejandro Nevski, en San Petersburgo. En la lápida se inscribe un versículo de San Juan: “En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere produce mucho fruto”.

Tanase cuenta la vida de Dostoievski con maestría y austeridad, evitando el sentimentalismo, fiel al espíritu del escritor

Tanase nos cuenta la vida de Dostoievski con maestría y austeridad, evitando el sentimentalismo y mostrándose fiel al espíritu del escritor. No busca la tesis novedosa, sino la verdad. Subraya un episodio aparentemente insignificante en la vida del autor, pero con un hondo significado. El 12 de agosto de 1867 visita en Basilea el retablo que incluye el Cristo muerto, de Holbein el Joven. Anna Grigórievna, la segunda mujer de Dostoievski, escribe: “Mi marido se quedó como petrificado. Veinte minutos después, seguía observándolo, con esa expresión de espanto que precedía a sus crisis epilépticas”.

Dostoievski recrea su conmoción en El idiota. Cuando Rogozhin cuelga en la pared una copia de la obra, el príncipe Myshkin exclama: “¡Este cuadro puede hacer perder la fe a más de uno!”. Para Dostoievski, la fe no es una convención, sino la clave que permite descifrar el sentido de la existencia. El Cristo muerto de Holbein el Joven desmonta su interpretación del ser humano, insinuando que la resurrección tal vez solo es una vana expectativa. Si es así, solo queda la miseria del hombre del subsuelo y la violencia demoníaca de Stavroguin. El mal y la nada triunfando sobre el bien y la vida. Dostoievski no pudo soportar esa perspectiva.

Durante su reclusión en Siberia, una niña huérfana le dio las pocas monedas que llevaba en el bolsillo, conmovida por su aspecto famélico, y le dijo: “En nombre de Cristo”. Siempre he pensado que ese episodio explica mejor la literatura y el pensamiento de Dostoievski que cualquier ensayo. Su obra, a pesar de sus momentos de oscuridad, siempre anheló ser un camino de perfección, una escala hacia el cielo, pero sin olvidar que el hombre, herido por el pecado, siempre soportará el acecho de los demonios. Como apunta Nadezhda Gorodetski, las novelas de Dostoievski son “una confesión de fe” y el nihilismo imperante no ha logrado apagar su capacidad de conmovernos.

@Rafael_Narbona