Para aquella que está esperándome sentada en la oscuridad
António Lobo Antunes
Traducción de Antonio Sáez. Literatura Random House. Barcelona, 2021. 344 páginas
21,90 €. Ebook: 9,99 €
António Lobo Antunes (Lisboa, 1942) es el novelista de los títulos largos y sugerentes: desde No entres tan deprisa en esta noche oscura (2000) —con ecos de Dylan Thomas y adaptado por Ricardo Menéndez Salmón a su obra de 2020—, hasta Para aquella que está esperándome sentada en la oscuridad (2021), pasando por ¿Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar? (2011), No es medianoche quien quiere (2017) o De la naturaleza de los dioses (2019), de resonancia clásica, entre otros.
Los citados son encabezamientos atractivos y estimulantes, al igual que la literatura de Antunes que no se parece a la de ningún otro escritor y que no deja indiferentes a los lectores. De hecho, hay quien recela de ella por su capacidad para indagar en el interior del hombre y por su portentosa clarividencia, pero la mayoría disfruta con una creación hipnótica e inteligente que se muestra al mismo tiempo reflexiva e intuitiva y que, por encima de todas las cosas, investiga en los ángulos más recónditos del individuo, allí donde solo llega una conciencia a veces refractaria al lenguaje. Estos logros son, sin duda, privilegios de su oficio de psiquiatra, que lo facultan para hurgar en el interior de sí mismo y de los demás.
A ellos se añaden otras capacidades, como un talento poco común para verbalizar lo innombrable que reposa en el fondo abisal de cada uno, en el lugar donde habitan los pensamientos más íntimos, muy comúnmente ajenos a la organización lógica. De ahí que su escritura trate esencialmente sobre la condición humana y se detenga, con cierta morbosa delectación, en todo aquello que de verdad duele. La violencia, la crueldad extrema, la ausencia de razón o la muerte son temas que el autor conoce. No en vano, los experimentó en su etapa de médico militar durante la guerra colonial que se libró en Angola a principios de los años setenta. Sobre ellos, además, volvió más tarde cuando ejerció como médico en el Hospital Miguel Bombarda de Lisboa.
Por entonces, también se dedicaba a escribir de manera obsesiva, rompiendo las cuartillas que consideraba imperfectas hasta que uno de esos textos se impuso reclamando la pervivencia. De lo anterior se deduce que el autor ha bajado a los infiernos del miedo, aunque también ha ascendido a los cielos del estrellato donde ha recibido (casi) todos los galardones literarios importantes. Como recuerdan una y otra vez sus valedores, y proclamó con vehemencia Bernard-Henri Lévy en el coloquio lisboeta que conmemoraba los 40 años de su dedicación a la escritura, a António Lobo Antunes solo le falta el Premio Nobel.
Igual que los títulos de sus novelas, la literatura de Antunes es atractiva y estimulante, nunca deja indiferente
Para aquella que está esperándome sentada en la oscuridad se publicó en portugués en el año 2016 y aparece ahora en español exquisitamente presentada. Su traductor, Antonio Sáez Delgado, artífice de las últimas versiones en nuestra lengua de la obra del autor, ha hecho un trabajo que merece los mayores elogios, dada la dificultad de interpretar una novela cuyo sustento material está constituido por un lenguaje roto e incompleto que da forma a un enrevesado monólogo interior.
La narradora del relato es una antigua actriz de teatro que a sus setenta y ocho años siente cómo se desmorona el mundo conocido. Se ha quedado sola, apenas acompañada por una mujer que la cuida, aunque esporádicamente recibe la visita del sobrino de su segundo marido y del médico que controla el avance de su alzhéimer. La enfermedad se desarrolla en ella con avidez, pero su cabeza se resiste a sucumbir al olvido de los paisajes, las personas y el tiempo gozosa y dolorosamente vivido.
El discurso, fundamental en una obra tan compleja, trata de mostrar el progreso inexorable del deterioro cognitivo. Para ello, Lobo Antunes ha previsto que la voz que guía casi todo el relato sea la de la propia actriz, por lo que a partir de sus palabras no pronunciadas vamos conociendo tanto el presente –cada vez más débil, casi solo circunscrito a frases sueltas de diálogo entre los cuidadores– como un pasado que se recupera a borbollones y que aparece semienterrado, como las columnas en ruinas de un templo antiguo.
Externamente, la novela está dividida en tres partes precedidas por un prólogo, de modo que tanto el lenguaje como la estructura de cada una va evolucionando a la par que la demencia de la protagonista, que se revela incipiente al principio y se hace más intensa con la progresión de las páginas. De ahí que lo que empieza siendo un discurso reconocible, aunque bastante deteriorado por efecto de la enfermedad, pase a ser una mezcla de imágenes cada vez más inconexas y termine en una alocución casi embrionaria e inconsciente, apenas sostenida por ciertos elementos que se repiten para que el lector no se desoriente en un universo caótico y fragmentario. Nunca como en esta novela se cumple con tanto rigor la máxima de Lobo Antunes cuando, en una entrevista, declaraba que “el lector es el verdadero creador del libro”.
Como ya se ha señalado, en la obra es fundamental la voz, que responde a la de la paciente, y se articula en un discurso hecho de pedazos desgarrados donde se mezclan el presente con el pasado o, para ser más exactos, diferentes momentos del presente con infinitas circunstancias del pasado, unidos, o más bien mezclados, en distintos hilos, como se cruzan las redes de información en internet. Esa voz, la de una artista senil que ha vivido mucho, tiene una potencia colosal porque es capaz de contar (casi) por sí sola toda la historia y de sostener el complejo mundo que crea la novela.
Lobo Antunes ha compuesto una novela de culto, una obra sobre la muerte ineludible y el deterioro que nos espera a todos
Gracias a ella, y a pesar del desvarío, conocemos los hechos fundamentales de su vida que podría ser la de cualquiera: su infancia en el Algarve, vinculada al amor incondicional de su padre (“porque si existía Faro existía mi padre”); el acontecer triste de su madre, siempre temerosa de ser engañada; la muerte de una hermana Corália y el silencio que convierte la ausencia en una oquedad lacerante; la angustia de una madre que ha perdido a su hija, aunque el suceso no le impide cultivar cierto rechazo hacia la que se mantuvo viva; su trabajo como actriz y el acoso continuado por el hecho de ser mujer; sus dos matrimonios, ambos fracasados (“¿De verdad me casé con él?”); el paso por Lisboa; la añoranza de la infancia y de la ternura paterna, de su amparo; el recuerdo de un crucifijo que golpea la pared en el dormitorio conyugal; y el tormento, agudo y sostenido, de toda una vida que se entrelaza con otras y las observa sin profundizar en ellas.
Se trata de una voz tan intensa que absorbe todas las voces posibles, incluida la del autor (“con el peso de la soledad del domingo […] y yo solo, quién escribe este libro”), que se asoma esporádicamente a la narración para identificarse con ella y de paso insistir en su contenido, reivindicándolo y universalizándolo.
Lobo Antunes ha compuesto una novela de culto que a veces recuerda a la literatura escrita por mujeres (de autoras como Lygia Fagundes Telles o Elena Garro) y recoge ecos de William Faulkner y James Joyce (del monólogo final de Molly Bloom en Ulises). Una obra sobre la muerte ineludible y el deterioro que nos espera a todos, capaz de revelar esos sentimientos que no verbalizamos por miedo al sufrimiento extremo: la angustia que nos causan los que amamos, la congoja de envejecer, el dolor de vivir. Sin duda, un magnífico libro.