Es un gusto lo bien que los profesores anglosajones, gentes como Michael J. Sandel, resumen oralmente sus propios libros. De viva voz se expresan los profesores anglosajones tan bien o mejor que por escrito. El aclamado Sandel, doctor por Oxford (dirigido por Charles Taylor), profesor de filosofía política de Harvard, Premio Princesa de Asturias de 2018 y de tropecientos lugares más, acudió ayer a Madrid a la Fundación Ramón Areces, siempre atendido por audiencias abundosas. Esta vez unos le acompañaron en vivo y otros en streaming.
Ha perorado este académico en estadios, en óperas, en catedrales y en parlamentos con las facultades del rétor anglosajón prototípico que él es. Habla con claridad, acude a los ejemplos, es ora ligero, ora intenso. Hay amenidad, además, en lo que Sandel dice y en lo que Sandel escribe. En realidad, los contenidos que nos facilita son asunto antiguo. Los temas del profesor Sandel son el glosario elemental de la filosofía política clásica. Su primer libro se llamó Justicia y su último libro (motivo del coloquio de la Fundación) se titula La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común? (Debate). La tertulia pública de ayer con los académicos Amaya Mendikoetxea, José María Beneyto y José García Montalvo resumió sus ideas solventemente. A los profesores anglosajones no les suele gustar ser abstrusos.
Hacia la conclusión del acto, Sandel habló de su idea de La tiranía del mérito (libro que ya tiene un tiempo) en un sentido ancho. Esas palabras sintetizan bien lo que promueve el pensador con sus labores:
“Estoy sugiriendo una revitalización moral de la ciudadanía, entendida en un sentido democrático. Esto se conecta con las letras y las artes. Tenemos una idea demasiado estrecha del valor de la democracia: no se trata simplemente de votar. Hay que remontarse a la vieja idea de polis. La ciudadanía democrática tendría que ver con deliberar juntos sobre lo que es una sociedad justa y sobre la idea de bien común. Esto implica que los ciudadanos tengan una educación amplia. No es que los ciudadanos necesiten leer un montón de libros para citar, sino que haya una noción amplia de aprendizaje democrático que no sólo surja de las universidades, sino en la ciudad. Esto exige una educación amplia y no secuestrada por la educación superior: que no haya campeonatos para saber quién sabe más. Una educación disponible para todos, al margen de que se vaya a tener un título universitario o no”.
Hay que decir que La tiranía del mérito, parte de un contexto muy concreto. En ese libro ágil, con su poco de historia, su poco de encuestas y mucho de actualidad (cuántas veces pronuncia tal presidente tal eslogan, etcétera), Sandel vierte unas preocupaciones norteamericanas. La meritocracia (meritocracy, en inglés) es la palabra central. Ésta no forma parte, hay que reconocerlo, del glosario de la filosofía clásica. Sandel advierte por un lado una brecha progresiva entre ricos y pobres a cuenta de cuatro décadas de “globalización neoliberal” y, a la vez, el profesor de Harvard, advierte cómo se busca hoy la entrada en las grandes universidades para labrarse un futuro laboral en la elite.
Quimérica autosuficiencia, mérito tiránico
Llega aquí un tercer elemento en su discurso (el principal): el individualismo. Sandel critica el individualismo contemporáneo. El sistema de valores meritocráticos entiende a cada uno responsable de su propio destino. El triunfador vive autosatisfecho, por su propia concepción; el perdedor vive execrado. En realidad, esto le parece exagerado a Sandel. ¿A qué viene esta obsesión con el éxito y esta descortesía para el loser? Da la sensación de que Sandel ha elaborado el discurso a partir de una experiencia directa, en su campus de Boston. Hoy el campus permite al joven norteamericano escapar de la manada loser y saltar en el trampolín del éxito.
“Hay algo paradójico en hablar de la tiranía del mérito”, ponderaba ayer el intelectual. “El mérito es un principio liberador. ¿Qué puede haber de malo en el mérito? Pero cuando el mérito se convierte en una suerte de meritocracia comienza a cultivar actitudes corrosivas hacia el éxito”. Esto, por ende, emponzoña el debate político. La meritocracia exacerbada por la brecha económica alumbra un panorama nacional insalubre. Sandel contempla los EE.UU. divididos entre una clase de privilegiados arrogantes y otra clase, mucho más grande, sin titulación, de resentidos.
Como en los clásicos, como en Platón, Aristóteles o Cicerón, en Sandel la ética y la política son campos estrechamente vinculados: su discurso es un discurso sobre las virtudes. Es, acaso, lo central: “La idea de que nos hacemos a nosotros mismos y somos autosuficientes no tiene en cuenta el papel de la suerte y el azar en la vida”. El talentoso tiene la suerte del talento: esto lo pone en deuda con la vida. El talentoso puede practicar su talento: esto lo pone en deuda con los otros, que de alguna manera disponen de lo necesario para tal entrenamiento.
Finalmente, el talento del talentoso se demanda en la sociedad: esto lo pone en deuda con la comunidad. El discurso de Sandel defiende una educación en la modestia. “Si yo tengo suerte y soy consciente de la suerte de haber conseguido el éxito, es más fácil para mí ponerme en el lugar de los demás. Si no fuera por la suerte yo podría estar en el lugar de ese y esto nos lleva a la humildad. Esa humildad puede llevar a los que tienen éxito a recrearse menos en su propio éxito y mirar al bien común”, sostuvo. El autor de La tiranía del mérito defiende virtudes como la humildad, la generosidad y la gratitud.
Así, Sandel, que es enseñante, viene con más ideas sobre la misión de la universidad. Los rankings y la cuantificación no son, en todo caso, la solución. Más en general, Sandel quiere un cuerpo social en el que los principios de la moral, los principios de las humanidades y los principios de la política formen algo así como un todo.
En una reseña en El Cultural, el economista Rodríguez Braun señalaba a propósito de La tiranía del mérito que el autor y afines “nunca definen de manera precisa qué cosa es el bien común”. En el libro (cap. 7) lo intenta definir, pero no de manera precisa. Ayer no lo definió. No parece que busque una definición clara y distinta. ¿No dice que el bien común está sujeto a deliberación? Pero ¿definieron los griegos qué cosa es el bien común? Vayamos a La República (esa obra que comienza y discurre, durante cuatro libros, tratando otro tema caro a Sandel, la justicia). Busquemos qué se dice sobre el bien común en La República. ¿Nos dice el divino Platón, amante de la matemática, qué cosa es exactamente el bien común? La definición que encuentro en sus páginas no es, en verdad, exacta: es la “comunidad de placer y dolor” (hedoné te kaì lypes koinonía, Rep. V. 462b).