'Madame Bovary' deconstruida
Aunque el propio Flaubert proclamó que 'Madame Bovary' era él, son cientos de miles las lectoras y autoras las que se han sentido íntimamente afectadas por esta novela fundacional. Hoy, seis de ellas relatan cómo conocieron a la ingenua, la apasionada, la encantadora, la suicida... y reivindican la importancia literaria de un personaje inmortal
7 diciembre, 2021 09:12El paso del tiempo, por Soledad Puertolas
No es probable que en la primera lectura de Madame Bovary el lector se haga una idea completa de lo que es esta gran novela. La fluidez con que nos adentramos en ella deja nuestros sentidos algo adormecidos. Nos abandonamos. De Charles Bovary pasamos a Emma, y luego a Léon, a Rodolphe, otra vez a Léon… La trama se ha ido enredando alrededor de Emma como el viento entre los árboles. La naturaleza tiene un papel decisivo. La fantasía es parte de su naturaleza profunda. La pasión amorosa es consecuencia directa de la desmesurada fuerza que va cobrando en ella su disposición a soñar. Huir de la vulgaridad y alcanzar el éxtasis es el único camino que se va mostrando a sus ojos. Los lectores sucumbimos al encantamiento del gran mago y creemos escuchar su voz envuelta en susurros: no he sido yo quien ha escrito esta historia, se ha ido escribiendo sola, todos los elementos se han ido confabulando para crearla, la sucesión de las estaciones, las normas sociales, las insatisfacciones…
Una pobre ingenua, por Elvira Navarro
Creo recordar leí por primera vez Madame Bovary a los veintidós o veintitrés años, con un afán de subsanar lagunas. Durante mi adolescencia y primera juventud había leído a muchos clásicos para aprender, pues tenía claro que quería ser escritora. Lo que más me impresionó entonces de aquella lectura fue la deformación que yo tenía en la cabeza, por pura ignorancia y porque el nombre de Madame Bovary es legendario por ser un clásico, así que antes de leerla imaginé a una devora hombres de corazón frío. Y resulta que es una pobre ingenua.
En cuanto a cómo sería hoy Emma, creo que sería consciente de que el amor romántico es un mito, pero eso no le serviría de nada; quizás iría al psicólogo, o sería una feminista sólo de boquilla, pues no querría cambiar ella pero les pediría a los hombres que cambiaran para poder seguir creyendo en príncipes azules. Supongo que también les culparía de toda su infelicidad sin asumir responsabilidad alguna.
Turbiedad y parálisis, por Aurora Luque
Leí la novela un verano en Cádiar, mi pueblo de la Alpujarra, con unos veintitrés años. Había leído ya Anna Karénina de Tolstói pero no La Regenta de Clarín, pero de aquella primera lectura recuerdo como si fuera ayer la sensación de turbiedad y parálisis de la vida provinciana que aniquila todo sueño. Y el final. No el suicidio de la protagonista, sino la terrible desolación del marido cuando, ya enterrada, descubre en el escritorio las cartas de Emma a sus amantes. El final sórdido de todos y todo. Sus lecciones siguen muy vivas, pero a través de las confesiones del autor a Louise Colet sobre las angustias de la escritura de Madame Bovary: su obstinación por la forma, las correcciones obsesivas, la desesperación ante su propia lentitud… “Sólo se llega a alcanzar el estilo con una labor atroz, con una obstinación fanática y abnegada”. Y algún momento de fe: escribir es “la posibilidad de circular por toda la creación”. Son lecciones contenidas en la novela que nos valen también a las poetas.
El abismo del deseo, por Ana Merino
Cierro los ojos y buceo en las imágenes de aquel volumen de bolsillo. Todavía noto la textura áspera de sus páginas. “No seas enamoradiza”, pensé mientras lo leía con veinte años, y creía tener un espíritu dramático como el de su protagonista. “Esas sensaciones debajo de la piel que tratan de atrapar el brillo de otros ojos, son un espejismo” acertaba a concluir. “La literatura”, me decía una y otra vez, “qué bien sabe dibujar nuestras propias debilidades, nuestras ilusiones románticas”. Gustave Flaubert se había disfrazado de mujer para escribir su obra maestra; su rechazo, su miedo y su rabia hacia las mujeres se proyectaba en el pálpito de una heroína soñadora que quería sentirse viva. El deseo secreto de las mujeres era más misterioso que el de los hombres. El afilado deseo como sustancia narrativa sublime, la esencia inquietante de esos seres que no podía entender y le obsesionaban, eran la materia prima de la inmortalidad creadora. Emma Bovary se volvió eterna.
Humor y modernidad, por Rosa Montero
No recuerdo exactamente cuándo leí por vez primera Madame Bovary. Calculo que en torno a los veintipocos. A raíz de Madame Bovary sí recuerdo que intenté leerme todo lo posible de Flaubert. Me encantó. Me apasionó sobre todo la increíble y maravillosa fluidez de su prosa, la modernidad del estilo libre indirecto, siendo una obra de hace siglo y medio. Su manera de atrapar a los personajes en los detalles (los divinos detalles); la profundidad psicológica. ¡El sentido del humor! Quizá por eso he intentado aprender de él esa inmersión tan sutil en los personajes, por ejemplo. La Emma Bovary de finales de 2021 la imagino una romántica de libro; se ha enamorado catastróficamente varias veces, siempre de los más inadecuados, porque se los inventa. Pero como el entorno no es ni mucho menos tan feroz, ya no necesita suicidarse. ¡Ni se le ha pasado por la cabeza en realidad! Así que al quinto fracaso, con un imbécil que además la insultaba y ninguneaba, ha empezado a reflexionar y a cambiar.
Alternativa al suicidio, por Pilar Adón
La leí por primera vez cuando era muy joven, y no me enteré de gran cosa. Madame Bovary pertenecía a los libros que no debía leer, como el Decamerón, Diario de una camarera, y otros no tan literarios, como La máquina del amor. Aunque sí me impresionó profundamente el suicidio de Emma, ese polvo blanco que se traga sin más. Y la descripción posterior de su muerte. Un final que parece una revancha. No soy consciente de que me haya influido como escritora, pero siempre me han atraído los seres que luchan por salir de los lugares opresivos en los que parecen estar condenados a quedarse. Dejar de estar atrapados. Y que lo hacen mediante la imaginación. Hoy en día creo que seguiría siendo una soñadora y seguiría sintiéndose insatisfecha, pero podría cambiar de vida. Se separaría y no se suicidaría. Esto podemos afirmarlo así hoy, en la actualidad, en nuestra sociedad. Pero no hay que echar la vista muy atrás para comprobar que las palabras mujer e independiente han empezado a estar juntas hace no mucho.