La sinceridad con que tan extraordinario hombre de letras escribió sobre sí mismo, el empeño por expresar sus sentimientos e ideas, por ejemplo en las cartas a su amante Louise Colet o a su amigo Maxime Du Camp, o a la novelista George Sand, lo sitúa en esa categoría de seres humanos que se atreven a conocerse a sí mismos. Exhibió el coraje de usar la propia inteligencia en vez de ocultarse tras actitudes o fórmulas recibidas. Vivió una existencia marcada por momentos de extrema tensión, desde la niñez con un padre dominante, su marcha a París para estudiar con desgana la carrera de Derecho, donde sufrió un primer ataque epiléptico, que le hizo desde su juventud llevar una vida de cuidados.
Si sumamos esta rica morada personal con la creada en sus libros, sus personajes, temas, espacios, podremos entender que la palabra extraordinario que recién utilicé resulta justa. Por desgracia, los guardianes de la pureza literaria, especialmente en el último cuarto del siglo XX, situaron su obra en el vértice del modernismo, colocándole entre los dioses de un estéril Olimpo literario al rechazar el componente realista de su obra para ensalzar el puramente formal, quitándole así el oxígeno vital a sus novelas. Su biografía refleja una indudable dualidad, la atracción ejercida por la vida, el espectáculo de las calles de París, iluminadas por las noches, cuando salía a pasear y contemplaba curioso a las prostitutas situadas a la media luz de las farolas, sintiendo cómo las pasiones despertaban en su ser, y el hombre que ansiaba estar encerrado en su casa de campo de Croisset (próxima a Ruan) escribiendo como un monje. De hecho, redactando Madame Bovary (1856) se da cuenta de que hay demasías cosas, temas, personas en el mundo, y pocas formas para captarlas. Aquí encontramos el pulso artístico de la ficción de Flaubert, no en el esteticismo.
'Madame Bovary' es la lucha del autor por conjugar vida y ficción formando una alianza en busca de sentido
El asunto de la novela resulta sencillo, una burguesa de provincias, Emma, se casa con el médico Charles Bovary. La pareja vive una exigencia aburrida, mientras ella sueña, acuciada por sus lecturas románticas, con una vida llena de riquezas, de fuertes pasiones amorosas y de aventuras. El deseo aflora en su persona con una fuerza que dice del origen autorial del sentimiento. Ella intenta alcanzar el ideal romántico evadiéndose de su entorno con dos amantes, Rodolfo y León, para terminar desengañada y suicidarse. El escritor representa con absoluta impersonalidad a los personajes, sin juzgarlos, como si de un experimento científico se tratase.
Por ello lo consideramos un genuino novelista realista, una fuerza narrativa basada en la descripción del entorno rural donde ocurre la obra, la vida de la burguesía provinciana, que contrasta con las ansias románticas de Emma. Una famosa escena, que ocurre durante una feria agrícola en Yonville, cuando Rodolfo seduce a Emma con dulzuras románticas, relata que mientras él la embelesa con dulces palabras por la ventana que da a la calle se oye al alcalde pronunciar un discurso lleno de lugares comunes y el ruido de los ciudadanos, en fin la prosa de una feria agrícola. Esta crítica no expresada, pero dramatizada en la obra, dice del desprecio flaubertiano por la inmadurez anímica e intelectual de la clase burguesa.
Escribir la novela le llevó cuatro años y medio, porque el estilo de Flaubert exige una forja continua del lenguaje. Vivía obsesionado por no repetirse ni lexicalmente ni en las formas sintácticas, para que la expresión resultara justa y exacta. Esta característica, unida al método compositivo que exige una representación lo más puntual posible de la realidad, convierte su ficción en el ejemplo seminal de la novela realista. Nunca, sin embargo, se burló de sus personajes, los trato con la suave ironía del buen conocedor del alma humana. La publicación de Madame Bovary trajo consigo el escándalo. Fue acusado de inmoralidad, por el suicidio de Emma y por el erotismo de ciertas escenas de la novela. Una apta defensa lo libró de ir a la cárcel. Quizás la cantidad de lectoras que se identificaron con Emma, como le dejaron saber al autor, fue consuelo y justificación del esfuerzo.
LAS OTRAS NOVELAS DE FLAUBERT
Salambó: viaje al pasado. Obsesionado con la idea de hacer "novelas en un medio grandioso en el que la acción sea forzosamente fecunda y los detalles ricos en sí mismos, lujosos y trágicos a la vez, unos libros de grandes murallas pintadas de arriba abajo", y tras el éxito de Madame Bovary, Flaubert pasó varios meses en Cartago documentándose para su siguiente novela, Salambó, que narra los amores de la princesa del mismo nombre, hija de Amílcar Barca, con Matho. Ambientada en la Cartago del siglo III a.C, en la novela se suceden batallas, asedios, amores imposibles y conjuras. Su éxito fue tal que el mismo Gautier la celebró como “una de las sensaciones intelectuales más violentas que se puedan experimentar”.
La educación sentimental: una historia moral. Inspirada en parte por el recuerdo de experiencias juveniles, tres líneas de desarrollo narrativo componen el texto: la educación sentimental de Frédéric Moreau, la historia moral de su generación, y la ubicación en una etapa histórica crucial para la Francia de su tiempo. La riqueza de París, el sexo, el dinero, constituyen el escenario de esta historia que retrata la pobreza moral de las costumbres de la época, y del joven que vive al margen de los cambios sociales, la turba que se apresta a matar a unos cuantos burgueses. Flaubert concluye como siempre sin resolver nada, todo vuelve a repetirse.
La tentación de San Antonio: las flores del mal. A partir de la figura del monje ermitaño Antonio Abad y del cuadro del santo pintado por Bruegel, Flaubert escribió tres versiones de este poema filosófico en prosa. En él, San Antonio es tentando por la nostalgia y por la ambición; la reina de Saba intenta seducirle; Apolonio de Tiana le ofrece la sabiduría y el demonio procura hacerle dudar de Dios mientras la Lujuria y la Muerte quieren ganar su voluntad. El éxito del libro fue tal que de él se escribió “es mucho más que una obra maestra: es un mundo, es el mundo […] de las ambiciones y de las resignaciones del más grande escritor francés del siglo XIX”.
Bouvard y Pécuchet: Retórica sin sentido. Esta obra póstuma ofrece un aspecto creativo de Flaubert olvidado, la insistencia en que para escribir es esencial conocer minuciosamente de lo que se habla. Dos funcionarios se retiran a un pueblo de Normandía, donde armados de saberes enciclopédicos intentan cambiar el mundo, pero fracasan porque les falta el sentido común. Lo esencial para ellos es la ciencia. La vida intelectual moderna queda así retratada en un aspecto que caracteriza su ineficiencia, pues las explicaciones de Bouvard y Pécuchet quedan como simples palabras retóricas. Y su fracaso es nuestro fracaso.
Más allá de la novela
Aunque su producción no fue muy abundante, vale la pena destacar, además de sus novelas más célebres, sus Cuentos completos, que lanza estos días Páginas de Espuma en exquisita edición en dos tomos de Mauro Armiño; las Cartas del viaje a Oriente (Laertes, traducción de Ricardo Cano), fruto de la mayor aventura del escritor, su viaje entre octubre de 1849 y junio de 1851 por Egipto, Turquía y Jerusalén; Noviembre (Impedimenta), precoz novela de iniciación sentimental, o las maravillosas Cartas a Louise Colet (Siruela), donde descubrimos al Flaubert más íntimo.