El jefe de los espías
Juan Fernández Miranda y Javier Chicote Lerena
Roca. Barcelona, 2021. 456 páginas
20,90 E. Ebook: 4,99 E
Lo ocurrido no es muy habitual: el jefe de un servicio de inteligencia conserva en su archivo personal no sólo sus agendas privadas, sino también documentos sometidos a secreto oficial y ocho años después de su muerte sus herederos autorizan su consulta a dos periodistas. Esto ha sucedido con el archivo del teniente general Emilio Alonso Manglano (1926-2013) quien dirigió el CESID, antecesor del actual CNI, de 1981 a 1995. Con buen sentido los autores, Juan Fernández-Miranda (Madrid, 1979) y Javier Chicote (Logroño, 1979), han omitido toda información referente a cuestiones exteriores, cuya divulgación habría perjudicado seriamente el prestigio internacional del CNI, y se han centrado en los asuntos internos, que pueden despertar más la curiosidad del lector español.
Este libro contiene mucha información de interés sobre los escándalos que salpicaron aquellos años
Nombrado por el ministro Alberto Oliart cuando gobernaba Calvo Sotelo, Manglano dirigió el CESID durante casi toda la etapa de gobierno de Felipe González y fue hombre de confianza del rey Juan Carlos, cuyo prestigio se esforzó siempre en proteger. Sus papeles contienen por tanto mucha información de interés, buena parte de la cual se refiere a los escándalos que salpicaron aquellos años: los dineros del rey, el chantaje de Bárbara Rey, Mario Conde y los papeles de Perote, el caso GAL, los manejos de Javier de la Rosa… Sin embargo, en el libro no aparecen tanto sorprendentes revelaciones como confirmaciones de lo ya sabido o sospechado, pero no es lo mismo conocer un rumor que ver anotaciones del director del CESID.
Especialmente interesantes son las numerosas referencias a lo que el rey Juan Carlos le decía en sus numerosas entrevistas, por ejemplo acerca de su distanciamiento respecto a Adolfo Suárez, que se inició muy pronto (le contó a Manglano que él le había sugerido a Suárez que informara a la cúpula militar antes de legalizar el Partido Comunista), su sintonía con Felipe González (en 1993 deseaba que este ganara las elecciones) o su mala opinión de Aznar (a quien consideraba un resentido y un chismoso). Por otra parte, a pesar de su fidelidad al monarca, Manglano no dejaba de consignar informaciones negativas sobre su actuación, como cuando en septiembre de 1990 anotó: “El rey está mal. Dedicado completamente a M (Marta Gayá) y con sus amigos golfos. Se desentiende de todo.”. Un mes antes había anotado que, según Sabino Fernández Campos, Jefe de la Casa de Su Majestad, Juan Carlos tenía 5.000 millones de pesetas en Suiza.
Son numerosas las referencias a las intrigas en torno al caso de los GAL y en particular al papel jugado por el coronel Juan Alberto Perote, el “traidor” del CESID que pretendió implicar al propio Manglano y al presidente del gobierno en el caso y declaró ante el juez Garzón que ambos estaban al tanto de la “guerra sucia”. Para ello se basaba en un documento del CESID de 1983 que hacía referencia al inicio de las actuaciones de los GAL en el sur de Francia y en el que Manglano había anotado “Me lo quedo Pte. para el viernes”, de lo que Perote deducía que el director del CESID mantenía informado a González acerca de la guerra sucia. La deducción era en extremo hipotética, pero además Fernández-Miranda y Chicote han comprobado que en las anotaciones de Manglano pte. significaba siempre pendiente, nunca presidente.
Particular interés tiene una conversación de diciembre de 1994, transcrita íntegramente, entre Manglano y Antoni Asunción, a quien unos meses antes había reemplazado como ministro del Interior Juan Alberto Belloch. El exministro explicó al director del CESID que a Amedo y Domínguez, los dos responsables policiales de los GAL, se les habían pagado cantidades enormes para comprar su silencio, pero no se había alcanzado todavía la cifra que les había prometido el ex ministro José Barrionuevo, además del indulto, y los nuevos responsables de Interior habían suspendido los pagos. Algunos de los asuntos de los que Manglano llegaba a tener noticia le revolvían la conciencia: “defender al Estado, defender a la institución, pero es que… ¡joder!”.