Amor en territorio hostil: lo nuevo de Elizabeth Duval
Desde su cercano debut con Reina, la escritora ha duplicado su energía narrativa en Madrid será la tumba, una novela cuya prosa toma la ciudad al asalto
10 enero, 2022 17:15El principio de esta novela es un poema terrorífico y apasionado que alguien dedica a Madrid, una Rapsodia rodada en rojo y gualda fuego con Dámaso Alonso guiñándonos el ojo y desapareciendo luego entre dinero negro de recalificaciones y putrefacción de alcantarilla, una prosa que toma la ciudad al asalto. Leemos las cuatro primeras, magníficas, páginas de Madrid será la tumba (qué titulazo, descubriremos al cerrar el libro), y con ellas sabemos ya que Elizabeth Duval (Alcalá, 2000) ha duplicado la energía narrativa desde su cercano debut Reina. Nada de lo que viene después nos hará cambiar de opinión.
Duval nos cuenta una historia de amor entre dos militantes: uno de ellos, de extrema derecha; el otro, perteneciente a un movimiento okupa de raíz marxista-leninista. Es 2016 y buena parte de lo que ha venido después para la ciudad (Díaz Ayuso, la pandemia, el intento de glamourización de Falange con rostros a lo Disney Channel cañí, etc.) sólo constan en el texto como guiños fugaces entre humorísticos y agoreros.
Santiago y Ramiro, personajes cuya complejidad psicológica es tan impecable técnicamente como atrevida en términos morales, viven entregados a sus respectivas ideas del mundo, que en sus cerebros adoptan pliegues de lo más incómodos para el lector. Hasta que se encuentran: una app de contactos unirá a quien vive su homosexualidad como una trampa mortal con quien la tiene no solo normalizada sino integrada en su discurso, al fascista con el antifascista, a dos pieles que se comprenden en el contacto. Entre mentiras y ansiedades va a desarrollarse el deseo que sentirán, real, total.
Elizabeth Duval vuelve a construir una escenografía de la violencia callejera para tensar al máximo sus ideas
Si la política se encarga de “gestionar los espacios”, como leemos en Madrid será la tumba, el amor entre nuestros protagonistas tiene que gestionar los límites de un territorio de nadie más allá del cual su existencia sería imposible. Duval no nos ofrece exactamente una revisión de Romeo y Julieta (aunque toda tragedia repita ciertos esquemas previsibles, en este caso el del entorno hostil), sino una dialéctica íntima entre seres limítrofes, a su modo lúcidos, y que sin embargo no van a poder construir nada. Oh, y no hablo ni por un momento de una equiparación inexistente entre los dos lugares ideológicos que encarnan. Muy al contrario. Pero esta es una novela, y a una novela la habitan seres vivos, irreductibles a mera idea (aunque sí las transporten).
Políticamente, el libro es una crónica sobre el modo en que un discurso se infiltra en sociedad hasta convertirse en hegemónico. Estéticamente, me ha interesado ver cómo Duval vuelve a construir una escenografía de la violencia callejera para tensar al máximo sus ideas: el choque de dos manifestaciones opuestas es uno de los puntos fuertes, un pasacalle demencial que nos deja desolados. Y, por supuesto, es una novela madrileña, un retrato inclemente de la ciudad amada y despreciada, o amada en el desprecio. Las páginas finales, en las que un personaje recorre sus calles acaba por mirar “desde las alturas”, es de una tristeza apabullante que, sin embargo, parece reconciliarnos con nuestra propia fragilidad. Estupenda novela.