Hace unos veinte años, Martin Amis (Swansea, 1949), el escritor con la relación paterno-filial más problemática después de Silvia Plath, recibió una carta de una exnovia especialmente perturbadora. “Tu padre no es tu padre”, le decía. El padre de Amis, según ella, no era el novelista Kingsley Amis, sino el mejor amigo de éste, el poeta Philip Larkin, un hombre tan tímido con las mujeres que en una ocasión bromeó diciendo que “el sexo era demasiado bueno para compartirlo con nadie”. La autora de la carta le decía que se había enterado un día que se acostó con Kingsley.
La enmarañada historia de Desde dentro, la nueva novela de Amis, brota de este misterio. Con 760 páginas, es una de sus obras más extensas. El autor comunica que probablemente sea la última. Se trata de una “autobiografía novelada”, un compuesto inestable y carismático de realidad y ficción. Amis vuelve sobre las historias que narró en sus memorias Experiencia. Otros pasajes son injertos de sus ensayos y discursos.
El misterio en sí mismo es un poco de broma. Salta a la vista que la ex –a la que el autor llama Phoebe Phelps y describe como una amalgama de mujeres que ha conocido– es de poco fiar. De todas formas, la confusión sobre su parentesco cumple su propósito –ser un jugoso señuelo– mientras la verdadera historia, más sombría, se va presentando a la vista: la historia de la muerte de tres escritores queridos por Amis: un poeta (Larkin), un novelista (Saul Bellow) y un ensayista (Christopher Hitchens).
Amis estuvo 20 años intentando escribir el libro. Concluyó una versión, declaró que le faltaba vida, se desesperó. En Desde dentro se presenta a sí mismo con la vista fija en el mar mientras buscaba un latido de inspiración. Para cualquier escritor, semejante perspectiva sería terrorífica. Para Amis, fue martirizadora. Era un momento que había visto venir.
Lo más desesperante es que 'Desde dentro' contiene algunos de los mejores pasajes de Amis hasta la fecha
En una ocasión, Lucien Freud dijo que cualquier comentario que pudiera hacer sobre sus cuadros era tan relevante para los cuadros como el sonido que pudiera producir un tenista al golpear la pelota. Así ve las cosas Amis. Hay que escudriñar la prosa, no la vida. Y, sin embargo, el distintivo de su propia crítica literaria es su interés por las presiones que la vida y el arte se ejercen mutuamente, la marca que la adicción y la pensión alimenticia deja en las frases de uno.
En su colección de ensayos más reciente, El roce del tiempo, se entrega a esa singularmente dudosa “contribución de la ciencia médica” que es el escritor que envejece. Ahora los escritores sobreviven a su talento, dice. Decaen a la vista del público.
¿Qué es lo que el tiempo arrebata a los escritores, según Amis? De Nabokov se llevó su “delicadeza moral” (sus últimas novelas están “infestadas” de niñas de 12 años, dice), disminuyó el oído de Updike, y robó la palabra a Kingsley, a Iris Murdoch, y a Bellow, el héroe de Amis, que murió de alzhéimer. Los temores del autor de Desde dentro son implícitos: “¿Qué me quitará el tiempo? ¿Me habrá quitado ya algo? ¿Cómo lo sabré?”.
Su reputación se encuentra ya en una posición curiosa. Vamos a pasar el videocollage: el hogar de la infancia del escritor era afectuoso, caótico y permisivo. Tras acabar la universidad, su ascenso fue veloz y profundamente alarmante para un padre propenso a la rivalidad. Publicó su primera novela, El libro de Rachel, a los 24 años, y entró a trabajar como editor literario en The New Stateman, donde su círculo íntimo incluía a Hitchens, Ian McEwan, Ian Hamilton y Julian Barnes.
Su pequeño grupo atizó la paranoia en todos los sectores previsibles. Norman Mailer, tan cuerdo como siempre, anunció que la Inglaterra literaria estaba en manos de una camarilla gay encabezada por Amis, Hitchens y Hamilton. Más tarde, Hitchens abordó a Mailer en una fiesta: “Creo que eso es muy injusto con Ian Hamilton”, le dijo.
Escribo bajo el signo de Amis. Una tiene tan poca capacidad de elegir sus influencias decisivas tempranas como su mano dominante. El propio Amis decía que su encuentro con la obra de Bellow le produjo el estremecimiento del reconocimiento: “Escribe solo para mí”. Así es. Las frases dentadas de Amis me agarraron por el pescuezo y me secuestraron para siempre. La insolencia de sus novelas, la gran tontería, la vergüenza, las bromas: “Al cabo de un tiempo, el matrimonio se convierte en una relación entre hermanos marcada por episodios de incesto ocasionales y bastante lamentables”. ¿Por qué no escribe así todo el mundo?, pensaba yo. ¿No se les ocurre ser tan irreverentes, tan divertidos?
Actualmente, Amis parece algo así como un vicio amado. Como crítico, sigue siendo fuerte y original. Su autobiografía es un modelo del género. La trilogía no oficial de novelas Campos de Londres, Dinero y La información permanecerá. Pero también están sus horribles declaraciones sobre los musulmanes a raíz del 11 de septiembre, y sus mediocres intentos de escribir sobre tragedias de la historia (Koba el temible, La casa de los encuentros). Están las mujeres de sus novelas, siempre un poco caricaturizadas, pero ahora tan tontas y tan extremas que hasta Robert Crumb podría aconsejar un poco de moderación.
Los temores del autor son implícitos: “¿qué me quitará el tiempo? ¿Me habrá quitado ya algo? ¿cómo lo sabré?”
Desde dentro echa mano de todo lo anterior. Hay una ridícula mujer fatal (Phoebe Phelps), retratos íntimos del pasado, mucha verborrea sobre geopolítica. Largos capítulos de consejos sobre escritura interrumpen el relato. La estructura no imita tanto la memoria como las maratonianas conversaciones entre Amis y Hitchens, algunas de ellas reproducidas en el libro, que divagaban entre la historia, el cotilleo, el oficio y el trabajo.
¿Por qué se hace referencia a algunos personajes por su nombre real (a los amigos de Amis, por ejemplo), y a otros se les da un seudónimo (a su mujer, Isabel Fonseca, se la llama por su segundo nombre, Elena)? ¿Por qué un escritor que en una página reprueba a Joseph Conrad por estereotípico, por escribir “en un abrir y cerrar de ojos”, utiliza con tanta insulsez “ojos brillantes y cola peluda”? Y lo más desesperante de todo es que Desde dentro también contiene algunos de los mejores pasajes de Amis hasta la fecha.
Los capítulos dedicados a Bellow y a Larkin son afectuosos y familiares. Hay escenas en las que cuenta la desorientación de los últimos días de sus amigos, con Bellow viendo compulsivamente Piratas del Caribe. Sin embargo, al hablar de Hitchens es cuando Amis cambia a un registro nuevo. Un escritor tan elogiado por su estilo (pero también ridiculizado por ser “solo estilo”) como él, alcanza una profundidad de sentimientos y una sencillez de lenguaje totalmente desconocidos en su obra. Le maravilla la capacidad de su amigo de enfrentarse a la muerte con valor. Nada de Amis me había preparado para algunas escenas del libro, para su calma, para su sencillez.
Martin Amis, al igual que Phoebe Philips, ha conservado el poder de sorprender. ¿Será una ventaja inesperada de envejecer? Nunca lo admitirá, pero podríamos decir de él lo mismo que él dice de Phoebe: “Es como el personaje de una novela que te da ganas de saltarte páginas y ver cómo acaba. En fin. No puedo rendirme ahora”.