El nombre de James Joyce aparece perpetuamente asociado con Ulises (1922), una novela escrita para conocedores literarios. El lector común, pasados los dos primeros capítulos, empieza a sentir la falta de oxígeno para escalar tamaño monumento verbal, acompasar su compresión a un texto pleno de experimentos lingüísticos y técnicos, carente de barandillas argumentales en que apoyarse. Y se encuentra con una representación del ser humano absolutamente desconcertante. Borges recomendaba leer trozos, degustarla a sorbitos. Estos Cuentos y prosas breves, entre los que encontramos Dublineses (1914) y otros textos que anticipan la magna novela de Joyce, pueden servir de preludio para intentar disfrutarla.
La fama, pues, de Joyce no viene curiosamente de su amplio lectorado, no lo tuvo ni en vida ni después. Su nombre aparece siempre mencionado junto al de Marcel Proust y el de Virginia Woolf, y quizás el de su benefactor Ezra Pound, los autores modernistas que vinieron a desplazar a los llamados realistas. Este coloso de las letras, como se le suele denominar en el ámbito anglosajón, tiene pies de barro. El gran corazón que late en su obra entera, la ciudad de Dublín y sus habitantes, apenas será reconocido por sus lectores naturales, los propios irlandeses. Su papel es, en principio, el de un gran polinizador de la prosa narrativa occidental, y en el ámbito hispánico por su empleo del estilo indirecto y la corriente de conciencia. Tendrá admiradores, en Octavio Paz, seguidores como Lezama Lima y Julio Cortázar, cuya influencia se manifiesta abiertamente en Rayuela (1963) y en Todos los fuegos el fuego (1966). Benet aparece siempre entre los escritores españoles relacionado con Joyce, aunque él mismo negase tal influencia.
Diego Garrido, el editor y traductor de este volumen, recoge aquí las piezas cortas de Joyce, que comenta con precisión biográfica y crítica admirables. Además de Dublineses presenta unas Epifanías, pequeños fragmentos narrativos, dos preludios de obras mayores, El retrato de un artista y Giacomo (James en italiano) Joyce, una suerte de prosas poéticas autobiográficas, que relatan unos curiosos amores del escritor, y Finn’s Hotel. El carácter de estos textos, que mezclan el verso y la prosa, proviene de su calidad de borradores, o mejor dicho de breves muestras textuales a las que acudirá luego el autor para utilizar partes de ellas en sus obras posteriores, Retrato de un artista adolescente (1916), Ulises o Finnegans Wake (1939). Una rica galería fotográfica al final del libro permite conocer en estampa al artista, a su familia, los lugares donde vivió, su Irlanda natal, Trieste, Zúrich, París, a su esposa Nora, a sus amigos y a los editores, y páginas de sus manuscritos corregidos por él que dan idea del esfuerzo verbal con que cincelaba sus obras. Se cierra el libro con una rica bibliografía.
Como autor de piezas cortas, de los relatos de Dublineses, Joyce se revela como un maestro innovador del subgénero cuento, y es considerado en el ámbito anglosajón como el primero entre pares. Únicamente la figura del ruso Anton Chéjov le hace sombra. Apreciado el volumen desde la orilla de las literaturas hispánicas su estatura decrece, porque estas quince piezas del libro no son superiores a las de Juan Ramón Jiménez, o las de los mencionados Rulfo o Borges, entre otros muchos. El modernismo hispánico, que prolonga la riqueza sensorial del romanticismo, ampliando su espectro perceptual, ofrece al lector unos contenidos humanos, en Platero y yo (1914), en Inquisiciones (1925-1944), en El llano en llamas (1953), que compiten en profundidad psicológica favorablemente con los cuentos de Joyce. Quien fuera de Cervantes, de Miguel de Molinos y de San Juan de la Cruz, desconoció las letras hispánicas.
El germen del gran narrador
La relectura de Dublineses, sin embargo, volvió a deslumbrarme por la manera radical con que visitamos los recovecos de la psique humana. A diferencia de los cuentistas de oficio que recurren a la imaginación para alumbrar la realidad mediante extensiones dictadas por un componente mágico del espíritu, Joyce se apoya en su entorno físico, la Irlanda que sufría bajo el dominio británico, de una cultura en que el inglés y el irlandés se debatían la primacía, que ocurría en aquellos tiempos modernos cuando el ser humano aflojaba las amarras racionales.
Si bien su proyecto literario pedía distancia y libertad, por eso se marchó de su país, al que llevará grabado en su corazón, para intentar conocerlo, según le sugería su intuición. Su grandeza autorial arranca aquí, en Dublineses, donde los personajes no caben en los moldes habituales. Lo que Ortega y Gasset llamaba la deshumanización humana es lo que Joyce representaba, la amplitud del ser humano que no cabe en los esquemas habituales de la política, de la religión, de las costumbres sociales de la época. Su escritura supondrá un titánico esfuerzo de liberación, trazando coordenadas narrativas imprevisibles, tanto como las que dibujan al hombre moderno, liberado de las ataduras ideológicas decimonónicas,
Suele decirse que la característica de estos relatos reside en la mezcla de la prosa directa y de las sugerencias poéticas, el cómo hila realidad y sugerencia para atisbar el fondo del vaso humano. Lo consigue muchas veces, en ese extraordinario cuento final, “Los muertos”, cuando el marido desea hacer el amor con su esposa y descubre que ella sigue añorando al primer amor muerto muchos años atrás.
BIBLIOGRAFÍA JOYCEANA
Tres son las ediciones más solventes de Ulises de Joyce en español: la canónica, traducida en 1976 por José María Valverde y galardonada con el premio Nacional de Traducción, que acaba de recuperar Lumen, con nuevo prólogo de Andreu Jaume y el mapa ilustrado del Dublín de la novela, realizado por Camille Vernier; la de Cátedra, vertida al castellano por María Luisa Venegas y Francisco García Tortosa (1999, 2022) y la primera de todas, la de José Salas Subirat, publicada en Argentina en 1945, que es la que recupera la versión ilustrada por Eduardo Arroyo que acaba de reeditar Galaxia Gutenberg. También resultan muy recomendables dos imprescindibles álbumes de novela gráfica de Alfonso Zapico, La ruta Joyce y Dublinés (ambos publicados por Astiberri).
Comenzado en Dublín en 1904 y terminado en Trieste en 1914, Dublineses es el único libro de cuentos de Joyce. Se trata de una obra fundamental, traducida por Guillermo Cabrera Infante (De Bolsillo, 2021); por Susana Carral (Reino de Cordelia, 2021), en versión ilustrada por Javier García Iglesias, y por Fernando Velasco (Akal, 2015).
De carácter semibiográfico y publicada en 1916, Retrato de un artista adolescente es, según Valverde, la cumbre de su genio. Para comprobar si erraba o no, el lector cuenta con la edición clásica de Dámaso Alonso, recuperada por Alianza (2021) y con la de Cátedra, de Damià Alou (2022). Más complicada resulta la lectura de la última obra de Joyce, la mítica Finnegans Wake, pues en sus casi 700 páginas el inglés se amalgama con otras sesenta o setenta lenguas. Francisco García Tortosa publicó un solo capítulo, el titulado “Anna Livia Plurabelle” (Cátedra), en 1992.
El centenario de Ulises ha permitido que editoriales independientes lancen ensayos como Sobre la escritura (Alba) o Stephen Hero (Firmamento). Por otra parte, quien quiera descubrir al Joyce poeta cuenta con su Poesía completa, vertida al castellano por J. A. Alvárez Amorós (Visor, 2014).