Aunque sabe que “estos son malos tiempos para los saberes clásicos”, Carlos García Gual (Palma de Mallorca, 1943) sigue empeñado en contagiar su entusiasmo por la cultura griega y romana, a las que ha dedicado toda su vida. Profesor de Enseñanza Media en el Instituto Beatriz Galindo de Madrid primero y luego en varias Universidades (Granada, Barcelona, UNED), volviendo al final a Madrid, “a mi antigua Facultad”, reconoce a El Cultural que tuvo la suerte de estudiar con grandes helenistas como Fernández Galiano, Francisco R. Adrados, Luis Gil, y José S. Lasso de la Vega, “en la que ha sido la mejor época de los Estudios Clásicos en nuestro país. Fue en sus aulas donde a mí me atraparon fatalmente las voces y los ecos de los antiguos griegos”.
Fruto de esa dedicación de más de medio siglo, recupera ahora su libro sobre Prometeo, pero cambiándole, una vez más el título, pues si en su primera edición se trataba de Prometeo. Mito y tragedia, y luego, con prólogo actualizado y ampliado, de Mito y literatura, ahora ha preferido El mito del dios rebelde y filántropo, “para destacar ya en portada lo que constituye el rasgo más singular de su protagonista: un dios que se enfrenta al soberano del Olimpo por amor a los hombres amenazados de destrucción.
En su duelo con Zeus, el señor del Olimpo inventa otro castigo. Manda fabricar a la primera mujer, la bella Pandora, que los dioses envían como tramposo regalo a Epimeteo, el hermano tonto del Titán, y, como propina, en su descendencia, a los hombres, pues la curiosa primera mujer trae consigo su jarra de males”.
Pregunta. ¿De dónde nace su fascinación por Prometeo?
Respuesta. Es una de las grandes figuras más originales de la mitología griega, y en su audaz enfrentamiento con el poderoso Zeus cobra una enorme resonancia simbólica. Con arrogante audacia el Titán se atreve a quebrantar el orden divino, a robar el fuego celeste, y en consecuencia a sufrir el castigo terrible, encadenado y torturado por un águila, en lo alto del remoto Cáucaso, todo por su “amor a los humanos”. Es decir, por filantropía.
P. Su libro recoge distintas versiones del mito, de Esquilo a Kafka, pasando por Nietzsche. ¿Cuál es su preferida?
R. En el libro he traducido y comentado todos los textos griegos, y una parte significativa de esas recreaciones modernas que recuentan el mito con una cierta ironía, con miradas nuevas, críticas o humorísticas (como la obrilla de André Gide). Hay en estas miradas a distancia nuevos acentos, desde luego. Y si he de elegir los textos más audaces, yo escogería las dos recreaciones de Goethe, de claro acento romántico. Por un lado el magnífico y conocido poema de su juventud, “Prometeo”, en que el Titán rebelde defiende su rebeldía contra un Zeus tiránico, y, por otro, en su estupenda obra teatral, ya de su vejez, El retorno de Pandora, exalta el amor y la belleza que aporta al mundo de los hombres la recién creada figura femenina, y en consecuencia defiende la acción de Epimeteo frente a su hermano belicoso.
Deriva arrolladora
P. Precisamente los planes de estudio de los ministerios de Educación y de Universidades parecen ir dirigidos a eliminar el conocimiento del griego y del latín: ¿existe alguna razón que justifique esta obsesión?
“Son estos muy malos tiempos para la tradición clásica porque pedagogos y políticos se han conjurado”
R. Claro que no, pero son éstos muy malos tiempos para la tradición clásica, es decir, la que viene de Grecia y Roma. El latín y el griego han desaparecido de la enseñanza a casi todos los niveles. Pedagogos y políticos se han conjurado para orientar la educación general a lo más inmediatamente útil para los negocios y los empleos prontos, y los oficios más tecnológicos, con un total desprecio de lo humanista y la educación en la cultura literaria. No vale la pena insistir en las críticas a esa deriva tan arrolladora. En fin, siempre quedan algunos partisanos, amantes de los libros y los antiguos griegos.
P. Como usted...
R. Desde luego. Yo pertenezco a esa secta minoritaria, y he tenido la suerte y el largo placer de dedicarme a estudiar y enseñar antiguos textos griegos en compañía de excelentes colegas y amigos.
P. Pero ¿es posible una humanidad sin humanidades?
R. Bueno, es una cuestión difícil. Yo sé que las humanidades tienen una utilidad menos inmediata, pero más allá del empleo y de los trabajos comerciales y utilitarios a corto plazo, y del abotargamiento de internet, el hombre tiene unas necesidades culturales esenciales que le empujan a ampliar sus conocimientos y a dar dignidad a su vida, a ennoblecerla. Como digo a menudo, arrinconar, menospreciar la cultura clásica es un acto insoportable de barbarie. Pero soy muy pesimista, lo confieso, sobre todo en lo que se refiere a la enseñanza media, es el signo (pésimo) de los tiempos.
Sensibilidad clásica
P. Sin embargo, nunca se habían traducido más ni mejor a los clásicos y los cursos y conferencias se multiplican, por no mencionar el éxito de El infinito en un junco de Irene Vallejo. ¿Son los lectores conscientes de esas carencias educativas y necesitan suplirlas?
“Hay un público más numeroso de lo que algunos creen muy sensible al mundo clásico, y que se siente marginado”
R. Eso es indudable. Los cursos, las conferencias, las traducciones, esos libros tan vendidos de carácter divulgativo, demuestran que existe un público más numeroso de lo que algunos parecen creer, muy sensible a ese mundo clásico y que se siente marginado, arrinconado por la corriente supuestamente mayoritaria, pero que está deseando informarse, cultivarse, ennoblecer su vida conociendo más y mejor el mundo griego y latino.
P. Hablando de planes de estudio, ¿qué balance hace de sus años de profesor?
R. Tengo que decir que me gustaba dar clases de traducción de textos y de lengua y literatura. No sé si he sido un buen profesor, pero sí que he disfrutado mucho de las clases y de mis alumnos. (Temo haber sido tal vez demasiado exigente sin quererlo).
P. ¿Y como autor?
“Griegos y latinos dan dignidad a nuestras vidas, las ennoblecen. Menospreciarlos es una prueba de barbarie”
R. Lejos de las aulas, un tanto a contrapeso de los clásicos más vistos me he empeñado en escribir sobre obras y autores literarios que me parecían de singular atractivo y marginados u olvidados en manuales y programas de la época. Así, por ejemplo, he escrito de los mitos y las novelas griegas cuando esos eran temas que no figuraban en los escuetos programas oficiales, y me he esforzado en reivindicar el interés de filósofos proscritos o marginados, como eran los casos claros de Epicuro y los cínicos, y también he traducido a clásicos menores o poco editados, como Apolonio de Rodas o el misterioso Pseudo Calístenes o Diógenes Laercio. También he traducido a otros autores más clásicos, desde los poetas a algunos textos hipocráticos, y textos filosóficos. De esas traducciones destacaría la de la Odisea homérica y la de Vidas y opiniones de los filósofos más ilustres de Diógenes Laercio.
Al repasar lo mejor de su obra, García Gual señala también algunos ensayos en los que destacó el valor de mujeres poco conocidas pero inolvidables de la literatura antigua (Audacias femeninas, 1991 y 2019), y su labor de traductor: “Creo que un filólogo puede ser un buen traductor, como lo fueron mis maestros ya citados, pero a la vez debe cuidar bien no sólo el reflejo del original, sino la elegancia de la prosa del idioma propio. Yo he intentado siempre lo uno y lo otro. (Me han dado un par de premios de traducción, por los que estoy reconocido, pues la labor del traductor queda a menudo injusta y torpemente menospreciada).
Mitos en los quioscos
P. Fue también figura clave de la Biblioteca Gredos...
R. Sí, tuve la gran suerte de asesorar la Biblioteca Clásica Gredos, en sus más de cuatrocientos tomos, que fue un valeroso intento de presentar, bien traducidos y prologados, casi todos los textos clásicos griegos y latinos, en una amplia panorámica. Y ahora, en estos malos tiempos para las Humanidades, me da algún consuelo observar cuántas versiones de autores antiguos bien traducidos se publican en bolsillo (Alianza, Cátedra, Akal, etc.) y cómo se multiplican en los quioscos los libros de mitología ilustrados y para niños y los de arqueología e historia antigua. Algo persiste de los atractivos del legado antiguo.
P. Tras este Prometeo, ¿en qué nueva aventura se ha embarcado?
R. Sigo siendo un lector hedónico y desordenado de ensayos, de historias, novelas y poesía, y, aunque repetidamente me hago propósito de dejar de escribir, acabo por ceder a la tentación de redactar notas para algún ensayo; luego se vuelven páginas y vienen a concluir en un libro nuevo. Ando retocando uno, breve, de Simposios y banquetes griegos, que me ha entretenido estos meses de pocos viajes y largos paseos por los parques de mi barrio.