Se publican en castellano, por vez primera, estos veintiséis textos del autor serbio Milorad Pavic (1929-2009), escritor y profesor erudito, historiador de la literatura, traductor, miembro de la Academia Serbia… en su día candidato al Nobel. El prólogo de su compatriota Goran Petrovic resalta la concepción que su admirado Pavic tenía de la tarea literaria como experimento y juego con mil lecturas, del cuento como prodigiosa totalidad entre lo imaginario y lo real, borrando fronteras, inicios, finales, pasados o futuros…
El campo de acción de Pavic no es el texto personal, cercano, directo, sino la construcción consciente de arquitecturas desbordantes, el entramado culto de espejos y resonancias, de significados que vienen de atrás y que se extienden a través de los espacios y los tiempos. No persigue ni consigue la emoción, sino el alarde “borgiano” del sesudo experto en combinatorias.
Lo comprobamos ya en el primer cuento, “Juego de té de Wedgwood”, donde una pareja de estudiantes de Ingeniería que prepara exámenes de matemáticas en el domicilio de ella, conduce a una peripecia cruzada de referencias, objetos, animales mitológicos, sexo, señales por descifrar… Lo racional y lo irracional, lo real y lo onírico operan a un tiempo.
Se disfruta de la excelente prosa y se tiene la sensación de que bajo el delirio hay cálculo de orfebre
Se disfruta de la excelente prosa, la conciencia desemboca en sorprendentes y poéticos hallazgos, pero se tiene la sensación de que bajo el caos y el delirio hay mucha estructura y cálculo de orfebre, incluso cuando el propio texto nos invita a sentir y a escapar de “enfoques cuantitativos”. No en vano, todo termina en un simbolismo geográfico/geopolítico.
Inevitable la comparación con Borges cuando en muchas historias, como en “Cena en Dubrovnik”, se nos habla de un joven fraile del siglo XVII que se afana en sacar copias de las llaves de todas las viviendas de la ciudad en un molde de cera y la trama conduce hasta el final de la Segunda Guerra mundial, con un juego de espejos/paralelismos entre aquel hombre y un joven maestro escolar del siglo XX.
El autor padeció como pocos las guerras (y casi hasta el final de sus días), de ahí que muchos textos aludan a conflictos bélicos, relatos de familiares serbios que combatieron contra austriacos, rusos cosacos… siempre en una madeja de simbolismos, secretos y casualidades.
Cuentos fríos
Gran peso tiene también la tradición campesina, expresada en decenas de rituales, refranes y dichos. El hambre, la pobreza, el frío, la brutalidad ambiental y las muchas penalidades son también elementos que se retratan con frecuencia (“Pan y vino”, “Ojos multicolores…”).
Pavic extrae gran partido del asunto de las identidades, los parecidos, las coincidencias, las señales que nos llegan desde otro tiempo. Son cuentos fríos, de lento desarrollo, que muestran, sobre todo, la capacidad del autor para armar estructuras, entramados complejos, hileras de significados, secuencias de elementos y referencias culturales.
Obreros que relatan junto al fuego con aire de leyenda, asesinatos por celos, carruajes cuyos caballos se mueven al son de un violín, trastornos de hermanas, visitas de ultratumba de combatientes caídos, traiciones, herencias, codicias, premoniciones, personajes esnobs de alta sociedad que se expresan en cuatro idiomas, según la estación del año, destierros del Paraíso junto al Danubio… Quizá lo más personal, cercano, cálido y bienhumorado sea el último texto, “Autobiografía”, donde se define como “el escritor más conocido del pueblo más odiado del mundo. El pueblo serbio”.