Escritor y analista de origen venezolano que estuvo al frente de la revista Foreign Policy y ha trabajado para instituciones como el Banco Mundial, Moisés Naím (Trípoli, Libia, 1952) es un agudo observador de la realidad sociopolítica contemporánea: a nadie puede extrañar que haya escrito un libro brillante sobre los riesgos a los que se enfrenta la democracia liberal. Se da por ello aquí continuidad a una línea del ensayismo político reciente que se ocupa con desigual éxito del fenómeno populista y el consiguiente riesgo de involución autoritaria.
Aunque Donald Trump ya no ocupa la presidencia de Estados Unidos y el Brexit se ha convertido en un problema local de los británicos, no cabe duda de que estos traumáticos acontecimientos han sido una potente motivación para académicos y ensayistas de todo el mundo. Entre las muchas virtudes del libro de Naím se cuenta precisamente su amplitud de miras, ya que su mirada se posa con detalle en realidades políticas más exóticas: nos habla con conocimiento de causa de Italia, Venezuela, Filipinas, Brasil, Turquía, Rusia, Tailandia o la India, sin olvidar las inevitables Hungría y Polonia. Su enfoque es así genuinamente global, lo que facilita la búsqueda de regularidades transnacionales y la construcción de un argumento general sobre el deterioro de los fundamentos de la sociedad libre.
Nuestro autor domina las técnicas narrativas del ensayo culto, ofreciéndonos de manera ágil su particular interpretación del fenómeno populista. Su manejo de las fuentes es inteligente, ya que toma del mundo académico lo que más le interesa sin abrumar al lector con un aluvión de referencias. Para Naím, la fórmula que utilizan los nuevos líderes se caracteriza por combinar populismo, polarización y posverdad; de ahí que los llame de manera resultona “autócratas 3P”.
Su descripción no sorprenderá al lector de periódicos: “dirigentes políticos que llegan al poder mediante unas elecciones razonablemente democráticas y luego se proponen desmantelar los contrapesos a su poder ejecutivo”, ocultando sus intenciones por medio de “un muro de secretismo, confusión burocrática, subterfugios seudolegales, manipulación de la opinión pública y represión de los críticos y adversarios”.
No se trata del espadón que da un golpe de Estado e implanta una dictadura militar, sino del líder populista que dinamita los controles liberales de la democracia desde dentro –saltándose alegremente unas reglas informales que no están fijadas y pueden por ello violarse con relativa facilidad– mientras se dice portavoz único de la voluntad popular.
Según Naím, las democracias pueden prevalecer. Para que sea posible conviene leer libros como este
El libro va desgranando cada uno de los elementos de esa triple fórmula por medio de una lograda combinación de conceptos y ejemplos. Naím entiende el populismo como una estrategia para obtener el poder, sin atribuirle un contenido ideológico particular: los nuevos autócratas serían pragmáticos poco inclinados a defender creencias fuertes. El populismo alimenta el ansia de venganza de ciudadanos cuyas expectativas se han visto defraudadas, dirigiendo sus emociones negativas contra una élite corrupta.
Si bien una de las herramientas del populismo es la división antagónica de la sociedad en dos mitades enfrentadas, la polarización se considera aquí como una estrategia separada que dinamita la lógica consensual de las democracias liberales y se modula a partir de la identificación emocional del ciudadano-fan con el líder carismático.
Más novedosa sería la posverdad, algo cualitativamente distinto de la mentira: una difuminación maliciosa de la frontera entre hechos y opiniones. Si algo se echa de menos en el libro, es mayor atención hacia aquellas democracias que no han elegido a un autócrata de manual y sin embargo se ven contaminadas por la misma lógica populista.
La posverdad
En ese sentido, Naím hace bien en recordar que no hay nada de natural ni de inevitable en el apoyo popular a la democracia liberal. No está asegurado que los ciudadanos sean sus defensores en caso de necesidad; de hecho, hay indicios de que su creciente apoyo a líderes populistas incapaces de cumplir sus promesas no se produce a pesar de sino gracias a su autoritarismo.
Hay que rehuir la complacencia, pues el desprestigio relativo de las democracias liberales no carece de fundamento; el autor hace un documentado repaso de las razones del descontento popular. Pero no está claro que el mal desempeño económico o el aumento de la desigualdad sean determinantes; que una parte de la población sienta que el orden moral que reconoce como propio se encuentra amenazado para explicar mejor el auge del populismo. A su vez, esos ciudadanos agraviados pueden organizarse políticamente con más facilidad que nunca gracias a las nuevas tecnologías.
¿Qué hacer? Naím formula un conjunto de recomendaciones destinadas a aumentar la legitimidad y eficacia de las democracias: de la votación por orden de preferencia a las asambleas ciudadanas, pasando por la mejora de la educación cívica de los ciudadanos. No es un pesimista; las democracias, insiste, pueden prevalecer. Para que sea posible, en cualquier caso, conviene leer libros como el suyo: saldremos ganando.