Desde que en 1926 apareciera como ilustre figurante en el filme La malcasada, dirigido por Francisco Gómez Hidalgo, la relación de Wenceslao Fernández Flórez con el cine no haría sino diversificarse y ampliarse con los años. Si como autor de argumentos originales es uno de los escritores de renombre que más temprano dedique su tiempo al cinematógrafo (Una aventura de cine, Juan de Orduña, 1927 y Odio, Richard Harlan, 1933), más frecuente será ver sus propias novelas y relatos adaptados –por él mismo o por otros– a las pantallas españolas.
Creador de un universo propio caracterizado por su humorismo fatalista y melancólico, pero también por un crítico realismo costumbrista de honda tradición hispana, no es de extrañar, por ejemplo, que su novela El malvado Carabel (1931) sirva de soporte a dos de los más destacados cineastas de la historia del cine español: Edgar Neville y Fernando Fernán Gómez (versiones de 1935 y 1955 respectivamente), actuando pues como singularísimo puente literario entre el cine popular republicano y la crispada queja ante la sociedad que le tocaba vivir que preside la mejor filmografía de este último.
Con todo, la más alta popularidad cinematográfica de Fernández Flórez se produce tras la Guerra Civil, cuando –convertido públicamente en intelectual por un Régimen de cuyo dictador era amigo personal, a la vez que mirado con desagrado por los sectores más reaccionarios dadas sus posiciones pasadas (agnóstico, antimilitarista, defensor del aborto y del amor libre)– destacados cineastas utilicen algunas de sus obras de los años 20 y 30 para, aprovechándose del colchón que su firma podía suponer ante la censura, referirse, de forma más o menos consciente, directa o metafóricamente, a la lúgubre realidad de la época.
Creador de un universo propio, El malvado Carabel sirvió de soporte a Neville y Fernán Gómez
Tanto en las tempranas “comedias humanas” El hombre que se quiso matar (1941) y Huella de luz (1942), dirigidas por Rafael Gil y en las que el talentoso actor compostelano Antonio Casal encarna al típico personaje del escritor, dando melancólico rostro a su humor y, en cierta forma, a la posguerra misma, como en otras más reflexivas y modernas (Intriga, dirigida por Antonio Román a partir del relato Un cadáver en el comedor y enriquecida por los hilarantes diálogos de Miguel Mihura, o El destino se disculpa, dirigida por José Luis Sáenz de Heredia en 1945 y de gran influencia en los primeros títulos de Luis García Berlanga), pasando por esos melodramas radicales que son La casa de la lluvia (de nuevo Román, 1943) y Ha entrado un ladrón (1949, Ricardo Gascón), el cine que partía de su pluma iba a lograr mantener, con más o menos dificultades, la crítica y la honda desesperanza con las que los relatos miraban de frente la situación de una España injusta y clerical, atrasada y cursi.
El número de adaptaciones y su propia actividad cinematográfica decaerán posteriormente, pero su obra todavía dará lugar –además del Carabel de Fernán Gómez– a películas como la sombría Camarote de lujo (Rafael Gil, 1958, para la que escribe diálogos adicionales), sobre la dureza de la emigración gallega a América y de nuevo protagonizada por Casal; la alegórica y coral Los que no fuimos a la guerra (Julio Diamante, 1962) o, ya muchos años después de su muerte y a partir de un magnífico guion de Rafael Azcona, la exitosa versión de El bosque animado dirigida por José Luis Cuerda en 1986 y protagonizada por Alfredo Landa. Y todavía en 2001 la novela más querida por su autor daría lugar al primer largometraje europeo de animación en 3D (El bosque animado. Sentirás su magia, Ángel de la Cruz y Manolo Gómez).
José Luis Castro de Paz es catedrático de Comunicación Audiovisual de la USC e historiador de cine. Presidente de la Fundación Wenceslao Fernández Flórez.