La escritora y catedrática Ana Merino andaba inmersa en la escritura de una “novela de campus” cuando un “milagro” le obligó a cambiar de rumbo. No es que la temática no fuera original, aunque la novela Misión olvido de María Dueñas ya recogía los conflictos académicos entre el personal de las universidades. En todo caso, no se antojaba tan apasionante como la oportunidad con la que se dio de bruces en pleno confinamiento. En una sesión de yoga online, su compañera Rocío le presentó a María, que resultó ser la nieta del que se convertiría en protagonista de su nueva novela: Amigo (Destino).

Conocedora del trabajo que Merino había desarrollado en materia de investigación cultural, la nieta de Joaquín Amigo informó a la escritora de la existencia de un material que conservaba de su abuelo. La ganadora del Premio Nadal en 2020 advirtió que se trataba de “un verdadero tesoro” desde que vio las cartas de Federico García Lorca, según ha contado en la rueda de prensa de esta mañana en la Residencia de Estudiantes.

La correspondencia entre el poeta y su amigo, de formación filosófica, no es lo único valioso ni sorprendente que había en aquellos cajones. Unos poemas primerizos de Luis Rosales y algún ejemplar de la revista Gallo, puesta en marcha por Lorca con la ayuda de Joaquín Amigo, precisamente, completan el archivo que ha utilizado Merino para cimentar su novela.

Destino

Inés Sánchez Cruz es el personaje que transmite la emoción de abismarse en un hallazgo de estas características. El objetivo de Merino era que, a través de ella, “el lector viviera esa experiencia”. Además, la poeta mexicana comparte muchos rasgos biográficos con la propia autora: por ejemplo, ambas mantienen una relación estrecha con el mundo académico y conservan recuerdos de un tiempo pasado en la Residencia de Estudiantes, centro neurálgico de la novela y espacio crucial en la historia de la Generación del 27. Para Merino, además, la figura de la profesora “representa la relación de hermanamiento que siempre ha existido entre la literatura española y la mexicana”.

La autora regresa con el personaje de Inés a la Residencia para investigar sobre ese “maravilloso” archivo que, más allá de la ficción, cayó en sus manos de un modo accidental. Desde una trama que mantiene esos sinsabores académicos que la autora pretendía incluir al inicio, la novela desvela algunos secretos en torno a la relación entre los autores del 27.

En una de las cartas que Lorca envía a Joaquín Amigo le cuenta, emocionado, el éxito en el estreno de la obra teatral Mariana Pineda. Otra incluye la postal donde posa junto a Salvador Dalí durante su estancia en la casa de Cadaqués, propiedad del pintor, y la última corresponde a la etapa en que escribe los poemas de Romancero gitano. Por otro lado, aquellos poemas del poeta Rosales fueron el detonante de la amistad con Lorca, pues sirvieron como pretexto para que Joaquín, amigo de ambos, les presentara.

Lo más conmovedor para la autora fue “sentir que los dos amigos estaban vivos”. La ilusión y juventud que destilaba aquella correspondencia fue “una ventana de luz” en aquellos meses duros de la pandemia, ha dicho Merino, que ha querido recordar el trágico final que tuvieron Amigo y Lorca, asesinados, cada uno por un bando, al comienzo de la guerra.

Joaquín Amigo “siempre defendió el proyecto literario de Lorca”, ha dicho Merino, a pesar de sus diferencias ideológicas. Amigo se movía en unos círculos más conservadores, circunstancia que le llevó a la muerte, pero la fraternidad entre el poeta y el filósofo, que no dejó obra escrita, es el legado cultural que nos deja su relación, rescatada en esta novela-homenaje.