En la bancarrota del realismo social español, poco más que Tiempo de silencio se libró de la sentencia condenatoria. El libro de Luis Martín-Santos (1924-1964) apenas concitó otras aisladas descalificaciones que las muy radicales y desmitificadoras de Alfonso Sastre y Salvador Clotas. La valoración generalizada coincide con la de Fernando Morán: la novela renovó el simplificador realismo español aportando ambición temática y vanguardismo técnico. Este doble efecto no lo alcanzó Martín-Santos por casualidad sino por su seria preocupación estética, a la que hizo una significativa aportación teórica. En un polémico seminario madrileño de 1963 lanzó la propuesta de construir un “realismo dialéctico”, formulación muy confusa pero con la que reafirmaba la necesidad de innovar el fondo y la forma; realismo crítico sí, pero de otra manera, era lo que postulaba.
En este contexto se inscribe la escritura en marcha de una segunda novela, Tiempo de destrucción. Suponía un paso más en esa búsqueda de profundidad y actualidad para una narrativa, la nuestra, anclada en el naturalismo y en la pobreza estilística. Con palpables huellas de su exitosa ópera prima, Martín-Santos ideó un relato de formación focalizado en exponer el conflictivo destino del joven apocado y caviloso Agustín. La narración sigue las huellas del protagonista con voluntad de darle dimensión alegórica, pero dejando bien clara la trama de una historia de aprendizaje, incluso con trazas costumbristas, como ocurre cuando el joven contrata una prostituta en un club de alterne.
De forma discontinua van apareciendo los antecedentes familiares, la infancia, la escuela, los estudios universitarios, las pulsiones eróticas, las diferencias sociales y el ejercicio profesional como juez. Todo ello envuelto en complementos discursivos y culturalistas, en sarcasmos y parodias, y encerrado en una prosa versátil que compagina lo conversacional y apelotonados fluidos lingüísticos.
El alcance simbólico, que incluye una denuncia colectiva paralela a la inadaptación social de Agustín, detona en un desenlace marcado por lo visionario y de sentido ambiguo, quizás esto solo debido al estado inconcluso del original.
Un accidente de automóvil que se cobró la vida de Martín-Santos interrumpió la escritura de Tiempo de destrucción. Quedó un mecanoscrito incompleto y laberíntico que José-Carlos Mainer sacó a luz en el año 1975 tras una minutísima y abnegada labor de edición y reconstrucción del texto, acompañada de un iluminador y extraordinario prólogo.
El mayor mérito de esta nueva edición reordenada y distinta es llamar la atención sobre un libro que merece salir del olvido
Ahora Mauricio Jalón lleva a cabo otro trabajo de la misma índole, con notables diferencias respecto del de Mainer. Jalón incorpora un prólogo del propio Luis Martín-Santos (silencia que Clotas ya lo había publicado), reordena los materiales y añade discutibles encabezamientos sin ponerles los imprescindibles corchetes. Tampoco recoge el revelador guion que incluyó Mainer. Con ello busca una edición cercana a un lector común.
Su mérito mayor consiste en llamar la atención sobre un libro que merece salir del olvido, aunque sigue siendo preferible la ejemplar exhumación de Mainer para quien quiera palpar el estado magmático de aquel libro que pudo suponer el impulso definitivo a la modernidad de nuestra prosa narrativa.