P. T. Barnum fue un artista circense norteamericano y, además, un poco de todo: escritor, filántropo, editor, político... Para algunos, nada más que un exhibicionista. Alessandro Baricco (Turín, 1958) toma de él su nombre para, también, escribir un poco de todo y exhibir todo aquello que ve, piensa o siente. Ejercicio notable el de los escritores de fama –y él la obtuvo con ese espléndido relato, Seda, que ya ha superado las cuarenta ediciones en España– recopilando sus artículos. Un amigo mío me contaba que él, entre matrimonio y matrimonio, o sea entre guerra y guerra, se dedicaba a pequeñas historias amorosas que eran las que le habían alegrado la vida. Con las obras de los escritores de fama ocurre algo parecido: entre novela y novela, escriben artículos y así, como P. T. Barnum, pueden tocar de todo: desde el fútbol a los sanfermines, desde las Torres Gemelas a los festivales de Salzburgo o a entrevistar a Vargas Llosa.
Baricco es un escritor de oficio y sus artículos son muy amenos –algunos más que otros– y mira la profundidad de las cosas como ese buceador con gafas y tubito incorporado que observa desde la superficie del agua y describe lo que ve: desde los partidos del Boca contra el River, como una corrida de toros de El Juli, o las borracheras y los sanfermines cuyo éxito y popularidad atribuye a Hemingway, lo cual no es verdad del todo.
Baricco vio los encierros desde un balcón y quizás le faltan datos para analizar con más profundidad lo que son estos siete días de desenfrenadas fiestas. Además, se ve en la obligación de excusarse ante los animalistas y les pide que le entiendan a él como él les entiende a ellos: tarea imposible, algo así como intentar que la Rahola (Pilar) entienda la belleza de una corrida de toros.
Baricco escribe sus artículos en el diario romano de izquierda La Repubblica, del que también es editorialista. Y se nota. Refiriéndose al terrorismo, su opinión podrían suscribirla los equidistantes de Podemos: esparciendo la responsabilidad (por no utilizar un término malsonante) a todo el que pase por ahí: “El terrorismo es mucho más que una necrosis de nuestro cuerpo social, que una agresión procedente del exterior. Algo se pudre en esos gestos terribles, y ese algo es una parte de nosotros, de nuestras democracias, de nuestra idea occidental, del progreso y de la felicidad. No es un ataque a esas cosas: es una enfermedad de esas cosas”.
Baricco es un escritor de oficio, sus artículos son muy amenos y mira la profundidad de las cosas describiendo lo que ve
Sin embargo, esa fineza que se percibe en Seda aparece y justifica la publicación de esta recopilación de artículos en sus comentarios sobre música. Para Baricco, Beethoven es el inventor de la música clásica y me ha parecido muy sugerente su comentario sobre la primera sinfonía, una especie de transición entre Mozart y Beethoven. Y trae a colación una memorable cita de Borges justificativa de sus asertos, a veces arriesgados: “No existen los precursores; hay grandes que crean, de forma retrospectiva, la grandeza de sus predecesores”.
De todos los artículos, el que encuentro más logrado es “Alex Ross y la música culta”. Ross es un genial crítico musical norteamericano que escribió una obra de referencia que sirve para entender la música contemporánea: El ruido eterno. Transcribo, por último, este sugerente comentario de Baricco: “Así, Stravinski es también el resultado de las agresiones a las cuales lo sometió Boulez, Mahler no se explica sin Strauss, Britten no existe sin su homosexualidad, Copland sin sus simpatías comunistas, Cage sin cierta cultura hippy de los años sesenta, Steve Reich sin Miles Davis y los Velvet Underground, etcétera”. ¡Ah!, una impecable traducción de Xavier González Rovira, lo cual se agradece.