La lectura de una novela de detectives siempre me recuerda el juego del dominó, pues las fichas, los episodios del argumento, al final encajan unas con otras. Propicia el entretenimiento, te divierte un rato y hace que te sientas bien, porque los mimbres narrativos aseguran que se hace justicia en nuestro entorno. Este subgénero se revela así altamente conservador, quien lo consume experimenta su efecto de estabilizador social, los policías o los jueces acaban ganando la partida a los trasgresores. Incluso suele ofrecer trazas artísticas, al asomar en sus páginas representados algunos de los resortes que mueven a los seres humanos, cuando ciertas vueltas de los personajes levantan una pizca el manto que cubre nuestras vergüenzas, los deseos inconfesables junto a las torpes inclinaciones, incluso los hechos inhumanos.
Eva García Sáenz de Urturi (Vitoria, 1972) es una exitosa practicante de este subgénero novelístico, ganadora del premio Planeta de 2020 con Aquitania, y su Trilogía de la Ciudad Blanca suma más de dos millones de lectores. La narrativa de detectives triunfa entre quienes confían en los amarres sociales convencionales y en el poder de la cultura.
Su diseño, el de esta novela, se basa en tres elementos básicos, la definición de los espacios donde ocurre la acción, en este caso, la ciudad de Vitoria y el barrio de las Letras de Madrid, delineados con el rico trazo de un entorno amable, y el aporte de unos personajes de firmes convicciones respecto a una conducta que respeta las convenciones sociales, como Unai López de Ayala, alias Kraken, protagonista de la mencionada trilogía sobre la Ciudad Blanca, ahora exinspector de policía, y las inspectoras, Estíbaliz Ruiz de Gauna y Mencía Madariaga.
"Sáenz de Urturi monta un argumento bien organizado, interesante, que engancha, a pesar de algunos lunares"
En tercer lugar, la creación de un secreto narrativo en el que coexistan una intriga en torno a un crimen (aquí se trata de dos asesinatos), y la resolución de un enigma, el que rodea a Ítaca Expósito, la madre de Unai, quien la creía muerta hace 40 años. La indomable pasión por los libros antiguos que domina a los coleccionistas da pulso a este diseño. Todo ello permite a la autora montar un argumento bien organizado, interesante, que engancha.
Uno de los aspectos mejor abordados es que la acción transcurre en dos franjas temporales, los años 70 y mayo del 2022. En aquel ayer conocemos a la madre del protagonista, Ítaca, cuando reside interna en un colegio y aprende el oficio de falsificadora de libros antiguos, principalmente de los famosos libros de horas utilizados por los monjes para sus rezos.
Unai va uniendo las piezas del misterio en torno a su madre, su afición por un particular libro de Horas, y su relación con un grupo de mujeres, las Egerias, que protegen a heterodoxas figuras. El trasfondo de Vitoria se combina con el madrileño, donde figuran la Cuesta de Moyano o la sede del Instituto Cervantes.
La novela, pues, va dirigida a un público que conoce ciertos iconos culturales, lo que crea un espacio narrativo burgués donde la verdadera crítica social no cabe. Escrita con fluidez sintáctica, abusa de impropiedades como gajo de manzana, o frases como “rescatar de la memoria la mítica Librería Linacero, hoy ya desaparecida” (p. 372).