¿Qué sentido tiene ocuparse hoy día de los ángeles o procurar esclarecer la idea de Dios desde la propia experiencia? Estamos ante un libro singular, declaradamente inactual por tema y enfoque, que merece la pena atender justo en su asumida in-competencia, en su carencia de empaque académico. Es la primera incursión de ese enorme literato que es Álvaro Pombo (Santander, 1939) en el terreno del ensayo y ambas cosas se notan: la excelencia de la palabra y la bisoñez de la arquitectura especulativa.
El texto nos deleita con una prosa fluida, elegante, de envidiable capacidad para dar figura sensible a las ideas; pero el desarrollo argumental titubea a veces, pese al innegable talento teórico del autor, y la narración tiende entonces a sustituir a la reflexión. Eso sí: Pombo es honesto en su planteamiento y nos advierte de que su obra se despliega desde lo vivido y pensado en primera persona del singular.
Por eso los compases iniciales están dedicados al relato de su experiencia católica de infancia y juventud. Son unos capítulos gozosos, llenos de ternura en la evocación de aquella fe primeriza y de ironía en la caracterización del opresivo contexto nacional-católico que la envolvió. La sinceridad con la que el autor cuenta sus primeras dudas existenciales acaba atrapando al lector y lo hace cómplice de su original modo de transitar de la anécdota al concepto.
Pombo es honesto en su planteamiento y nos advierte de que su obra se despliega desde lo vivido y pensado en primera persona del singular
Pombo describe así en qué sentido su apertura primaria al mundo, de raíz poética, pronto se impregnó del humus de la cultura religiosa cristiana. Su temperamento inquieto descartó de inmediato tanto la caspa del momento cuanto las fórmulas dogmáticas de la institución para aproximarse a la pura vivencia de un Dios deseado, invocado y sentido al fin en tal cercanía, que por fuerza hubo de conferirle rango de realidad, por más que la razón dictase reparos. La parte más sustanciosa del ensayo gira en torno al acercamiento entre experiencia poética y religiosa, ejemplificado a través de esta vivencia personal.
Pero acercamiento no es fusión ni confusión. Conviene entender bien qué pretende transmitirnos Pombo con su tesis de que la idea de Dios es la “ficción suprema”. Aunque toma esta noción de Wallace Stevens y el capítulo séptimo, dedicado a la figura de los ángeles en Rilke y Stevens, constituye una parte nuclear del libro, la angeología ahí esbozada no es su objetivo último. Como señala, lo angélico contamina la idea de Dios, pues desdibuja su carácter insondable.
Sin embargo, también lo dota de cierta visibilidad, introduciendo un espacio de mediación entre nuestro ser y nuestros anhelos. Y ahí descubrimos el verdadero empeño de Pombo –trascender la comprensión de lo real en que se agosta nuestro mundo desencantado– y su apuesta teórica: la sugerencia de cómo el roce entre la imaginación y la fe genera efectos de realidad, modela nuestra existencia y la inviste de otro sentido.
No se trata, pues, de una mera invención poética, sino de la idea de algo que, aun no sabiendo si existe, nos hace sentir su presencia en la experiencia que induce en nosotros su mera invocación. ¿Apariencia de realidad? ¿Mero ente de razón? Pombo dice más bien: posibilidad.
En ella asienta su convencimiento de que esta suprema ficción no es sólo eso, y de que por tanto resulta lícito asaltar el interrogante de qué más sea Dios: un interrogante que no se cancela nunca, pero que siempre abre mundo. Como lo hace este libro, acaso desquiciado del presente, pero justamente por ello tan necesario como el ángel o cualquier otra sublime ficción.