Iba en serio Bernardo Atxaga (Asteasu, Guipúzcoa) cuando decía que con Casas y tumbas, su anterior libro, se despedía de la novela. Ahora publica Desde el otro lado, un conjunto de cuatro relatos en los que se ha regalado una libertad absoluta. “Llega un momento en el que la forma se convierte en una camisa de fuerza o en una carrera de obstáculos. Sentía eso con la novela y decidí explorar otros caminos con más libertad, empezando a escribir y viendo hasta dónde se extendía el texto, como una corriente de agua”, explica el escritor. “Ahora mismo 40 o 60 páginas es mi distancia ideal, donde más libre me siento y donde más intensidad poética puedo aportar. Los corredores maduros tienden al maratón y yo, ya ves, dejo el maratón y me apunto a los 1.500 metros”.
El escritor vasco galardonado con el Premio Nacional de las Letras Españolas en 2019 nos presenta en Desde el otro lado cuatro relatos escritos en distintos momentos, pero todos con la misma libertad y con algunos puntos en común. “Dos hermanos” se publicó en euskera en 1985 y diez años después en castellano y lo ha revisado para esta nueva edición. “La muerte de Andoni a la luz del LSD” estaba inédito en castellano, y los dos últimos, “Conferencia sobre la vida y la muerte en el cementerio de Obaba-Ugarte” y “Un crimen de película” son textos inéditos escritos originariamente en castellano, el último de ello hace solo tres meses.
En toda la obra de Atxaga la naturaleza ha tenido un papel fundamental. Animales, árboles o ríos eran prácticamente personajes igual que las personas. Ahora da un paso más allá y le otorga la voz narrativa, e incluso el protagonismo, a animales o seres inanimados. Lo refleja a la perfección la ilustración de portada de Enric Satué con la silueta negra de un perro con ojos humanos.
Pregunta. ¿Qué le llevó a darle la voz narrativa a un perro, un pájaro, una serpiente o una estrella?
Respuesta. Hablar desde la perspectiva de un personaje humano es limitador, pero un animal me permite hacer lo que quiera, como introducirme en la mente de los personajes, contar lo que está pasando en directo o usar distintos tipos de lenguaje para cada animal. Por ejemplo, las ardillas hablan de un modo infantil, la serpiente habla con elegancia y retórica, y el búho puede hacer de repente un discurso filológico.
P. ¿Por qué ha titulado el libro Desde el otro lado? ¿Qué hay allí?
R. Espectros. Con ello hago referencia a un libro de un contemporáneo de Kafka, Alfred Kubin, pintor expresionista que publicó una única novela que tituló La otra parte. Me impresionó de una forma tremenda, es una pesadilla. No la he vuelto a leer pero la tengo en la mente como si la hubiese leído ayer. Cuando empecé a escribir Desde el otro lado, me interesaba lo espectral, escribir desde el otro lado de la vida, lo cual me permite una extrema libertad. El segundo y el tercer relato son los más claros en este sentido. Quería librarme de la parte naturalista de las novelas, prescindir de detalles y descripciones de lugares. El tercero es el más kubiniano, el más delirante y grotesco. En los otros dos textos, ese “otro lado” es el de los narradores que no son humanos. ¿Qué diferencia hay entre un búho que lo oye todo y es un informador excelente de la policía y un detective con sombrero y gabardina? Narrativamente hablando, ninguna, pero me libra de tener que hablar del sombrero, de la gabardina y de la rubia platino.
P. Hay relatos que transcurren en el universo de Obaba y otro en Reno, Nevada, donde usted tuvo una estancia como escritor invitado de su universidad hace unos años. ¿De qué manera condiciona el escenario al contenido y a la forma del relato?
R. Una geografía determinada tiene muchísimas implicaciones. En Obaba afloran cuestiones relacionadas con su cultura, su ambiente católico y ese sentimiento de culpabilidad que le es propio. Rancho San Rafael (Reno, Nevada) es otro universo. Son los polis americanos, el cine, todo Estados Unidos parece hecho para una película. Eso hace que el último relato sea diferente y se vaya por unos derroteros entre cómicos y de suspense. La única condición básica para escribir es conocer muy bien las geografías. Obaba es el paisaje de mi infancia, y Rancho San Rafael es un parque en el que estuve más de cien veces cuando estuve en Reno, porque mis hijas tenían 7 y 9 años. Lo conozco de pe a pa. Todo lo que aparece en ese texto sobre Reno lo conocí de primera mano. Por cierto, el rapto que conté en Días de Nevada se produjo a 30 metros de mi casa. Fue una experiencia tremenda, la policía vino a interrogarme, pero enseguida me descartaron como sospechoso porque el secuestrador hablaba inglés perfectamente y yo no.
P. Además de su papel de narradores, los animales tienen un papel simbólico clásico (el búho es la sabiduría, la serpiente es el mal, el cuervo es mal augurio…). ¿Ha querido acercarse de alguna manera al tono bíblico o de fábula?
R. El simbolismo es otro de los motivos de elegir personajes que son animales. En Obaba, dominado de arriba abajo por la cultura católica, el pájaro representa el alma humana, la serpiente es el mal, las ardillas son varias y en el mundo simbólico un conjunto de animales de la misma especie representa una perturbación. Cuando la serpiente mata al pájaro, sabes que va a ocurrir una desgracia. La oca, en la tradición religiosa, es el animal de la perfección, porque sabe andar por el agua, por la tierra y por el aire. Siempre me ha interesado mucho ese simbolismo.
"Mi objetivo es que el texto sea cristalino como un parabrisas limpio, que deje ver con precisión lo que hay detrás"
P. “La muerte de Andoni a la luz del LSD” adopta un punto de vista que le permite viajar 800.000 años en el tiempo o situar la acción en la cabina de un camión capaz de volar. ¿Se ha basado en experiencias lisérgicas propias para escribir ese relato?
R. Yo soy de natural puritano, hijo de la maestra de mi pueblo, y no he probado el LSD, pero durante tres años de mi vida de estudiante en Bilbao compartí piso con un chico al que apodaban el rey del LSD y que me contaba sus viajes psicodélicos. Ahora le veo de vez en cuando y es un hombre feliz. En realidad, ese relato cuenta una vivencia cercana muy dolorosa, la muerte del hijo de un amigo mío, pero me parecía más sugerente para el lector contarlo desde este enfoque en lugar de hacerlo de forma naturalista.
P. El primer relato lo protagonizan dos hermanos. El menor cuida del mayor, que tiene una discapacidad intelectual, y tiene al resto del pueblo en contra por su creciente apetito sexual y su comportamiento con las chicas. ¿Este también se inspira en hechos reales?
R. Sí, también es un caso cercano, pero no lo viví de primera mano. Recuerdo oír hablar de esos dos hermanos y de lo mal que le parecía a mi padre que se hubiera dejado encadenado al hijo mayor.
P. En su relato los dos hermanos tienen un trágico final. ¿Ocurrió así?
R. Sí. Todos estos hechos los asocio con otras cosas de mi entorno, como la muerte que tuvo mi primo autista. Dentro de uno existe una nebulosa interior donde conviven todos estos recuerdos, en parte es maravilloso y en parte es un tormento. Son hechos que se quedan grabados no solo en la cabeza, sino también en el cuerpo, te generan un malestar físico aunque hayan pasado 65 años.
P. Su prosa es sencilla pero muy precisa y con un aire poético. ¿Es difícil ponérselo fácil al lector sin renunciar a la calidad literaria?
R. Mi objetivo es que el texto sea cristalino como un parabrisas limpio, que deje ver con precisión lo que hay detrás. Para mí es lo más trabajoso de la escritura. Quiero que mis textos sean como esos cuadros en los que en primer término ves la adoración de los magos y también puedes ver en último término un paisaje que parece de ensueño. Intento que el lenguaje tenga ese plano lejano, que te transporte a otro lugar.
P. ¿Alguna vez le ha pesado ser considerado el mayor exponente de la narrativa vasca?
R. Durante mucho tiempo eso me daba cierta seguridad y al mismo tiempo era una carga. El mundo de un escritor no coincide con un territorio políticamente definido. Yo hablo de los territorios que he conocido, que son los 10 km2 alrededor del monte Hernio, donde nací y pasé la niñez, y la ciudad de Bilbao. No creo en los poetas nacionales, es un concepto que ha caído por su propio peso porque no tiene sentido. Si hay escritores que quieren dejarse adular y considerar su obra como elemento de una política, ellos verán. Esto durante un tiempo fue una carga para mí, sobre todo cuando publiqué Obabakoak fue algo tremendo, pero afortunadamente el tiempo es como una corriente y ahora estoy en otra parte del río. Todo eso me queda lejísimos y además me he ido ensimismando un poco.