Tiene Isaac Rosa (Sevilla, 1974) un registro muy personal y valioso en darle un sesgo inesperado a la realidad común. Este procedimiento ha reportado positivos resultados sobre todo en los cuentos. Una cena navideña de empresa deriva en una asamblea reivindicativa. Valga este solitario ejemplo para señalar un enfoque semejante en Lugar seguro: el emprendimiento, mito social de este momento, ni es una actividad respetable ni produce otro efecto que absolutas injusticias.
De emprendedores va la peripecia de la novela. Cuenta la historia de una saga familiar, los Segismundo García: el abuelo, fundador de una cadena de ópticas económicas, un vulgar estafador que pagó con la cárcel sus fechorías; el hijo, impulsor de búnkeres domésticos low-cost para la gente humilde atemorizada por un presente amenazante y cautivo de sus trapicheos económicos, y el nieto, aún estudiante de secundaria y ya iniciado en turbios negocios de apuestas clandestinas.
La trama anecdótica enlaza la frenética actividad a lo largo de un día del Segismundo hijo. Comienza la jornada desplegando su desvergonzada mercadotecnia para instalar refugios en modestas viviendas o comunidades de vecinos mientras pelea con el banco para encontrar financiación. Tendrá que atender una llamada urgente del colegio a causa de una fechoría del hijo y disputará con su exmujer. Y, sobre todo, deberá ocuparse del padre demente, que ha burlado a Yuliana, la chica que lo cuida, y anda perdido.
Esta línea principal, condensada también en el espacio, una ciudad moderna anónima, permite la presentación de un buen número de notas testimoniales: el temor colectivo, la búsqueda de seguridad, el ansia por incorporarse al “ascensor social”, la educación elitista de los cachorros de las clases pudientes, la ostentación de la gente acaudalada, los medios inmorales de enriquecimiento, la familia y las relaciones de pareja, el papel de la mujer, la esclavitud de la prostitución y la actitud renovadora de quienes Rosa define con dos creativos neologismos, los “botijeros” o “ecomunales”, defensores de una sociedad más natural, positiva y solidaria.
El relato lo hace el Segis padre en primera persona. En él vuelca un doble punto de vista: justifica los comportamientos de los pillos y canallas de su grupo y se mofa de quienes encarnan la honestidad. Cinismo y sarcasmo son las dos miradas que marcan el discurso del narrador. El cinismo se muestra comprensivo con esa moderna encarnación de la picaresca que son los suyos. El sarcasmo desarbola las ideas de quienes aspiran a un mundo distinto y mejor. No existe riesgo de que el lector confunda el mensaje y dé por buenas sus premisas.
El contraluz sobre la realidad sirve a Isaac Rosa para ofrecer una idealista novela ideológica de denuncia
Esta dicotomía se afronta mediante trazos maniqueos. La saga García es paradigma de ruindad delictiva recalcitrante. Los ecomunales personifican valores positivos y cultivan el apoyo y los cuidados recíprocos. Un llamativo rasgo acentúa el esquematismo: los malos, por así decir, son todos hombres y los buenos mujeres (la emigrante Yuliana con un grado de bondad arcangélico). En un escritor intencionado el dato no puede ser fortuito.
La historia se aboca, al fin, a uno de los motivos básicos de la literatura socialista: la construcción del futuro. El autor apuesta por un mañana solidario y fraterno y presagia una vida en comunidad libre de las hipotecas actuales. El contraluz sobre la realidad corriente le sirve para ofrecer una idealista novela ideológica de denuncia que invita al lector a pronunciarse. El trabajo meritorio y arriesgado de Rosa no alcanza, sin embargo, en esta ocasión la hondura ni tiene la creatividad de dos novelas suyas extraordinarias, la inquietante El país del miedo y la revulsiva La mano invisible.