Tras el éxito de En el camino –traducida también como En la carretera (Anagrama)–, muchos editores que habían comprado escritos de Kerouac o conservaban algunos de sus manuscritos los rescataron de sus polvorientos archivos y se apresuraron a lanzarlos. Así, Grove Press que había comprado los derechos de Los subterráneos, anunció la publicación de esta novela. En apenas tres años, vieron la luz, además de Los subterráneos, Los vagabundos del Dharma, Doctor Sax o Maggie Cassidy, aunque otros tantos escritos fueron desempolvados tras su muerte en 1969. La última obra hallada se tituló El Mar es mi hermano y se publicó en 2011.
Según los especialistas, las novelas de Kerouac pueden dividirse en dos espacios tan distintos que parecen de autores diferentes, incluso a veces hasta en el estilo. Por un lado están las obras de lo que hoy llamamos autoficción, en las que narra su infancia en Lowell, habla de fútbol americano, de la guerra y en las que muestra un estilo convencional. Entre ellas se encuentran su ópera prima La ciudad y el campo (Caralt), Doctor Sax (Escalera), Maggie Cassidy (JP Editor), Visiones de Gerard (JP Editor) y La vanidad de los Duluoz (Anagrama).
Escrita en 1957, esta última narra los años de formación de un joven Duluoz, una futura estrella del fútbol americano que consigue una beca pero que deja los estudios para enrolarse en la marina en plena Segunda Guerra Mundial. Cuando vuelve a Nueva York, se reencuentra con Burroughs, Cassady y Ginsberg, y comienzan sus aventuras literarias y salvajes.
Más interés poseen los libros relacionados con En el camino, entre los que destacan Tristessa (Escalera), en la que narra de manera torrencial su historia de amor imposible con una prostituta mexicana adicta a la morfina; Visiones de Cody (Anagrama), escrita en 1951, no se publicó en vida de su autor por ser considerada pornográfica; Los subterráneos (Anagrama), una desolada historia de amor empapada en alcohol, drogas y jazz; Vagabundos del Dharma (Anagrama), en el que desvela su descubrimiento del budismo y la necesidad de aceptar que “la vida es sufrimiento”; y Big Sur (Adriana Hidalgo), relato de los estragos del delirium tremens alcohólico que sufrió Kerouac, y en el que nos reencontramos con Neal Cassady diez años después de En el camino.
Considerado ante todo un narrador, Kerouac se sintió siempre poeta, “un poeta jazzista que sopla un largo blues durante una sesión de jam en la tarde de un domingo”. Dotados de ritmo e imágenes alucinadas y asombrosas, sus Poemas dispersos (Visor) recuperan muchos de sus temas habituales, como la carretera y el viaje interior, y confirman la unidad de fondo de toda su obra, que, según él, “se reduce a un libro vasto, como el de Proust, con la diferencia de que mis recuerdos están escritos inmediatamente y no después en una cama de enfermo”.