Cada novela de Orhan Pamuk (Estambul, 1952) supone una exploración de la existencia humana, realizada con la maestría de uno de los mejores escritores del presente. Familiarizan al lector español con una cultura que en principio nos resulta ajena, pero en la que descubrimos manifestaciones humanas semejantes a las propias. Pamuk vuelve en esta última entrega a crear un espacio, como hiciera en Nieve (2006), donde constatamos que la diferencia entre las personas más rudas y las gentes civilizadas resulta mínima. Detrás de las ideologías, las civilizaciones, el idioma o la religión que practiquemos, en el fondo existe un elemento común, la semejanza en las respuestas ante la injusticia o el deseo de ser querido.
Cuando fui por vez primera a Turquía había leído varias novelas de Pamuk, y los olores del Gran Bazar de Estambul o la grandeza de la antigua catedral ortodoxa, hoy mezquita Hagia Sofía, no me cogieron por sorpresa. Entendí la riqueza de su cultura, que en gran medida existe en una perpetua lucha de civilizaciones diferentes. El Bósforo que divide la ciudad, separando Europa de Asia, parece un símbolo de la doble vida del país, la laica y la religiosa, el vértice en el que se encuentran Oriente y Occidente.
Y las novelas de Pamuk manifiestan una elaboración artística exquisita. Aquí la narración sorprende a cada página. La obra viene contada por un historiador, que a veces se declara autor de ficción, con lo que el argumento pudiera ser una historia novelada. En ciertos momentos el narrador cede al ripio romántico y, en ocasiones, narra por medio de un personaje, Pakize Sultan, cuya aportación al relato es el recuento de lo que oye a su marido.
La narración, pues, muestra el hibridismo de los discursos actuales, en los que la mezcla de verdad e invención resulta en ocasiones imposible de calibrar, y por eso este modo de contar permite navegar por el argumento sin chocar con bloques ideológicos, como ocurre en las novelas regidas por estrictos sistemas de valores. El relato parece líquido. Ni siquiera esta flexibilidad ha impedido que a Pamuk de nuevo se le haya acusado en los tribunales de traidor a la patria. La excusa es que se burla en el libro de Mustafa Kemal Ataturk, el padre de la República Turca, en la figura de uno de los protagonistas de la novela, un militar llamado Kâmil.
Las noches de la peste tiene como escenario una isla ficticia del Egeo llamada Minguer, ubicada más o menos entre Creta y Chipre, y que pertenece al imperio otomano. La acción trascurre en 1901. Se trata de una isla de ochenta mil habitantes, de los cuales veinticinco mil residen en la capital, Arzak. La historia, en principio, relata un brote de peste bubónica que pone en alerta a las autoridades, y que terminará por cambiar el destino histórico de Minguer. Le llevó al autor escribir esta obra cinco años, durante los que estudió detenidamente la literatura sobre las pandemias, como el Diario del año de la peste, de Daniel Defoe.
'Las noches de la peste' sorprende en cada página y muestra el hibridismo de los discursos actuales
La trama está presidida por el último sultán Abdülhamid II, un autócrata apalancado en el poder 25 años, quien desde la distancia dirige los destinos de sus dominios a través de gobernadores como el de Minguer, Sami Pachá. Declarada la peste en esta idílica isla, cuyas montañas y el propio castillo de Arzak parecen imágenes de cuento, se desata el conflicto.
Notificado el brote de peste, el sultán envía a su mejor médico Bonkowski Pachá y a un asistente, el doctor Ilias. El sultán, gran aficionado a las novelas de Sherlock Holmes, admira la manera de trabajar del famoso detective (inventado), que se vale de indicios, de la razón, para deducir quién es el culpable de un crimen. Le acompañan en el viaje el doctor Nuri, especialista en plagas, y su esposa, nada menos que Pakize Sultan, hija del anterior sultán, y sobrina de Abdülhamid II, que vienen escoltados por Kâmil Pachá, un mayor del ejército. La esperanza es que Bonkowski sea capaz, siguiendo el método de Holmes, de descubrir el origen del brote de peste bubónica, y atajarla.
Nada más llegar a la isla se impondrá una cuarentena, aconsejada por Bonkowski, a la que en principio se opone el gobernador, Sami Pachá, pues sabe que eso supone aceptar la occidentalización de las costumbres, lo que va en contra de las tradiciones del oriente, especialmente las musulmanas. Y con esos mimbres empieza a tejerse una densa red de historias, cuyo trasfondo es la peste y la manera de tratar la plaga.
Los occidentales tienden a fiarse de los consejos de los médicos y a utilizar medicamentos, mientras los musulmanes prefieren métodos tradicionales, como leer rezos. Se organiza un grupo de soldados al mando de Kâmil, encargado de mantener las reglas de la cuarentena, cinco días sin salir de casa, pero la reclusión no arroja los resultados debidos, y las estrictas medidas acaban por crear un estado de inquietud y de rebelión, especialmente entre la población musulmana, instigada por sus jeques.
Una lección de cultura
Finalmente, el sultán, viendo que la peste no remite y que los ricos de la isla se escabullen en barcos clandestinos, decide sitiarla con la ayuda de buques de guerra franceses y británicos. Esto lleva a una rebelión por parte del gobernador y del propio Kâmil, que terminan por proclamar la independencia de la isla. El gobernador pasa a ser el primer ministro, y Kâmil una especie de presidente. Se escribe una constitución, se declara la isla un país independiente, y se prescribe el minguerés como el idioma oficial.
Tras los papeles sociales de cada uno de los personajes de la novela hay un elemento personal que los iguala, la necesidad de amor. A Kâmil le busca su madre una mujer, Zeynep, que había estado prometida a un musulmán de una familia importante de la isla, el jeque Hamdullah. El mayor termina genuinamente enamorado de Zeynep, se casa y con ella pasa horas haciendo el amor, hasta que la esposa cae víctima de la peste, estando embarazada, y después él también enferma. En fin, tras esa coraza con que nos protegemos, sea el idioma, la religión o las ideas políticas, todos somos iguales.
Las noches de la peste capta el espíritu de nuestra era, el permanente conflicto cultural nacido de la ignorancia y el prejuicio. Novela el incesante acoso de los nacionalismos que marcan crueles fronteras y que han venido a sustituir la lucha por los derechos humanos. Con un estilo directo y una estructura cronológica de fácil acceso, ofrece Pamuk una necesaria lección elemental de cultura.