En El peligro de estar cuerda, Rosa Montero (Madrid, 1951) se dirige al lector en segunda persona del singular, un “tú” que da la medida y el tono exactos de este libro que podríamos calificar de divulgativo o reportaje más que de estricto ensayo, si no fuera porque hay otra palabra que lo define todavía mejor: conversación. En efecto, Montero conversa con nosotros (conmigo, contigo, uno a uno) desde una cercanía resuelta con enorme naturalidad, lo cual no es fácil. Su tema es el vínculo entre los desórdenes mentales y la creatividad del escritor, abordándolo mediante un repaso a las enfermedades, adicciones, rarezas o manías más habituales en el gremio, encarnadas en casos reales a veces conocidos (Sylvia Plath, Virginia Woolf) y otras no tanto.
Se nota y se agradece el esfuerzo documental que sustenta la propuesta, especialmente cuando llegamos a la sugestiva bibliografía razonada que cierra el volumen; sin embargo, lo que nos seduce de verdad es, insisto, el tono escogido, nada pretencioso, tampoco melodramático, guiado por el entusiasmo de compartir esas historias con sus lecciones acerca del fenómeno literario. El resultado es un libro más ligero de lo previsible, una perfecta lectura dominical (dicho en un sentido absolutamente positivo)… Al menos, hasta que se convierte por sorpresa en un serenísimo tratado sobre el envejecer.
El peligro de estar cuerda gustará a los lectores habituales de Montero, pero también a los que disfrutaron La loca de la casa, aquel libro suyo que conquistó a un público “no cautivo” al que interesan los mecanismos de la imaginación; hablo, por ejemplo, de mí mismo. El anecdotario desgranado siempre depara alguna que otra sorpresa; además, aunque conozcamos la mayoría de casos, recordarlos nos entretiene gracias a la fluidez de la prosa.
De hecho, los dos factores que me generan mayores dudas acaban por resolverse de un modo satisfactorio: por un lado, puede que la autora tontee con el muy discutible cliché del artista loco y maldito, pero finalmente sabe sortearlo al definir locura y creación como “primas” más que hermanas gemelas. Por el otro, El peligro de estar cuerda engasta en su cuerpo documental un elemento de ficción que, aun siendo ingenioso en el arranque, a ratos llega a rozar cierta ingenuidad; sin embargo, al final nos conquista con su sencillez de fábula y su elegante acoplamiento al asunto tratado. En definitiva, he pasado un buen rato leyendo estas páginas que logran lo que se proponen.
El final del libro experimenta un giro inesperado que le proporciona una hondura distinta, enriquecedora
Ahora bien, como ya he dicho, el final del libro experimenta un giro inesperado que le proporciona una hondura distinta, enriquecedora. Ocurre de la mano de dos maestras, Ursula K. Le Guin y Doris Lessing, a las que Montero tuvo la oportunidad de conocer, lo que depara las mejores escenas del volumen (me interesa muchísimo la descripción de la casa de Lessing, su voz recreada con gran cuidado, su presencia impresionante).
Animada por el recuerdo de ambas, la autora empieza a hacerse preguntas sobre los 70 años que ya la alcanzan, sobre las consecuencias de la vejez y el modo de encararla, sobre la memoria y sus compromisos… Pasajes lúcidos, carentes de cualquier hinchazón, amables. Se agradecen mucho, humana y literariamente, y elevan el conjunto a otra altura. Son lo que más me gusta de El peligro de estar cuerda, junto a la honestidad de la autora al puntuar todo el texto de claves estructurales y compositivas que lo convierten, también, en un pequeño juego metaliterario. “Amabilidad” es la palabra que lo define, sí, y eso está muy bien.